Apuntes profanos sobre la ley

Andrés Canseco Garvizu

GARVIZU OK La Justicia no sólo es ciega, sino también limitada; sus dictámenes me resultan insuficientes cuando se miden ante la razón. Quien justifique y ensalce una actuación únicamente por estar apegado a la ley, expone su escasez reflexiva y su estrecha visión del mundo.

Sacralizar un fallo o ley (inclusive sea ésta una constitución) cual una deidad es precisamente a lo que me opongo. Todo en esta existencia terrenal —y más allá también— puede ser objeto de cuestionamiento, revisión y hasta supresión. El legislador y el juzgador son falibles, pensar en sus decisiones y elecciones como algo perfecto es proclamar un absoluto que me espanta. No es casualidad que tanto el derecho, como la religión, logias y sectas, estén cubiertos en sus prácticas de rituales y formalismos que generan en algunos miembros de sus filas una emoción y un deslumbramiento del cual me alegra haber despertado en unos casos y no haberme acercado en otros.



La ley puede dejar de ser —en sociedades sin cultura genuina democrática— regla de convivencia que proteja al individuo de sus semejantes y del estado, sino una expresión de poder, un botín al que se puede asaltar. En países con débil institucionalidad no es tan complicado ganar parlamentarios que redacten o copien las normas más absurdas o abusivas y corromper magistrados y jueces que las avalen y las ejecuten. Tremendos saqueos y cuantiosas masacres se han consentido, apoyado y refugiado a la sombra de la ley. El ojo vigilante de la ley cómodamente se nula cuando el objetivo es un compadre o delincuente amigo y se vuelve un pesado ariete cuando se trata del contrincante

Existen leyes innecesarias. Por votos, demagogia y conveniencia, a veces los congresos y otros órganos del estado no son más que imprentas del mal, que se deforman y vomitan artículos, páginas y reglamentos. La sociedad juega sus cartas infaltables para empeorar la situación: demanda más control, exige más códigos y leyes ridículamente específicos. El municipio de La Paz aprobó en noviembre la Ley Contra el Acoso y Violencia Política hacia las Servidoras Públicas del Gobierno Municipal. Nótese la bufonada y redundancia con otras normas ya existentes. Es apropiado recordar a Adolfo Bioy Casares en unas líneas de Descanso de caminantes: “Ansia. Hay en el hombre un ansia de calamidades, aun de aquellas que le traerán su propia destrucción”.

Una peste a varios niveles. He visto ya demasiados mercenarios de traje, corbata y código (con las disculpas de los que de verdad son dignos) como para darles un toque honorable. Andan de carroña por ahí, tergiversando principios y valores, pactando con fiscales y jueces repugnantes. La repetición no ha hecho que me acostumbre; por el contrario, ha hecho que busque otra clase de métodos de pensamiento y reflexión para evaluar la conducta y de lo que es capaz el hombre. Por eso es que lo legal no me basta.

No proclamo el irrespeto total al orden, está claro que la civilización necesita un marco dentro del cual desenvolverse; lo que busco es una mayor crítica y un torrente de formulaciones que no emerjan de la fe en Temis. Que se entienda que los mismos incivilizados, necios e imbéciles que podrían hacer añicos el mundo sin normas, también pueden encontrar los modos para ampararse en ellas y cometer prácticamente los mismos desmanes.

Un acto reflejo no necesariamente debe ser malo. En este caso, a modo de defensa del individuo, y ante la ley (como titulara Kafka uno de sus relatos) y ante sus imperfecciones y las de sus manipuladores, el acto instintivo no debe ser la sumisión sino las preguntas. El rebaño silencioso puede ser dormido y devorado por el canto que ofrezca falsa seguridad.

Si la norma dice "Paga”, la respuesta es "¿Para qué?". Si dice "Haz", responde "¿Por qué? Si dice "Prohibido", salta con ferocidad un "¿Y por qué no?". No hay nada más dulce que restregar la rebeldía y las preguntas en el rostro del venerador del estado y de la ley.

El Día – Santa Cruz