Más de 1.000 pandinos volvieron y viven bajo la sombra

La masacre de Porvenir del 11 de septiembre del 2008 dejó huellas que aún no se borran en la memoria. Muchos de los que pidieron refugio retornaron. Solo 32 familias recibieron refugio en BrasilSe juntaron en el puente de La Amistad, a metros de Bolivia, de sus casas y de las familias que dejaron en Cobija. Fotos: Rodrigo Urzagasti ROBERTO NAVIA – [email protected]Hay un grueso número de bolivianos que decidió encarar una vida con un perfil bajo, abrazando el anonimato y metidos en poblaciones o en zonas rurales recónditas, allá donde el ojo del poder político o jurídico no amenace sus noches de sueño.Después del 11 de septiembre del 2008, cuando se enfrentaron campesinos afines al Gobierno y a la prefectura de Pando, más de 1.000 compatriotas que moraban en Cobija y otros municipios, cruzaron la línea fronteriza y se internaron en Brasilea y Epitaciolandia (Brasil).Salieron con la ropa del cuerpo por temor a ser detenidos, puesto que el Gobierno acusó y detuvo al prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, y varios de los que estaban en la vereda de la oposición y cerca del Comité Cívico escaparon porque con los militares patrullando las calles de Cobija, había corrido la voz de que una larga lista de detenciones se estaba ejecutando.Investigaciones realizadas por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) emitieron un informe señalando que el hecho había sido planificado y llevado a cabo por personal de la Prefectura del departamento de Pando y del servicio de Caminos de Bolivia, todos supuestamente bajo órdenes del prefecto de dicho departamento Leopoldo Fernández. El ex prefecto pandino, antes de ser detenido y después desde la cárcel de San Pedro de La Paz, siempre enfatizó su inocencia. Casi seis años después, aún no tiene sentencia.Pero el tiempo pasó y solo 32 cabezas de familia culminaron el trámite y consiguieron el estatus de refugiados, el resto retornó paulatinamente a Bolivia. Agachaditos, sin que nadie lo note, golpeando las puertas de algún familiar que vive en un rinconcito del país, hasta acomodarse en un trabajo que después se materializa en un aserradero o albañilería, agricultura o comerciante, trabajando de sol a sol, sin exponerse a las actividades públicas para evitar que alguien los apunte y les pregunte si son amigos de don Leopoldo Fernández o si tuvieron algo que ver con la masacre en El Porvenir.Los refugiadosEn la galería de una casa de Brasilea, al frente de Cobija, cinco bolivianos con la credencial de refugiados, son los que revelan sobre la suerte que emprendieron muchos de aquellos compatriotas que en su momento buscaron cobijo en Brasil y que luego retornaron para convertirse en una especie de hombres o mujeres fantasmas.La casa es de Ana Melena, la expresidenta del Comité Cívico de Pando y junto a ella están Roger Zabala, que trabajó en el gabinete de Leopoldo Fernández y que ahora es presidente de los refugiados políticos; Huáscar Miguel Aguilar Jordán, que fue senador de la vieja república hasta el 2006;Oscar Ricardo Shimokawua, exvicepresidente del Comité Cívico de Pando; Erasmo Soria Suárez, que era prefecto de El Porvenir justo cuando ocurrieron los asesinatos.Ana Melena construyó su casa con el dinero que consiguió después de vender una parte del terreno que tiene en Cobija, donde está construida su antigua vivienda y donde después del 11 de septiembre detonaron explosivos, sin que hasta la fecha se sepa quién fue el autor de ese hecho.Melena vio de cerca a esa masa humana de bolivianos que cruzó desde Cobija hasta Brasil y que ahora ya no está. Sabe que marcharon en silencio, sin dejar huellas, hacia las profundidades de una Bolivia que de ellos ahora no se da señales de vida.Roger Zabala asegura que muchos no regresaron ni a Pando, sino que contactaron familiares en otro departamento donde no llegue la persecución. “Si hay algunos que están en Cobija manejan un bajo perfil y no se sabe la vida que llevan, están a sobresaltos en las zonas rurales”, detalla.EL DEBER se contactó con uno de esos bolivianos que vive en una especie de tribu del anonimato. “Solo diga que estoy bien. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Sin asistir a fiesta de cumpleaños ni pertenecer a comparsas ni directivas”, dice vía Skipe, sin revelar el lugar donde se encuentra ni cómo se llama. “Estoy en algún lugar de Bolivia”, afirma con aplomo.La vida de los que se quedaron en Brasil se bate entre dos puntos opuestos: Por una parte, tienen la seguridad que el Estado brasileño les brinda, de que por muy cerca que esté Bolivia de ellos, nadie puede cruzar la frontera para detenerlo, pero por otra parte, el pan del día se lo busca cada quien, como también el techo y el trabajo.Roger Zabala da clases de portugués y español en un instituto técnico. Pero para llegar a tener una estabilidad económica, tanto él como otros refugiados pusieron a prueba su creatividad.Algunos vendieron comida y otros bebida, hubo quienes prepararon horneados, pusieron una peluquería o un karaoke.El exprefecto de El Porvenir, Erasmo Soria Suárez, junto a su esposa preparan horneados típicos del oriente boliviano y si bien ahora tienen una panadería, cuando empezó a buscarle al negocio se lanzó a vender salteñas en la calle y después él salía montado en su moto con una canasta de pan para ofrecer a los brasileros.Oscar Ricardo Shimocawa, ingeniero forestal de profesión, en Bolivia tenía un aserradero y una empresa consultora. “Al comienzo fue bastante traumático aquí”, dice, pero lanza una sonrisa archivada porque sabe que el viento empieza a correr a su favor. Ha montado una pequeña fábrica de muebles y tiene esperanzas.A pocas cuadras de la casa de Ana Melena existe un restaurante con el nombre de Pollo Manía. Su propietario se llama Toni Franz Gómez, es boliviano y refugiado político. “El mejor pollo de Bolivia está en Brasil”, dice con orgullo. Le fue tan bien que tiene planes para poner una sucursal en la ciudad de Río Branco y, aunque suene loco, proyectar otro en Santa Cruz de la Sierra.Huáscar Miguel Aguilar Jordán es refugiado pero no por lo ocurrido en El Porvenir, sino por haber denunciado el contrabando de mercadería que ingresó al país en más de 30 camiones. “Yo era director de la zona franca, alerté a las autoridades nacionales sobre el hecho y días después supe que llegaron fiscales desde La Paz para detenerme. Él cruzó a Brasil, en aquellos días en que otros bolivianos retornaban a Bolivia para vivir en el anonimatoFuente: eldeber.com.bo