Desventuras del paternalismo

VARGASWalter I. Vargas*Un fantasma recorre Sudamérica. Es el cansancio de varias de sus sociedades nacionales ante la majadería seudosocialista que se apoderó de buena parte del subcontinente. Desde el colectivero déspota venezolano hasta el obrero y la guerrillera jubilados del vecino Brasil, pasando por el doctor en economía de Ecuador y la progre ex sexi argentina, todos han comenzado a preocuparse del destino de sus sueños autoritarios.Pero en el caso boliviano, dadas las características especiales del país, el asunto ha adquirido matices que están postergando más de la cuenta la decadencia. Se trata del coctel volteador compuesto de amor al buen salvaje y redentorismo socialista, que ha hecho que en su momento el país entero babee de entusiasmo ante el marginado racial que, supuestamente, por primera vez en la historia tenía la oportunidad de ejercer el poder.Ahora los antiguos admiradores de Morales se han revuelto dolidos ante las intemperancias dictatoriales del Presidente. Personajes singulares, tanto internacionales, como Leonardo Boff y Boaventura dos Santos, como locales (Xabier Albó), se han mostrado asustados. Recuerdo a una conocida pintora de origen esloveno que, allá por 2005, a tiempo de ceder la reproducción de unos cuadros de Evo Morales para ilustrar una publicación, puso como condición que ésta no contuviera ningún ataque al Presidente, porque «lo quería mucho”. ¿Qué pensará esa artista ahora del primer presidente de la historia que se ha propuesto gobernar hasta morir? ¿Estará por lo menos extrañada?Pero a decir verdad, esto no debería sorprender, si se revisa la historia del verdadero socialismo, el del siglo XX, en la URSS y Cuba, por ejemplo (Sartre reverenciando a Fidel o Bertrand Russell alabando las bondades del Soviet, guardando los años luz de distancia, por supuesto). Lo que de todas maneras siempre llama la atención de estas actitudes de los intelectuales es que siempre que eso ocurre no hay de por medio un mínimo mea culpa por haber contribuido a organizar despotismos más o menos implacables.La periodista que hace poco se ha visto perseguida y obligada a dejar su trabajo de oposición, por ejemplo, cuestionada por su responsabilidad en la situación política actual al apoyar inicialmente de manera entusiasta a dos personajes de comprobados vicios antidemocráticos, ha señalado que en ese tiempo Morales defendía las libertades, y por lo tanto era la izquierda, y ahora, claro, «se pasó a la derecha”.Se trata de una memoria corta por conveniencia que asimila la breve época de las dictaduras (producto de la guerra fría) a la forma de gobierno liberal, como si no hubiera todo un largo pasado de verdadera institucionalidad democrática (incluso un conocido periodista paragubernamental ha tenido la audacia cínica de llamar a los gobiernos de los años noventa «dictadura neoliberal”, después de haberse movido a sus anchas entre los «dictadores”).Por eso cuando el autoritarismo se saca la careta finalmente («vamos a hacer tal o cual cosa quieran o no quieran”, se escucha ahora con demasiada frecuencia en quienes prometieron gobernar obedeciendo) se apela a la muletilla de la «derechización del proceso”. Un desperfecto de educación política básica, me parece. Porque mientras se siga razonando de esa manera, no se habrá aprendido la básica lección de historia que señala que si alguna ideología política ha sembrado más despotismo en la historia moderna, han sido las casi infinitas y variopintas fórmulas de izquierdismo.En nuestras playas, en efecto, hay la curiosa y difícil tarea de erradicar la idea de que los gobiernos socializantes fueron o son los abanderados de las libertades. Esto incluso ante la flagrante prueba de la peor y más larga dictadura que existió jamás, la de los hermanos Castro en la desventurada Cuba.El socialismo ha muerto, pero los esquemas de pensamiento facilongos (del tipo izquierda-derecha, que ya es hora de abandonar en este inicio de nuevo siglo) subsisten. Al punto que si algún nuevo desaguisado nacional pusiera en la cresta de la ola a un remozado Felipe Quispe, por ejemplo, no sería nada raro que muchos lo apoyen como un depositario de la fuerza moral de las masas, pese a que, como su excompañero García Linera, es un confeso antidemócrata que en su momento optó por las armas.*Ensayista y crítico literarioPágina Siete – La Paz