El exceso de la palabra

toranzokCarlos Toranzo RocaEs usual oír decir que el que explica se complica, que el que habla mucho suele estar muy proclive al error y a la equivocación. También se dice que el que cae en el exceso del uso del verbo no siempre gana el respeto de todos. No obstante, el silencio tampoco es el mejor de los consejeros. Las palabras no siempre son buenas razones, menos aun cuando ellas se llenan de enojo o de adjetivos, o cuando ellas injurian sin razón, lo cual es muy frecuente en una cultura que es poco reflexiva, que primero juzga y, después, debería pedir perdón, pero no lo hace.Pero, a la vez, ¿cómo se puede explicar sin hablar? ¿Cómo se puede convencer sin recurrir a la palabra? ¿Cómo se puede ser comprensible en una sociedad de tradición oral donde la palabra escrita no es la norma? ¿Cómo se puede explicar sin recurrir la palabra oral? Bolivia es un país donde se escribe poco y se lee menos aún, la lectura no es la norma cotidiana de las personas, por tanto, el uso normal, la costumbre tradicional ha sido recurrir al discurso, a la palabra oral para explicar y convencer.La palabra oral es el centro de nuestra cultura, no lo es la palabra escrita. Esto es válido en los temas cotidianos como también en la política. Muchas veces el carisma sólo se puede desarrollar a través de la palabra oral. Las más de las veces, los políticos o líderes sociales que no recurrían al discurso eran poco oídos; en cambio, los grandes oradores han sido muy populares: el verbo era razón  explicativa, aunque los contenidos no siempre fueran los mejores.En esto Bolivia se parece a algunos países de América Latina donde muchos caudillos se han forjado a través de la palabra oral. No son escritores los grandes políticos, antes bien, son los oradores. Políticos parcos a la hora del uso de la palabra oral no siempre han sido muy queridos por la población, pues a la gente le gusta el discurso, el verbo cálido o la palabra incendiaria.No obstante, hay algunos líderes que no abusaron del discurso, ésos no fueron amados por la gente; sin embargo, algunos de ellos fueron muy respetados, pues llegaron a la estatura de estadistas, capaces de tener visión de país. Son pocos, pero en algunos momentos de la historia de Bolivia llenaron la política con tranquilidad, con actos de seriedad, sin recurrir al verbo fácil.De todas formas, en Bolivia debemos aceptar, sin remilgo, la necesidad del uso de la palabra oral. Nadie que desee estar cerca del otro puede permanecer callado, es necesario que realice una interlocución constante para tener una buena comunicación. Pero, esto no justifica caer en el exceso ni en el abuso de la palabra; si hablar es una necesidad, el exceso puede significar error, pues normalmente abre las puertas a la falta de respeto.Pero, tan grave como el uso excesivo de la palabra oral o, más grave   aún, es que ella no esté avalada por la reflexión, que no esté justificada y que no posea argumentación. Nadie que señale al otro con la palabra actuará correctamente si no posee argumento para sindicar, para herir o, simplemente, para afirmar algo sobre el otro. Muchas veces la palabra rápida conduce a caer en el error y, como es costumbre en el país, es difícil salir del error o reconocerlo, pues no tenemos la costumbre de la disculpa. La palabra no puede condenar sin aceptar que la justicia, que la ley, presume inocencia para todos, incluidos los que derrochan palabras. Quizás un buen camino para la vida cotidiana y para la política es no caer en la mala costumbre de acudir al exceso del discurso y a la palabra rápida.La autoridad se logra -muchas veces- con el silencio; en otras ocasiones surge con el uso pulcro de la palabra y con la disminución de la adjetivación. Pero, ante todo, el respeto emerge cuando la palabra está acompañada de argumentación, de fundamentación y no cuando ella vuela ágilmente sin dar espacio a la reflexión.Estamos cansados de líderes o de caudillos que hablan sin reflexión previa, estamos aturdidos por esa verborragia que acusa, que intimida, que promete y no cumple. Estamos avergonzados de ésos que creen que en el fluir de las palabras puede surgir una idea.Página Siete – La Paz