El perfil autóctono

Carlos Herrera*

HERRERA OK ¿Por qué hay países que crecen y avanzan, y otros que ni crecen ni avanzan sino que más bien retroceden? Ensayemos una brevísima explicación, pero intentando apuntar bien. En los países latinoamericanos (que es donde no se acaba de salir de la pobreza y la violencia nunca) el mayor problema lo constituye el mismo pueblo, la propia sociedad. Usted remueva de un plumazo a todos los políticos y gobernantes actuales para sustituirlos con otros nuevos, y la historia de corrupción, saqueo y medianía volverá a repetirse una y otra vez.

El asunto en verdad es mucho más grave de lo que la gente piensa, porque va más allá del tema de los políticos, hasta llegar al asunto de la educación popular, de la "cultura social", para decirlo de una forma más apropiada.



¿Y qué es esto de la cultura social? Pues nada más ni nada menos que las actitudes, los valores y los conocimientos que prevalecen en un amplio porcentaje de la sociedad.

¿Cuales son algunas de esas actitudes? Para comenzar, la más completa indiferencia por el conocimiento y la verdad científica. Una prueba de esto es que en nuestros países se fiscaliza poco o nada a las universidades. Bolivia es el caso típico. No se sabe a ciencia cierta casi nada sobre sus resultados, no hay datos ni estadísticas confiables y tampoco se sabe si su trabajo se acomoda a las necesidades sociales, es decir, si la oferta de carreras y estudios acompaña inteligentemente el desarrollo nacional, o si están en sintonía con lo que pasa en el mundo. En otras palabras, hay una indiferencia olímpica sobre la calidad de la formación de los que serán los futuros capitanes de la nave nacional.

Otro ejemplo, la pésima actitud con respecto al éxito de las personas. A los bolivianos nos resulta más fácil aceptar al político venal que se ha enriquecido ilícitamente, o al comerciante contrabandista (a estos los vemos hasta con admiración) que al empresario que ha hecho su fortuna con trabajo y esfuerzo denodados, generador de empleo y capaz de asumir riesgos por cuenta propia (a éste se lo tiene por explotador o a lo menos por evasor).

Con los valores sucede algo parecido, nos escandalizamos por el caos y la irracionalidad del tráfico, pero pocos respetan las normas de tráfico. Ponemos textos solemnes sobre la propiedad privada en las Constituciones, pero nada más precario en Bolivia que este derecho fundamental moderno. O firmamos acuerdos que mañana desconocemos con cinismo.

Pensamos también que todos tienen que pagar impuestos, pero pocos asumen este asunto por cuenta propia, sin embargo de lo cual todos quieren calles pavimentadas, alumbrado, parques, colegio público y centro médico gratuito en la vecindad.

Es general también la creencia que los sectores populares (muchos de los cuales son comerciantes bien establecidos) tienen el derecho, por su condición de pueblo llano y raso, a tener regímenes impositivos diferenciados, como si estos bolivianos no demandaran del Estado lo mismo que los demás. Más bien son ellos los que más gasto le ocasionan al Estado, porque además de ser un sector mayoritario, son los de mayor crecimiento demográfico, lo cual supone que el Estado debe invertir más recursos para satisfacer sus necesidades de infraestructura, educación y salud.

¿Por qué entonces no están ellos también obligados a tributar con equidad? Pues porque vivimos con los valores del oportunismo, la mentira y la hipocresía; no con los de la verdad, el respeto y el esfuerzo común.

¿Y cuál el grado de conocimiento que nos distingue como pueblo a los bolivianos? Para responder a esto hagámonos unas preguntas ¿Cuáles son nuestras contribuciones a la cultura universal, además de unas notas andinas melancólicas, unos taquiraris alegrones y un carnaval colorido y mojado de cerveza? ¿Será que hemos aportado al conocimiento científico alguna verdad innovadora? ¿O tal vez hemos inventado una máquina que ha revolucionado la industria en algún campo? ¿O tenemos escritores de talla universal? Si miramos nuestra historia con objetividad, veremos que a duras penas tenemos el conocimiento y la industria para explotar los recursos que la naturaleza nos ha dado pródigamente, cuando hay pueblos (como el israelí) que apenas tienen una superficie árida y desértica para su subsistencia, pero que son capaces de exportar vegetales y frutas a Europa, además de haber desarrollado energía atómica, lo mismo que una industria aeronáutica de calidad mundial. Y todo eso porque se toman el asunto de la educación y el conocimiento en serio.

Nosotros, por el contrario, no sólo hemos hecho gala de falta de conocimiento productivo, también nos ha faltado la noción política correcta de la historia, esto es, lo que el saber político moderno enseña como lección de la historia, de suerte que no hemos podido crear las condiciones políticas necesarias (Democracias Representativas liberales) para empujar nuestro desarrollo y más bien estamos enfrascados en un campeonato de elucubraciones seudo-filosóficas, cuya verdadera nota distintiva es la esterilidad, porque no es con cambios constitucionales milagrosos, ni con la ayuda de mesías circunstanciales, o por el mero cambio en la organización del poder territorial (autonomías territoriales) como se llega al progreso, sino con un orden donde las libertades y la institucionalidad democrática sean el eje central del sistema social.

Una brevísima síntesis para terminar: para progresar hay que tener, además de los valores y las actitudes correctas (que nosotros no tenemos) un marco de organización política que conozca la exacta relación entre ley y libertad, esto es, entre obligación individual y derecho a la libertad personal. Es decir, una organización que permita la libertad individual pero que suponga también un orden y unos límites a la libertad, tal y como los auténticos Estados de Derecho. Un orden además basado en la más amplia participación popular en las decisiones del Estado, algo que sólo es posible si se desarrolla un verdadero tejido institucional democrático, que es lo que define a las democracias modernas, y que permite la diseminación del poder político de una forma auténticamente democrática, disminuyendo su peligrosidad.

Ahora bien ¿Por qué es importante un orden de leyes? Porque hace la vida previsible, es decir, crea un marco de convivencia civilizado donde impera la racionalidad y no la fuerza corporativa o el capricho del gobernante de turno, como en los Estados populistas.

Lo que las leyes hacen es delimitar el espacio para el ejercicio de las libertades y la conducta social general, amén de dar las pautas de organización para la administración del Estado, y esto precisamente es lo que hace previsible la vida: uno sabe de antemano cuáles los derechos y obligaciones propios, y cuales las de los demás, incluidas las de la propia autoridad.

Lo que esto dice es que en un Estado de leyes las personas saben a qué atenerse con anterioridad a los hechos. La ley democrática no es por tanto un formulismo sin trascendencia social, es, más bien, una de las llaves del progreso. Será bueno entonces mirar un poco hacia adentro, en vez de tanto palabrerío hueco sobre justicia y política, para ver si hallamos alguna pista sobre el por qué de nuestra pobreza y nuestro subdesarrollo.

*Abogado