El mar: la mayor vergüenza boliviana

Nino Gandarilla Guardia

NINO_thumb_thumb Que no te la charlen con el tema del mar, para recuperarlo hay que saber la verdad. Lo vendieron los altoperuanos encaramados en el poder central, con sus cómplices en Perú y Chile.

El 1ero. de mayo de 1877 Andrés Ibáñez, el revolucionario federalista-igualitario es fusilado junto a sus fieles seguidores en la frontera con Brasil (Chiquitos). Para ello se había movilizado hasta Santa Cruz toda una división del Ejército Boliviano.



Dos años después Bolivia pierde la guerra del pacífico. El poder central había tenido una reacción militar rápida y prepotente contra Santa Cruz, pero al poco tiempo cayó con manos corruptas y traidoras ante las tropas y la geopolítica chilenas. El mar boliviano fue vendido por los traidores de la política altoperuana de una manera vergonzosa y criminal, donde todo fue un fraude y por ello no llegaron las tropas de refuerzo a la Batalla del Alto de la Alianza.

Los cruceños, no obstante el abandono del centralismo déspota pusieron la cara por el país. Su ejército se había reagrupado organizando un cuerpo de caballería denominado “Escuadrón Velasco”, con un efectivo de más de trescientas plazas equipadas por el propio vecindario y al mando del Cnl. Héctor Suárez Velasco. Las matufias del estado altoperuano hicieron que en Tacna se disuelva el flamante escuadrón y sus tropas pasaron a engrosar la unidad llamada “Libres del Sur”. La historia oficial dice que los “Libres del Sur” era integrado por “jóvenes voluntarios de Chuquisaca y Potosí”. Así Bolivia ignora el sacrificio y la sangre del militar cruceño.

Por si esto fuera poco, el municipio de Santa Cruz de la Sierra fue el único que contribuyó económicamente a la guerra, con el pago de diez mil bolivianos y esto tampoco se reconoce.

Es más, cuando el gobierno envía un representante para responder con la “no rendición” a los invasores chilenos, en marzo de 1879, se elige al Comisionado Menacho, cruceño, que fue desaparecido por el enemigo y también olvidado por la historia boliviana. Sin embargo se hace honores al “mas borracho de todos” (véase “La leyenda de Avaroa, de Daniel Pérez Velasco. Se adjunta).

Para la batalla del Campo de la Alianza (26 de mayo), la más importante de la Guerra del Pacífico, los cruceños habían sido distribuidos tanto en el ala izquierda como en el centro. “La reserva estaba conformada por la 4ta. División peruana al mando del Coronel Mendoza, más los escuadrones bolivianos Coraceros, Vanguardia de Cochabamba y Libres del Sur, que obedecían directamente al Coronel Heliodoro Camacho” (…) Al centro de la línea se encontraba la 2da. División boliviana, compuesta por los batallones Grau, Loa, Chorolque y Padilla, al mando del Coronel Acosta; la 5ta. División peruana, formada por los batallones Arequipa y Ayacucho, al mando del Coronel Herrera, que fungía de reserva. Dos cañones y dos ametralladoras cubrían esta ala, que fue puesta al mando del Coronel boliviano Miguel Castro Pinto…” (Oblitas).

“Presentábase la batalla con sombríos augurios para los chilenos y era cerca del medio día cuando pasándose la voz de la confianza los dos jefes de línea de la alianza, Camacho en la izquierda y Castro Pinto en el centro, ordenaron un ataque general sobre las debilitadas y rotas a trechos líneas del ejército chileno…” (Vicuña Mackena).

Este fue el ambiente donde nuestros muchachos y oficiales pelearon, lejos de sus hogares: “El centro, donde obraba con más vigor la artillería enemiga, ofrecía el espectáculo de un confuso hacinamiento de nubes bajas, unas blancas y otras cenicientas, según que las descargas eran de Krupp o de ametralladoras. En el costado izquierdo, donde el combate era más reciamente sostenido, no presentaba sino una densa oscuridad, impenetrable a la vista, pero iluminada de momento a momento, como cuando el rayo cruza el espacio en una noche tempestuosa. El tronar era horrible, o más bien, no se oía más que un trueno indefinidamente prolongado…” (Narciso Campero).

Más tarde, el número y el equipo de los invasores se impone y hasta los veteranos “Colorados de Bolivia”, del ala derecha, son vencidos. Chile, Bolivia y Perú los habían matado.

Cinco mil combatientes de ambos lados quedaron tendidos; entre ellos los nuestros. “Durante todo el día las ambulancias han recorrido las alturas de la alianza y a cada instante pasan camillas con heridos de las tres nacionalidades…” (Alberto del Solar). Destacaron los médicos cruceños Bailón Mercado y Zenón Dalence, la valiente enfermera cruceña Ignacia Zeballos auxilió a los heridos, siendo la única mujer en el lugar de la batalla.

Durante la contienda, el cruceño Cnl. Miguel Castro Pinto, Jefe de los Libres del Sur, comandó el centro de la línea de batalla; luego fue abandonado por Bolivia y prisionero de los invasores. También fue olvidado por la historia altoperuanista.

Castro Pinto nació en Santa Cruz de la Sierra el 29 de septiembre de 1828, hijo del Dr. Rafael Pinto y de doña Balvina Castro. “En abril de 1880 marcha al teatro del a guerra con la nueva división de reserva que ha formado el general Campero (…) goza de prestigio y ascendiente en el ejército, a mérito de su saber humanista, su preparación militar y las prendas de su conducta moral. Aprobado el plan de resistir al ejército chileno en los corredores de Tacna, el general Campero asigna al coronel Castro Pinto como comandante en jefe del cuerpo que debe operar en el centro de la línea de combate” (Sanabria).

Cuando se lee “Historia Secreta de la Guerra del Pacífico”, de Edgar Oblitas Fernández, el lector puede comprobar que Bolivia es un lugar donde los patriotas son llamados traidores, los héroes son encarcelados y fusilados; pero si fuera poco, los verdaderos traidores se hacen presidentes y dan sacrílegos golpes de estado cuando el país está invadido por el enemigo.

“Aniceto Arce había trabajado incansablemente para llevar adelante sus planes. No ha escatimado medios ni perdido oportunidades en la búsqueda de su objetivo. Estaba obsesionado por conseguir la ruptura de la Alianza Perú-Boliviana para luego plasmar la de Bolivia con Chile”.

“El cerebro gris que operaba en Bolivia entre bambalinas no era otro que Aniceto Arce, maquiavélico y temerario acaudalado minero que se puso a órdenes del capitalismo anglochileno para salvar sus intereses económicos a cualquier costo, incluso el de la traición”.

El objeto de esta traición la dio a conocer el ex prisionero coronel Benigno Eguino en sus memorias: “Marcharía yo a Tacna con el pretexto de conseguir mi canje, pero en realidad, con una misión secreta de operar un movimiento político, mediante el cual el general Daza sería reemplazado por el comandante en jefe del Ejército boliviano, coronel Eliodoro Camacho, quien, rompiendo la alianza con el Perú, se entendería directamente con Chile para la inmediata celebración de la paz entre ambas naciones. Chile se quedaría entonces a entender solo con el Perú, que muy pronto sería aniquilado; y terminada la guerra, Bolivia obtendría los territorios de Tacna y Arica, a cambio del departamento de Cobija, que junto con la provincia peruana de Tarapacá pasaría a dominio de Chile”.

Camacho no fue presidente, el minero Arce también le ofreció la presidencia al general Narciso Campero y éste lo madrugó. “Campero era primo hermano de Gregorio Pacheco y socio en sus minas; a su vez, éste era socio de Aniceto Arce en la Huanchaca y otras minas”.

Parte de esta nauseabunda confabulación fueron las medidas de Campero en el final de la guerra. Inmovilizó al Ejército cuando debía marchar; se dirigió a Oruro a proclamarse presidente cuando debía ir al escenario de la guerra; la noche antes de la batalla final hizo desfilar de madrugada a los militares en sus acostumbradas circunvalaciones, para cansarlos; encendió fogatas para que el enemigo sepa su ubicación; cuando se presentó la hora de la batalla, y aún llegaban algunos cuerpos de la marcha anterior, desplazó a los jefes de División sin dar instrucciones.

Pero antes se había lucido más. Uno de los más valientes héroes de la guerra del Pacífico, el coronel Rufino Carrasco, que junto a sus oficiales y sesenta hombres a caballo (del “Escuadrón de Francotiradores”) habían logrado para Bolivia la victoria de Tambillos, por órdenes de Campero fue puesto en un calabozo y su escuadrón disuelto.

“Así pagaba la patria al bravo Carrasco, el único que había obtenido un triunfo para las armas bolivianas en aquella desgraciada guerra. Pero eso sólo era el comienzo, ya vendría la conspiración del silencio para borrar de las páginas de la historia su hazaña de Tambillos y, como vendría también el tiempo infame del fusilamiento de los Colorados de Bolivia”.

Los corruptos del gobierno del Perú también habían brillado. Sólo por dar un ejemplo, ante el pedido clamoroso del ejército peruano de dotación de municiones, les mandaron un barco lleno de suelas para zapatos.

Como resultado de la corrupción boliviana, chilena y peruana, quedaron tendidos en el campo de batalla cinco mil combatientes de ambos lados. Oficiales, soldados y ciudadanos heroicos que habían sido sacrificados por los intereses mezquinos. Entre ellos, varios héroes cruceños. La traición de Aniceto Arce fue premiada después con la Presidencia de la República. Cosas del centralismo altoperuano…

Pero no queda ahí. Si alguien hiciera la biografía completa del prominente político, abogado, escritor, periodista, munícipe y diplomático cruceño Dr. Zoilo Flores Aponte, el federalista que fundó la Masonería en Bolivia, de la línea peruana, se encontrará también con la historia del mar boliviano.

Oblitas Fernández, en la página 254 de su valioso libro, denuncia de manera expresa a la masonería dependiente de la matriz chilena, como origen de la conjura contra Bolivia durante la guerra del Pacífico.

Entre otras cosas dice: “Otro hombre escogido para la conjura fue nada menos que el propio Secretario General de Daza, doctor Rosendo Gutiérrez, prominente miembro de la masonería boliviana, dependiente de la matriz de Santiago de Chile, donde había permanecido varios años en servicio diplomático del gobierno de Melgarejo. Ya sabemos que Gutiérrez fue uno de los defensores más furibundos de los tratados celebrados por el Capitán del Siglo con Chile y Brasil. La relación que existía entre Arce y Gutiérrez era entrañable. Arce también pertenecía a la hermandad masónica y los vínculos que los unían eran profundos…”.

Ante la caída de Daza, en diciembre de 1879, Zoilo Flores decide retornar al país para prestar sus servicios en mejores condiciones, en las filas de la patria. Estaba en ello cuando “el gobierno del general Campero le acreditó ante el gobierno –del Perú- como representante diplomático. Tocóle en ese desempeño sobrellevar las horas tremendas de la derrota del Perú y su ocupación por el ejército de Chile”.

El ejército chileno le tomó como prisionero de guerra y fue conducido con personajes peruanos a la ciudad de Angol. En donde estuvo cautivo durante más de tres años (Sanabria). Después de ser liberado de su cautiverio en la Serena-Chile, y con el conocimiento de todo el aparato que se había montado para entregar el mar boliviano, el 11 de mayo de 1884, fundó en la ciudad de La Paz la Logia “Obreros del Porvenir” dependiente de la Gran Logia del Perú. Pero la historia de las dos masonerías y su influencia sobre los territorios del pacífico continuaría en el siglo siguiente.

En 1929, la Gran Logia de Chile hace su presencia en Bolivia para quedarse, esto ocurre en circunstancias en que Perú y Chile debían definir la soberanía de Tacna y Arica. En ese tiempo los dos estados vecinos realizaron campañas internacionales para incidir sobre la opinión de América en favor de sus intereses, “esa es la circunstancia en que la Gran Logia de Bolivia recibe su Gran Carta Patente”.

El pueblo boliviano, no sospechaba, ni sospecha toda esta maraña de intereses creados. El tema del mar boliviano es muy apasionante… y nauseabundo.

Yo mañana sólo me acordaré del héroe cruceño Miguel Castro Pinto y del Escuadrón Velasco. Trataré de ignorar el resto.