La explosión de la burbuja

Claudio FerrufinoClaudioCompré en Cochabamba una pierna de chancho para el almuerzo. Costó casi 45 dólares. Recordé que cuando tenemos invitados en Aurora, Colorado, compro dos -diez kilos- por 30. Encuentro ilógica la relación cuando el sueldo mínimo es mayor en los Estados Unidos por cinco o por diez. Luego, mirando la profusión de comederos de todo tipo en la avenida América oeste, donde se iniciaba la zona rural en mi infancia, me enteré que el metro cuadrado allí cuesta 1.000 dólares. ¿Quién puede comprar un metro ganando doscientos por mes? Aparece entonces el fenómeno del narcotráfico, y cómo esa camada de inservibles llamados cocaleros ha inflado los precios gracias a ingresos delincuenciales y a que no tienen obligación alguna con el estado boliviano. No pagan impuestos y encima las crías reciben bonos por esto y por lo otro. Va delineándose una sociedad de villanos y de mendigos. Bonito futuro.No me causa escozor romántico ver a lo que se conoce como el “pueblo”, mujeres de pollera y hombres con abarca, en un restaurante lujoso. En condiciones normales podría parecer que al fin el país va convirtiéndose en un ente igualitario. Pero, observando la opulencia con que tragaban los platos, los carromatos de lujo que cargarían con su falsa humildad y los dos pesos de propina dejados al camarero (equivalentes a tal vez el 0,01 por ciento de lo consumido), razoné que hay una nueva élite en la oclocracia reinante. La vergüenza en Bolivia es ser honesto, trabajar y aportar al fisco. Lo respetable y fervientemente plurinacional es hacer lo contrario.Por un lado. Por otro, niños de 8 a 12 años suben a los micros para vender chicles. Una niña que debiera estar en la escuela ofrece un puñado de tubos con gelatina. Un pasajero compra uno, lo absorbe como con aspiradora y el plástico a la calle, a engrosar los millones de bolsitas que a diario se arrojan en las calles y se mezclan con excremento seco, humano y canino, para dar ese tono grisáceo al jardín de la república.Precios irreales; fortunas insólitas; analfabetismo; apabullamiento del derecho ajeno; ningún respeto por la ley; mentira tras mentira acerca de la Bolivia potencia, de la Bolivia nuclear. Algún momento la burbuja que el dinero extraordinario ha creado va a explotar. En ese momento se mostrarán las deficiencias que ni Juancitos Pinto ni Juanas Azurduy lograron llenar. No se invierte en infraestructura, a no ser aquella de circo y parranda. Cada oficina con sus burócratas asociados ha concebido ideas para lucrar de manera extracurricular. Motos secuestradas con o sin motivo en las calles, por un par de oficinas distintas. Largas marchas en busca del vehículo perdido. De ventanilla en ventanilla, sin rastro de la máquina -en papel- pero sabiendo perfectamente dónde está. Todo se arregla con dinero, con pago de multas jamás escritas y sin recibo. De 130 pesos bolivianos pagados por una moto habría que ver la partición del pastel y cuán alto en la jerarquía sube. Multiplicaciones mágicas que inventan millonarios y que no dejan un centavo a erarios municipal, provincial, departamental, estatal. Dinero criminal en manos de criminales. Después de trabajar una vida entera, un profesional boliviano puede esperar una jubilación de 200 dólares, con suerte. Y cómo no, si solo el 20 por ciento de la población activa aporta. El 80 por ciento restante, en el que se encuentran pobres de verdad que venden montoncitos de locoto, y traficantes, contrabandistas, chuteros, sicarios, cooperativistas mineros y demás especies endémicas, no pone nada. Se vive una peligrosa ficción imposible de ser mantenida sin límite. Quizá la vanidad de los jerarcas no contempla el fin. Es muy posible que la fuga masiva y futura hacia paraísos fiscales ya esté planeada. El problema es de los que se queden; los niveles de violencia se incrementarán y los de hambre también. Las disyuntivas han de ser trágicas, canten loas o chillen excitados los intelectuales miopes. El Día – Santa Cruz