“¡Todos los días es lo mismo!”, es la queja de un ciudadano indignado: “Tantos bloqueos, cansan, aburren. Lastimosamente, el gobierno no pone solución, la gente no puede ir a su destino de trabajo porque tiene que atravesar bloqueos, conflictos”.
La Paz. Las fuerzas del orden desbloquean la Plaza del Estudiante y el Ministerio de Salud, ayer. Hay decenas de heridos y 3 detenidos tras protesta de la COB y Medicina. Foto La Razón
Impotencia, rabia y resignación ante la ola de marchas y bloqueos
Perjudican al país, y son actos atentatorios contra un país pobre que tiene que producir y tiene que salir adelante.
REPORTAJE. Por MARGARITA PALACIOS
La Paz, 25 abr. (ANF).- Impotencia, rabia y resignación. Son los sentimientos que embargan al ciudadano paceño ante la maratón de marchas, paros y bloqueos que paralizan día a día el centro de la sede de gobierno.
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“¡Todos los días es lo mismo!”, dice Andy Terrazas, cansado de las protestas callejeras. Entra al trabajo a las ocho y media de la mañana, mira su reloj y se le llenan los ojos de lágrimas por la impotencia y el enojo. “Tantos bloqueos, cansan, aburren. Lastimosamente, el gobierno no pone solución, la gente no puede ir a su destino de trabajo porque tiene que atravesar bloqueos, conflictos”, se lamenta.
Según un sondeo de la Agencia de Noticias Fides (ANF) en el centro de la ciudad, el malestar de la ciudadanía crece día a día. Los paceños se muestran indignados ante la ola de marchas y bloqueos, que han convertido a La Paz en un ciudad intransitable, y la violación de su derecho a la libre circulación.
Pero a los promotores y protagonistas de las protestas no parece importarles demasiado el enojo ciudadano. “Estas marchas se van a radicalizar, vamos a prepararnos para la huelga general indefinida”, dice el secretario Ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Carlos Trujillo.
Según este dirigente, los conflictos, las huelgas, los paros, los bloqueos, son parte de la construcción de la democracia.
Un ciudadano de a pie, Mauricio Rocha, replica: “A pesar de que ellos tienen derecho a hacer paros, huelgas, nosotros también tenemos derecho a transitar; todos tenemos deberes y responsabilidades”, afirma.
En la Avenida 16 de Julio, Alejandro Quispe camina cojeando apresurado con el apoyo de un bastón para poder llegar a tiempo su destino: “Esto me indispone, es muy molestoso”, asevera.
Mujeres embarazadas son también víctimas de estas movilizaciones, como Lucy Chura, quien camina muy agitada, con un bebé de seis meses en el vientre, rumbo a su fuente de trabajo. “He tenido que sacar permiso, porque no se puede llegar a tiempo”, se queja la futura madre.
Gente humilde y señores de terno y corbata. El caos no respeta condiciones sociales. Todos se ven obligados a ensuciar los zapatos recién lustrados para conseguir transporte, como Héctor Bustillos, quien corrió diez cuadras desde la Avenida Arce. “Es una vaina. Ya estoy tarde, pese a que hay algo de movilidad, todo está lleno”, se lamenta.
Muchos como Germán López no están de acuerdo con ningún paro: “Perjudican al país, y son actos atentatorios contra un país pobre que tiene que producir y tiene que salir adelante”, dice, y aprovecha para quejarse del trato de los transportistas. “Los minibuseros son raza aparte, discúlpeme la expresión”, cerciora
Maestros, médicos, trabajadores, indígenas. Todos están en la calle, reclamando algo. Y la situación, lejos de amainar, parece empeorar. Según un reciente informe de la Fundación Unir, el nivel de conflictividad ha aumentado significativamente en los últimos meses, con 97 conflictos y 242 manifestaciones solamente en el mes de febrero.