Fausto Reinaga: un caso de megalomanía

Wálter I. Vargaswalterivargas_thumbEn el típico momento de impaciencia en que un columnista de periódico no sabe qué título poner a su texto estuve a un tris de titular a éste «Reinaga de moda”, sin reparar en que entretanto hablar del indianismo o indigenismo de Fausto Reinaga, ha dejado de ser funcional a las necesidades del Gobierno.La pose indigenista estuvo bien para el primer periodo; ahora corren otras necesidades. Lo cual no significa que no persista un trasfondo permanente, una atmósfera ideológica que explica la popularidad de regímenes como el actual. Y vaya si el caso de Fausto Reinaga es llamativo.Se acostumbra dividir su obra entre el nacionalismo y marxismo de la primera época, y el indigenismo o indianismo de la segunda. Pero en Reinaga hay, creo, una constante que está más allá de sutilezas ideológicas: el hombre padecía de una megalomanía poco menos que patológica.Si sus admiradores o estudiosos se despojaran del paternalismo con el que se acercan a la cultura aymara podrían ver este aspecto más interesante de este curioso personaje.Uno de sus primeros libros es una presunta biografía del Manuel Isidoro Belzu, que fue premiado en 1953, en un concurso convocado por la Alcaldía paceña, en medio de la euforia revolucionaria. Es un panegírico interminable, plagado de la típica verborrea de los libros de Reinaga, que termina de manera significativa: «…Belzu, el gran nacionalista revolucionario, el gran visionario socialista, el precursor profético de la revolución nacional de nuestros días, vive en mí… mi Belzu es lo que yo soy sin duda”.El libro lleva el texto de la premiación, y llama la atención que Augusto Céspedes haya sido el único miembro del «jury calificador” – como se decía entonces – que dijo que la obra no merecía ser premiada. Pero la opinión de Céspedes fue confirmada esos años por el célebre tata Quirós, que, con la libertad de pensamiento que lo caracterizaba, y que hoy es tan rara, puso en evidencia la tremenda pobreza intelectual del trabajo (se lo puede leer en La raíz y las hojas).Desde entonces y hasta su muerte Reinaga escribió y escribió de manera cada vez más grandilocuente y cómica; sería muy divertido mostrar con algunos otros ejemplos este proceso de deterioro intelectual, pero el espacio de esta columna no lo permite. Sólo diré que al final Reinaga dejó el cristianismo, dejó el marxismo, dejó incluso el indianismo, ¿y a qué puerto final arribó el gran pensador?, al «reinaguismo”, y nada menos que en estos términos:»…el campo de la batalla del pensamiento mundial queda definido en dos frentes, el pensamiento socrático y el pensamiento amáutico: cristianismo, marxismo e indianismo en un frente y reinaguismo en el otro frente” (La revolución amáutica, p. 16).No menos gracioso es el hecho de que siempre tuviera alrededor alguna gente que lo tomaba en serio. Como el ecuatoriano Humberto Mata, que escribió una biografía de Reinaga titulada (en aymara o quechua) Este sí es grande.Cómo no va a ser grande alguien que no tiene empacho en poner como título a uno de sus libros Sócrates y yo. A juzgar por las montañas que saludan militarmente a Reinaga en el siguiente párrafo, hay que presumir que también es obra del mencionado ecuatoriano: «Tu eres indio kolla omnivital y omnisciente, con principio de sí pero sin fin. El Pichincha, el Chimborazo, el Cotopaxi, el Tungurahua, una escuadra de cráteres te presentan armas Fausto Reinaga…” (Nº 1 de la revista Amauta, «órgano de la Comunidad India Mundial, p. 25).El vicepresidente (que el vicepresidente se ocupe de Reinaga para decir que lo admira prueba la frase de que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece) anunció, hace unos meses, que se iba a hacer una selección de escritos de Reinaga, y sé que la carrera de filosofía de la UMSA también andaba en algo así.Ya que la competencia por publicar libros canónicos está provocando repeticiones de las mismas obras yo sugiero que, más bien, se haga una colección de los autores estrambóticos y sumamente simpáticos que siempre han puesto el debido condimento a nuestra literatura, desde Villamil de Rada hasta Patricia Collazos, pasando por Neftalí Morón de los Robles. En ese panteón Reinaga brillaría sin duda con luces propias.Página Siete – La Paz