Las revelaciones hechas por Marcelo Soza desde su refugio en Brasil, junto con las realizadas por Fabricio Ormachea en un video grabado por el FBI, desataron el más reciente ataque de furia y verborrea presidencial.
Evo Morales atacó a la prensa por difundir esa información -castigando una vez más al mensajero-, alegando que los medios de comunicación se convierten en “voceros de alguna gente comprometida con delitos”.
“Son actores políticos los delincuentes, yo diría que esa es la generosidad de la democracia, es la benevolencia de la democracia, que hasta quienes cometen delitos son actores políticos”, añadió.
Las palabras del presidente cocalero merecen varios comentarios. Primero, que los “delincuentes confesos” de los que habla fueron promovidos al estrellato político por su persona, ya que su gobierno los encumbró a funciones de alto poder: zar antiterrorismo Soza y zar anticorrupción Ormachea. Es decir, que son “sus” propios delincuentes confesos.
Segundo, el hecho de que ambos hayan confesado operaciones de extorsión no puede ser una barrera para que la prensa olvide las delaciones con las que estos criminales develan los manejos de sus jefes y socios en el delito. Es como si se pretendiera que un juez ignorara el testimonio comprometedor de un reo contra sus compinches.
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Tercero, al hablar de la “benevolencia de la democracia” Morales da a entender que magnánimamente concede a los medios el permiso para cubrir estos temas. Su Alteza parece ignorar que la libertad de prensa es un derecho natural e inalienable y que no depende de su buen o mal humor.
Cuarto, la queja contra los “delincuentes que se vuelven actores políticos” podría ser un boomerang que se vuelva contra quien la profiere y otras personas de su entorno. A buen entendedor pocas palabras…