Nuevas republiquetas o la gran mamada cocalera

Winston Estremadoiro

WINSTON_thumb El viento de octubre tumbó mi añosa higuera, destrozando una mesa redonda de laja que adornaba mi jardín. Me trajo recuerdos del viaje en vagoneta que hiciera a La Asunta. En medio camino pasamos por una cantera de laja negra. Llamó mi atención porque quien la explotaba era un campesino al que le faltaba una mano. No sin antes confirmar mi sospecha de que el muñón se debió a la pesca con dinamita, le compré un rectángulo de laja que ojalá no se quiebre por el peso de los papeles en mi escritorio, y otra pieza redonda, fragmentada por la higuera remecida a muerte por el ventarrón.

Entonces, en 1979, La Asunta tendría unas 20 hectáreas de cocales. ¿Cuántas habrá hoy? Son cuatro centrales campesinas; unos veinte sindicatos cada una; unos 60 miembros cada uno. El tamaño de cocales debe ser el equivalente de una manzana urbana por colono, si el mismo gobierno acusa al dirigente cocalero de la zona de tener tres hectáreas de coca ilegal. No es afiebrado estimar que allí hay más de 5.000.



Los cocales de La Asunta estaban allí antes de la chistosa cortapisa chapareña del cato de coca, ¿por cabeza?, ¿por familia? Lo mismo da: controlan los gremios cocaleros, algo como que los ratones limiten el tamaño del queso. Dicen que el mismísimo Evo otorgó dos catos a las familias numerosas.

Con tal ejemplo, un diálogo imaginario sugiere la dimensión social del crecimiento de cocales. El contexto se daría después de un partido de fútbol en sábado por la tarde, en la chichería de don Zenón Capriles, hasta que se acaben los barriles. En una mesa, Anatolio Quisbert, secretario ejecutivo de la Central campesina 22 de Enero, padrino del primogénito de Cirilo Ñame, cocalero de tres catos: uno suyo, otro de su esposa Saturnina, y uno más de su suegra tuerta y tullida. –Ciriloy, qué grande está el Dustincito. –Así es, compadre Anatolio. –Ya nomás es tiempo que tenga su chaquito. –Así es, compadre, pocos le ganan en cosechar. –Lo ubicaremos en la senda Kuntur Pasa, compadre Cirilo. –Es pues de los “yuras”, compadre. –No te preocupes, Ciriloy, ya los tenemos amansados a esos indios tísicos; ahurita varios están marchando a La Paz con el Conisur.

¿Es La Asunta una zona tradicional de coca? Claro, si toda la provincia Sud Yungas lo fuera. Según la Ley 1008, también. Pero sus cocales son nuevos, si la línea cero de calificación de “tradicional” o nueva empieza cuando William Carter y Mauricio Mamani llevaron a cabo el primer, y único, estudio sobre “Uso Tradicional de la Coca en Bolivia”, a fines de los setenta, cuando los cocales eran incipientes en esa zona nueva de colonización.

Declarar a todo Yungas como zona tradicional de producción de coca, incluyendo La Asunta y hasta San Miguel de Huachi, es la cantaleta de su diputado en la Asamblea Legislativa. Después vendría Nor Yungas, hasta Caranavi y Palos Blancos. Si fuera aprobada, allanan el camino para que toda la provincia Chapare lo sea, no solo su tercio inferior apegado a las carreteras. Se ampliarían los cocales de Vandiola hasta encontrar los del área de influencia de Ivirgarzama, reventando el Parque Nacional Carrasco en cascanueces depredador.

A fines de los setenta se detectaron los primeros cocales en la zona de colonización de Yapacaní. En la era del Presidente cocalero, Yapacaní se ha convertido en zona roja del narcotráfico, instrumentando tanto la invasión por cocaleros de santuarios vecinos como el Parque Amboró y la Reserva de Choré, como la fabricación de cocaína con coca chapareña.

Ya son cuatro los muertos en los últimos despelotes entre facciones del partido de gobierno, para controlar este narcoterritorio. El incordio es uno nacido en Orinoca, trompetista que arrimado a la política, se rodeó de allegados cuestionables y gobernó autocráticamente como alcalde en provecho propio. Como en las películas, cualquier similitud es pura coincidencia: lo anterior es una descripción que hace el diputado masista Franklin Garvizú.

Es sugestiva la similitud de los métodos de resistencia civil y amenazas en los conflictos en La Asunta y Yapacaní. Aunque uno es un tema cocalero y el otro, cocainero, ambos tienen que ver con la materia prima de la droga. Ambos desafían la autoridad del Estado, cuya primera función es controlar el territorio, si ha de merecer el nombre. El meollo de la cuestión es la ampliación de la frontera cocalera, algo que subyace el conflicto en el Tipnis, donde prevalecerán los pretorianos cocaleros del Presidente.

Traen a la memoria las republiquetas que en los quince años de la Guerra de la Independencia acosaron a los ejércitos coloniales. Hoy tenemos unas contrabandistas en el altiplano, y parecen estar en gestación las republiquetas cocaleras, ejemplo son las de La Asunta y Yapacaní. Han llevado al ridículo de que el comandante de las FFAA pida garantías para ejecutar, como brazo armado, políticas estatales.

Ya se nota el aserto de Filemón Escóbar, ex asesor del Presidente, de que “la lucha contra el narcotráfico es falsa, es una gran estafa”. Lo corroboran dirigentes de la zona tradicional de producción de coca en Yungas; hace poco advirtieron a Evo Morales que “al último va a ser difícil controlar la coca ilegal y lo hemos apoyado para que vaya erradicando…”. Yo creo que hay una gran mamada cocalera: el cato de coca por cabeza, controlado por ellos mismos. Es el origen del “entrampamiento con el narcotráfico” al que alude “Filipo” Escóbar.

El Día – Santa Cruz