Samy Schwartz: “Más que fotógrafo me sentía un marchista”

SAM Su afición por la adrenalina y su vocación por la fotografía lo llevaron a lugares como el Líbano, Gaza o Nicaragua. Pero fueron los rostros y las vivencias que le dejó la VIII Marcha Indígena las que desencadenaron en su deseo de narrar a través de fotografías.

Estas quedaron impresas en la reciente publicación de un libro en coautoría con el escritor Emilio Martínez. "Tipnis, la marcha que cambió la historia", es también el relato de la cobertura que cambió su vida.

¿Cómo viviste aquel histórico arribo a la Sede de Gobierno?



Lo más difícil ocurrió antes. Fue un reto atravesar la "carretera de la muerte". Llovía mucho y había neblina. Encima los ciclistas extranjeros bajaban a toda velocidad y para terminar, los lados del camino están llenos de cruces y flores. Desde Villa Fátima, todo fue en bajada. A unos kilómetros de La Paz, Adolfo (Chávez) me pidió que lo acompañe. Fui el único reportero que marchó al lado de los indígenas. Más que un fotógrafo me sentía un marchista más.

Fue mucho más duro marchar en La Paz, subiendo y bajando por el asfalto. Pero la gente nos devolvía energías. Vino gente como si hubiéramos ganado un mundial. A los marchistas les regalaban todo tipo de cosas. Desde zapatos, botas, chompas, frazadas, leches, té, hasta mates de coca o bolsas. Terrible contraste frente al día en que ocurrió la represión policial.

¿Cómo recibiste la noticia?

Recibí la noticia con mucha pena. Las imágenes no parecían Bolivia, sino de una represión salida de los nazis. Cuatro días antes le había sacado fotos al hermano de Álvaro García Linera (Raúl) en Trinidad. Es algo que nadie mencionó antes. No entiendo qué podría haber estado haciendo allí.

Pero desde un comienzo, cuando descubrimos que la Policía no llegó a viabilizar el tránsito sino a proteger a los bloqueadores sabíamos que algo no estaba bien.

En tu caso se supo que hubo amagues de intentar sacarte…

Hubo hostigamientos contra toda la prensa. Cualquiera que haya estado allí te lo puedo contar. A mí me tocó vivir unos intentos de amedrentamiento por parte de los colonos. Tuve que correr y cuando estuve del otro lado del cerco un policía me felicitó por haber logrado zafarme, porque dijo que ellos no me hubieran podido ayudar. En mi habitación también recibí cartas amenazándome, e incluso un colega del canal 7 me sugirió que me fuera si no quería terminar entre flores.

En esas situaciones ¿Cómo maneja un periodista los conceptos de objetividad?

Aunque uno no tenga bandos, sabe darse cuenta quién tergiversa y quién dice la verdad. Siempre trato de que mis fotos muestren por sí solas lo que yo veo. Como dicen, una imagen vale más que mil palabras.

¿Y la relación entre periodistas?

Parecía que los periodistas pertenecíamos al mismo medio. Yo, por ejemplo, me juntaba con los colegas de El Deber. Claro que a la hora de trabajar cada quien hacía lo mejor que podía, pero había mucha solidaridad con el compañero. La prensa del gobierno se mantuvo alejada y sola. Se manejaban de otra manera y tenían ciertos privilegios. Eran los únicos que podían entrar o salir de Yucumo. Sacar fotos o filmar. Tenían exclusividad del lado de los campesinos. Cuando llegamos a La Paz, otra vez volví a ver lo mismo. Los colegas de los medios paceños o recién llegados se empujaban y competían por ganarse un lugar.

Marcha de dignidad y coraje

Amancaya Finkel*

Los medios jugaron un rol decisivo en ofrecer la posibilidad de una visión amplia y crítica de los acontecimientos a través de la información. Sin su presencia, el desenlace de lo que fue esta marcha habría sido, sin duda, diferente. La cobertura fue asistir a un insospechado acto de dignidad, coraje y perseverancia.

Hasta antes del 25 de septiembre se respiraba un clima de tensión extrema. El cerco policial al campamento indígena que impedía el acceso al arroyo era amenaza y provocación a un tiempo. Varias camionetas circulaban por el pueblo de Yucumo y se dejaban ver también cerca del campamento indígena. Estos carros se guardaban en los garajes de los mismos hoteles en los que se hospedaban los periodistas. Los ocupantes de estas vagonetas solían desayunar en el mismo restaurante que los trabajadores de los medios. Entonces se hablaba a susurros y se intercambiaban miradas hostiles entre las mesas.

Existía una vigilancia estricta de la labor de la prensa que no dejaba de ser intimidante. La entrada a Yucumo se encontraba bloqueada por “interculturales” como se llama a los colonos desde una corrección política que pretende borrar la marca del desarraigo.

Para llegar al campamento indígena había que pasar por este punto de bloqueo. Los interculturales ostentaban una agresividad pasmosa. Pero también muchos de ellos estaban atemorizados. Por una razón que no sabían explicar, estaban completamente convencidos de que las demandas indígenas los despojarían de todo aquello por lo que habían trabajado y luchado durante años.

El éxito de la marcha indígena, les habían asegurado, ensombrecería el futuro de sus hijos, lo haría pobre, miserable. La brutal represión del 25 de septiembre desembocó en una mayor cohesión indígena, ciudadana y en unas fuerzas renovadas para seguir adelante. La Marcha logró algo que los políticos bolivianos no alcanzaron en décadas. Las diferencias regionales, étnicas y culturales de los marchistas en lugar de marcar distancias, se convirtieron en puntos de encuentro y enriquecimiento mutuo.

*Periodista, Página Siete

El Día – Santa Cruz