Se ve nacer, se ve morir

Daniel A. Pasquier RiveroDANIPASQTodo transcurría sin novedades. Carnaval como siempre, alegre, sencillo y a todo platillo. Cuchuquis y borrachos por doquier. El masazo se dio en la FEXPO días antes. Atónitos vimos una testera mezcla de verdugos y perseguidos, como si nada hubiera pasado. Palabras de reconciliación, de reencuentro. Alguna doblada de espinazo, estuvo demás. Pero, así es el poder del dinero, aquí y en todas partes. Una vez más, no es la primera, algunos cruceños diremos, dolidos, aunque no vencidos. Santa Cruz seguirá adelante, se escribirá una nueva historia. Menos heroica, menos gallarda, menos elegante. La historia de los pueblos no suelen ser lineales. Una Santa Cruz muere, dando paso al nacimiento de otra.Nadie imaginaba cómo sacudir la modorra. Sin embargo, en pocas horas, un rayo a la cúpula de San Pedro pareció señalar el estremecimiento mundial con la noticia. El Papa Benedicto XVI anunció la renuncia a su ministerio, al cargo de Obispo de Roma y Vicario de la Iglesia Católica. En plena libertad, consciente de sus actos y de su trascendencia. Fijó fecha y hora tras la cual se retirará a la vida en claustro, para acompañar a la Iglesia con su plegaria: la mayor arma a la que recurre el cristiano, en especial cuando está solo ante Dios y su consciencia. Antes que el Vaticano la hiciera oficial, Giovanna Chirri, periodista de ANSA, entendió lo que el mismo Papa leía al final de ese Consistorio convocado para tratar sobre tres beatificaciones. Entendía perfectamente latín y no le cabía duda de lo que era testigo, pero el profesionalismo se impuso y consultó. La primicia recorrió el orbe traducida a todos los idiomas, como correspondía al nivel intelectual del Ratzinger académico, tratándo un asunto grave para la Iglesia. Apegado estrictamente al Cánon 332, inc. 2 del Código de Derecho Canónigo, donde se trata específicamente al tema de la renuncia, y lo expuso en latín, que es como usar matemáticas, deja muy poco, si algo, para las interpretaciones. Pero no faltan los audaces. Se remontaron, cuando no, a especular hasta sobre el fin del mundo. Sorprende, lo recurrente. En un siglo de confianzas racionales, al menos eso era el siglo XX, se vuelve de nuevo a las irracionalidades. Solo en París se calculan en cerca de un millón de personas que buscan regularmente a lo esotérico para orientarse antes de tomar alguna decisión. Otros, seguros de estar forrados de argumentos más que de fantasmas, saltaron a “interpretar” en todos los tonos lo acontecido. La ignorancia del hecho religioso es casi una característica del mundo moderno, que ha traído, llamativamente, mayores grados de violencia e intolerancia, no solo religiosa. Se procura poner en duda la importancia del mensaje cristiano para toda la humanidad; se trata de disminuir el significado de la Iglesia para la economía de lo terrenal; la influencia en creyentes y no creyentes; en situaciones ridículas hasta presenciamos el intento de sustituir a Dios por la figura deificada de algún caudillo. Así, no podía faltar, porque los hay bien intencionados, la opinión de los que, desgraciadamente, “no ven nada más allá”. Pero eso, es como hablar de luz a un ciego de nacimiento. Con serenidad, es posible detectar en la mayoría la influencia de una cultura donde el relativismo alcanza niveles de ficción, donde apenas se distingue lo real. Para millones Hulk existe, Madagascar es posible y el Código da Vinci es la nueva versión de las Sagradas Escrituras. Ese es el nuevo misterio, una sociedad que ríe todo el día delante de la tele, durante años, sin saber quien duerme con quien ni cómo o de qué viven. Alguien lo dijo, da la impresión de que nadie está preparado para comentar un hecho como el de la renuncia del Papa, cuyo antecedente más próximo data de hace 600 años. Por otra parte, políticos de talla mundial, escritores, artistas, intelectuales, obreros y la gente más sencilla han coincidido en reconocer “el coraje” y “la humildad” del Papa en reconocer sus limitaciones para ejercer el cargo en un mundo de enormes exigencias. Realizó más de 24 giras internacionales en menos de ocho años; escribió cuatro Encíclicas señalando profundamente los males y los remedios para nuestro tiempo. Cumplió con su magisterio y con su papel de pastor. El Papa conoce como pocos, que no necesita a nadie para que le “acepte” la renuncia (Canon 332) y, menos, que todo el mundo esté de acuerdo. No se retira a escribir sus memorias, como gusta al jet set. Es probable que pesa en su ánimo el recuerdo de Juan Pablo II, dando ese otro ejemplo de ofrecer dolor y sacrificio hasta el límite. Conoce Ratzinger lo que eso significó a la administración de la Iglesia y el Estado Vaticano. Cabe presumir que, lo manifestado tan clara y sencillamente como motivo para su renuncia, corresponde a la verdad. Ante el notorio debilitamiento de sus fuerzas físicas y hasta espirituales en los últimos seis meses, con sentido de responsabilidad, a él también le corresponde en derecho “determinar el modo” “de ejercer ese oficio, según las necesidades de la Iglesia” (Canon 333, inc. 2). El 28 de febrero a las 20.00 hrs. cesará en sus funciones. Cuanto no quisiéramos que el paso dado fuera imitado por tantas “eminencias” en los distintos campos de la sociedad, aferrados obsesivamente, diría enfermiza, a cargos, por lo demás, tan efímeros. Y aunque no se retiraran a una cartuja, al menos, dejaran de hacer tanto daño. Donde cunde el dolor, el sufrimiento ajeno, no hace falta mucha sensibilidad espiritual para reconocer que el tiempo se te ha vencido. «Como un trueno en el cielo sereno ha resonado en esta aula su conmovedor mensaje», reconoció un Cardenal. Sí, lleno de enseñanzas. Como el último mensaje en su twitter @pontifex_es. en castellano, el domingo 10: «Confiemos siempre en el poder de la misericordia de Dios. Todos somos pecadores, pero su gracia transforma y renueva nuestra vida». Se ve nacer, se ve morir (R. Otero).