Urge reinventar Bolivia

Jorge V. Ordenes L.

Jorge V Ordenes L Hace unos días encargaba yo a un amigo que había viajado a Buenos Aires que me trajera Historia de la literatura hispanoamericana del crítico peruano y profesor de literatura hispanoamericana de la Universidad de Pensilvania, José Miguel Oviedo. Se trata de cuatro tomos editados en España. Al día siguiente el amigo me llama para decir que en una librería importante de Buenos Aires le habían dicho que la importación de ese título estaba prohibida por la autoridad. Mi inmediata reacción fue de total incredulidad que un país tan importante culturalmente en Sur América, como Argentina, estuviese sufriendo semejante desatino gubernamental. Por supuesto que debo cerciorarme si tal prohibición es realmente cierta aunque de ninguna manera veo razón para que mi buen amigo diga una cosa por otra sobre un asunto sencillo, rutinario e inofensivo. Pero si la versión es cierta, algo grave está pasando con el mandato populista del actual gobierno argentino. Prohibir la importación de libros, cualquier libro, es un atentado serio contra la libertad de información y por lo tanto contra la libertad de expresión que no puede ser más que condenable y por supuesto inaceptable. Pero retornemos a la necesidad de reinventar.

La imaginación inunda de fantasía a la realidad a fin de infundirle el ánimo y la audacia de manifestarse; además, la arropa y acicala de símbolos que gestan en ella el ánimo de lanzarse, vestida de domingo, a la alameda de apreciaciones del ser humano, su progenitor y razón de ser. Así, la fantasía es rostro y, por aquello de la importancia de la forma que es la vanidad inherente al ego humano, viene a constituirse incluso en el bastidor de la realidad. Es la forma medular en que el humano, desde tiempo inmemorial, alcanza a tolerar la realidad implacable que el misterio (la Verdad) le ha espetado con la mudez más elocuente. La fantasía, sea en forma de mito, culto, leyenda, expresión rupestre, creencia, superstición y hasta, en algunos casos, superchería, ha sido siempre el bálsamo que atenúa la angustia metafísica del humano ante la incógnita de su razón de ser en la historia, es decir, en el universo.



Eumelo de Corinto, siete siglos antes de Cristo en su Batalla de titanes, narra épicamente, es decir imaginariamente, patrióticamente, la historia de Corinto que hasta entonces carecía de un pasado entronizado en leyenda, basando su imaginación en la historia de la heroica pero inidentificable ciudad de Éfira, justificando de esta manera el cambio de nombre con una muestra típica de genealogía inventada. Los historiadores griegos Heródoto y Tucídides inventaron buena parte de lo que narraron para gloria griega.

Los mitos griegos, nórticos, germánicos, mayas, meshicas, quechuas y aymaras, entre otros, son solemnes inventos. Digo "solemnes" porque rigen hasta nuestros días. En el caso de la mitología griega, la poesía concedió razón de ser a la estética que resultó moralizante y justiciera; caso único por lo majestuoso de su significado que en gran medida ha cuajado lo edificante de la cultura de Occidente, pese a todo. Sobre todo como esperanza. El Quijote, el Rey Arturo de los británicos, Martín Fierro, Pinocho, nunca existieron en la vida real pero si en la vida de los habitantes del planeta.

En la Europa moderna, por ejemplo, ha habido angustiados críticos del humano y su ámbito, como Miguel de Unamuno, Jean Paul Sartre, Ramón Pérez de Ayala, Marcel Proust, William Joyce, Thomas Mann, Milan Kundera, Margarite Durras, entre tantos otros. Pero también ha habido grandes elaboradores de lo positivo, como Benito Pérez Galdós, el gran narrador realista español, José María del Valle Inclán (gestor de la novela de dictadores del mundo hispano) y Umberto Eco entre otros, además de filósofos, científicos y técnicos que contrapesan significantemente los símbolos negativos de la ficción europea, sobre todo la deshumanizada. Es precisamente ese balance de lo negativo con lo positivo que ha sostenido el idealismo europeo. Sin idealismo no hay progreso. Sin progreso no hay ética ni menos leyes pertinentes a la mayoría votante que tanto las necesita.

En Iberoamérica no hemos alcanzado todavía el balance europeo emotivo en parte porque hay relativamente poca interpretación literaria del hecho, del mito heroico de nuestra historia y menos aún en nuestra literatura. Felipe Huamán Poma de Ayala es algo notable en este sentido porque resulta ser un nombre ficticio de unos cuantos religiosos españoles iluminados del siglo diez y siete americano que escribieron en nombre del indígena de modo que a éste cayeran laureles literarios e históricos… ¡y le cayeron! Fuera del Popol Vuh que sigue conformando parte del orgullo maya y por ende centroamericano; fuera de La Araucana de Alonso Ercilla que en buena medida ha conformado el temperamento chileno; y fuera de Martín Fierro de José Hernández que ha coadyuvado a conformar la actitud vital del argentino, en América, insisto, todavía hay poco… y está en nuestras manos, iniciativas mejor dicho, cambiar las cosas.

Por el momento parecería que nos persigue un afán hecatombista que más tiene de lapidario y desvirtuante de nuestra propia subjetividad. Baste adentrarse en la ficción de los narradores del "boom", como Cien años de soledad, La ciudad y los perros, Rayuela, La muerte de Artemio Cruz, El túnel, etc. para comprobar lo subjetivamente despedazados que se nos muestra. Jorge Luis Borges, Cantinflas, Leonardo Boff, el Papa Francisco, las mujeres de blanco de la Habana y los valientes oriundos del Tipnis nos reivindican, pero no es suficiente. Peor con la efervescencia e incluso la confusión política que existe con el histrionismo atrabiliario y costoso del socialismo siglo XXI que entre otras cosas tiene a Argentina con menos libros y a Venezuela sin mucho de comer.

La política también es una forma de arte y los políticos y el resultado de lo que hacen y no hacen está muy lejos de escapar de la corriente de negativismo que se ha venido a hacer consustancial con nuestra manera de interpretar la verdad y expresarla en realidades, la mayor parte repensadas para satisfacer apetitos inmorales. Políticamente se usa al adepto para luego abandonarlo en una miseria cada vez más cruel. Abunda la imaginación negativa: las promesas fantásticas (incumplidas) de la mayoría de los políticos bolivianos caben en el terreno de la superchería. De esa literatura y política negativas se amamanta diariamente y por desgracia el público, incluyendo por supuesto la juventud a la que tanto debemos por obligación aunque no por convicción porque nos paraliza la inacción sobre todo educativa que tanta falta nos hace.

Con todo, las paradojas y encontrones culturales, más la endeble capacidad de progreso de los que mandan, además de la anarquía de los mandados, presentan oportunidades sobre todo a la imaginación artística. La estética, la buena, está llamada a rescatarnos en vista de que la epistemología y la ética andan perdidas si no pisoteadas. Los protagonistas de éstas no atinan. Los artistas sí pueden atinar. ¿Por qué? Porque han atinado antes en la historia de las culturas. Esto porque urge forjar un balance entre un acontecer sufrido y una ficción reivindicatoria.

La sed de una interpretación de "vaso medio lleno" de nuestra realidad, en vez de "medio vacío", solamente la imaginación puede paliar, sobre todo la imaginación que mitifique lo que consideremos positivo, aunque sea inventado. Inventemos una gran parte de la moralidad que escasea en el devenir nacional. Será una forma de que, con el tiempo, se adopten como pautas eminentemente reales. Esto por lo auténticamente nuestras. Hagamos del "ekeko colla", por ejemplo, un dechado de leyendas, y de "los promontorios" benianos un bouquet de mitos. El tiempo y la imaginación de las generaciones futuras elaborarán lo positivo.

En Bolivia eclipsemos la carroña negativa de nuestra historia. Enaltezcamos creando en base a acciones como la Guerra de los pasos perdidos; las republiquetas y los 101 guerrilleros; las increíbles luchas, vicisitudes y heroísmo de los Muñecas; de Lanza que muere en la recoleta defendiendo a Sucre; de Arenales el de las catorce heridas; de Warnes; de Padilla, Camargo, Rojas y otros; de las batallas de El Pari, Ingavi, Iruya, Montenegro, Tumusla y otras ; de la conquista de Loén (conocida en Bolivia como Moxos y en Uruguay como la historia verídica del Beni cuando ha sido obra de imaginación del escritor beniano Nico Suárez); de la obra de los jesuitas (a los que yo invitaría a que reiniciasen actividades educativas, sobre todo de conservatorio y de educación terciaria, en algunas de las ex reducciones del oriente boliviano). La pasta de la Bolivia notable debería estar basada en la ficcionalización edificante de logros como los que menciono, entre otros, claro; y en nuestra capacidad de enaltecerlos en alas de la imaginación.

Yo creo que hoy más que nunca se hace necesario que mitifiquemos la acción de personajes representativos, desde el humilde hasta el poderoso. Esto porque es positivo e idóneo inventar tales personajes y sus circunstancias. El invento con una muchedumbre que lo aclame, siga, proteja y difunda, a veces contra viento y marea, puede llamarse ideología y/o superchería, aunque también puede llamarse obra de arte que convoque integridad y trabajo edificante.