Francisco, el nuncio y el tirano

Armando F. Valladares*valladares02En uno de los más significativos lances simbólicos de la “ostpolitik” vaticana a favor del comunismo cubano, el pontífice Francisco recibió al tirano Raúl Castro y, en medio de sonrisas y amabilidades mutuas, estrechó largamente sus manos ensangrentadas, llegando a pedir al líder comunista que rezara por él. Es una escena escalofriante y estremecedora que, delante de Dios y de la Historia, marcará de manera indeleble el actual pontificado.“Como ya les he dicho a los dirigentes cubanos, yo me leo todos los discursos del Papa y sobre todo los comentarios que él hace. Y si el Papa sigue hablando así, comenzaré a rezar y volveré a la Iglesia. Y no lo digo en broma” (Página 12, Buenos Aires, 11-05-2015). Fueron éstas las frases pronunciadas por el dictador, que más llamaron la atención. Para no dejar dudas sobre la continuidad de su real pensamiento, el tirano reafirmó su condición de “comunista, del Partido Comunista de Cuba” (Radio Habana Cuba, 10-05-2015). Cínicamente recordó que los católicos cubanos pueden pertenecer al Partido Comunista de Cuba, como si en realidad no fueran posiciones doctrinales contradictorias y excluyentes. Y dejó escapar que había conversado recientemente con el tristemente célebre religioso brasileño Fray Betto, uno de los líderes de la teología de la liberación, amigo personal de Fidel Castro y autor del libro “Fidel y la Religión” (Vatican Insider, Roma, 10-05-2015).La alusión a Fray Betto, hecha tal vez inadvertidamente por Raúl Castro, es importante para conocer el trasfondo de las declaraciones en Roma del actual tirano. Fray Betto explicó a Fidel Castro, según se narra en el mencionado libro-entrevista, que la mejor táctica con los católicos no era perseguirlos y hacerlos mártires, sino integrarlos a la revolución comunista en torno de metas supuestamente comunes entre católicos y comunistas. Fidel Castro ya lo intuía. En discurso en la Universidad de La Habana, ya había trazado esa maquiavélica rectificación: «No caeremos en el error histórico de sembrar el camino de mártires cristianos, pues bien sabemos que fue precisamente el martirio lo que dio fuerza a la Iglesia. Nosotros haremos apóstatas, miles de apóstatas» (cf. Juan Clark, «Cuba: mito y realidad», Ediciones Saeta, Miami-Caracas, 1a. ed., 1990, pp. 358 y 658).Para poner en práctica esa rectificación estratégica, con la finalidad de hacer apóstatas, se llegó a reformar la propia Constitución comunista para permitir el acceso de los católicos al Partido Comunista, a través del tramposo artículo 54 que asegura el “derecho” de “profesar” y “practicar” “cualquier creencia religiosa” con tal de que se haga “dentro del respeto a la ley”… comunista. De esa manera, la Constitución abría las puertas del Partido a los católicos revolucionarios, que en Cuba llegaron a elaboraron una “teología de la colaboración”. El sacerdote René David, profesor de teología en el seminario de La Habana, en el documento “Por una teología y una pastoral de la reconciliación en Cuba”, hizo un llamado a “una reconciliación entre catolicismo y comunismo”, aclarando que éste último “debe ser considerado como una ideología en la cual el ateísmo de modo alguno es substancial, sino que constituye un accidente” (revista Chrétiens de l’Est, No. 51, 3er. Tr. 1986, supl. No. 11, p. 33).Es en la perspectiva de ese largo proceso de convergencia comuno-católica que se entiende que un líder comunista como Raúl Castro, sin dejar de ser comunista y perseguidor de los cristianos auténticos, pueda al mismo tiempo llegar a “profesar” una “creencia religiosa” que coincida con las metas del comunismo o, por lo menos, que no se oponga a esa ideología que es, a su modo, una religión satánica, de odio a Dios y a sus mandamientos.Entonces, la condición que está presente en las frases de Raúl Castro arriba citadas, para que se concrete su alegada “conversión” (“… si el Papa sigue hablando así…”), suscita el mayor estremecimiento. Implícitamente, Castro dice que afirmaciones de Francisco, que él se encarga de leer y de comentar con sus secuaces, estarían yendo al encuentro de los objetivos comunistas o, por lo menos, no entrarían en contradicción con ellos. Castro estaría eventualmente dispuesto a volver a una “Iglesia” que se presente delante de sus ojos, y según su entender, como diametralmente contraria a la doctrina de la Iglesia que llegó a declarar que el comunismo es “satánico” e “intrínsecamente perverso” (Pio XI, encíclica Divini Redemptoris).Sobre la real situación de opresión y miseria en Cuba, recuerdo aquí valientes declaraciones, “políticamente incorrectas”, del entonces nuncio en La Habana, monseñor Bruno Musarò, pronunciadas el año pasado en su región natal, Lecce y después de las cuales, por coincidencia o no, fue retirado de la nunciatura en Cuba y nombrado nuncio en Egipto:  “El Estado lo controla todo”, y “la única esperanza de vida para la gente es huir de la isla”, explicó el nuncio Musarò, describiendo la situación de degradación, penuria y opresión de los cubanos; y concluyó diciendo que, inexplicablemente, “hasta hoy, transcurrido más de medio siglo, se continúa hablando de la Revolución y se la alaba, mientras las personas no tienen trabajo y no saben cómo hacer para dar de comer a sus propios hijos” (Lecce News, 25-08-2014).Todos estos escalofriantes y estremecedores hechos levantan las más graves preguntas, no solamente sobre el dictador Castro y sus secuaces, sino sobre las intenciones de fondo de la “ostpolitik” de la diplomacia vaticana con relación al comunismo cubano, a sus objetivos y a sus metas. ¿Qué se pretende? ¿Hacia dónde se va? ¿Hasta dónde se pretende llegar? ¿Y cuáles son las consecuencias, para la fe y para la integridad de la doctrina católica, de estas actitudes tan disímiles con la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el comunismo “satánico” e “intrínsecamente perverso”?No es por acaso que durante la realización del lamentable Encuentro Nacional Eclesial Cubano de 1986, en el cual el Episcopado cubano pasó del diálogo y la colaboración rumbo a una coincidencia con el comunismo en sus propias metas socioeconómicas, el entonces arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro Meurice, llegó a reconocer: «Nos consideraban una Iglesia de mártires y ahora algunos dicen que somos una Iglesia de traidores» (cf. «La Voz Católica», arquidiócesis de Miami, 14 de marzo de 1986).Sobre la “ostpolitik” vaticana hacia el régimen castrista, en el destierro cubano se han escrito libros describiendo paso a paso ese lamentable proceso. Dos de esos libros, “Dos décadas de acercamiento comuno-católico en la isla-presidio del Caribe” y “Cuba comunista después de la visita papal” se pueden bajar gratuitamente en formato PDF. Yo mismo he tenido la obligación de conciencia de escribir decenas de artículos sobre el tema, de una manera al mismo tiempo firme, pero documentada y respetuosa, ejerciendo un derecho que todo laico católico tiene, porque la Iglesia no es una cárcel para las conciencias de sus hijos.El  balance del encuentro de Francisco con el tirano es dramático para los cubanos que, dentro y fuera de la isla, se oponen a la dictadura castrista y anhelan la libertad de Cuba. El tirano Raúl Castro prometió “convertirse” si continúa vislumbrando coincidencias, desde su punto de vista revolucionario, con discursos y comentarios del pontífice Francisco. Mientras tanto, en sentido diametralmente contrario, recuerdo con emoción que el motivo de conversión de centenas de presos políticos cubanos, entre los cuales me incluyo, fue oír en la siniestra prisión de La Cabaña, en los comienzos de la revolución comunista, las heroicas exclamaciones de jóvenes católicos que en el “paredón” morían gritando “¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!” Eso ocurrió hasta que los comunistas, percibiendo que la sangre de mártires es semilla de nuevos cristianos, comenzaron a amordazar a los jóvenes que eran conducidos al “paredón”. Es lo que narro en mi libro de memorias de 22 años de cárcel. No fue en vano que lo titulé “Contra toda esperanza”, recordando la frase llena de fe de Abraham, citada por San Pablo, y que no podía ser más actual para los cubanos amantes de la libertad: “Abraham, habiendo esperado contra toda esperanza (…) no desfalleció en la Fe” (Epístola a los Romanos, 4-18 y 19).*Escritor, pintor y poeta, pasó 22 años preso en las cárceles políticas de Cuba