En el banquillo de la Corte Interamericana

puenteÁlvaro Puente CalvoHasta ahora todo era amenazas. Ante cada arbitrariedad, a cada despecho, por todos los vacíos judiciales, todos anunciaban que acudirían a los tribunales internacionales. Solo declaraciones, hasta que hoy vimos al famoso tribunal escuchando alegatos y preguntando a la defensa. Se ventilaba un caso real, aunque no los habíamos escuchado amenazar.Declaraban los que habían sido jueces del mayor rango, encargados de cuidar en Bolivia que se cumpla la Constitución. Entre ellos estaba un juez que se hizo famoso por una frase del estilo Choquehuanca, más lírica que real, sobre la coca. Frase y todo, siempre fue un hombre recto. No se doblegó. Correcto y limpio. El único que vimos realmente libre. Un buen día, este juez y sus colegas de tribunal tuvieron el atrevimiento de decir que una ley del MAS no era constitucional. Se levantó una polvareda de iras y altanerías ofendidas. En ese instante decidieron los parlamentarios oficiales retirar del medio a los insolentes y lanzarlos al vacío. No podían ni debían hacerlo, pero los arrojaron a la cuneta y despejaron la vía. Como eran los jueces más altos, no quedaba más apelación que la Corte Interamericana. Por eso los vimos ahí, ventilando a escala continental las bajezas judiciales criollas que les habían tocado.El papel más triste lo jugó la defensa. Daba pena. No tenía más argumento que la frase aquella del señor Cusi y la coca. No venía a cuento. Pero era el único asidero que encontró el Gobierno para defenderse. Luego, casi como disculpa, habló el procurador del fracaso de las elecciones judiciales. Ellas tenían la culpa de todo, aunque calló lo principal. No mencionó que los votos populares rechazaron la elección que hoy lloran. No mencionó que las autoridades se volvieron sordas cuando se contaban los votos blancos y nulos. No dijo que ellos nos obligaron a votar a ciegas y a fardo cerrado. No mencionó que ellos escogieron en nuestro lugar, uno por uno, a los jueces de los que hoy se lamentan. Menos insinuó que siguen ejerciendo felices los obsecuentes, los serviles, hasta los venales, pero que no pudieron soportar al único tribunal independiente.En medio de las tergiversaciones, las medias verdades y las mentiras, solo queda patéticamente desnuda la incapacidad oficial de comprender y de aceptar sus errores. Patético, porque si no los entienden, si no son capaces de verlos, por muchos años tampoco los podrán cambiar. Quizás por eso buscan otro periodo más, por si llegara el milagro de la conversión.El Deber – Santa Cruz