Una oportunidad laboral para las madres adolescentes

Álvaro Fuente

Estela Fabiola, alumna del taller, muestra su nuevo trabajo de confección. / Álvaro Fuente



Kimberly se encuentra sentada frente a la antojana de su casa en una comunidad rural cerca de San Juan del Sur. Tiene 15 años y es madre soltera. Está dando de comer a su hija de tres meses  como casi siempre, «fuera del ranchito. Tenemos el techo muy bajo y las chapas de zinc dan demasiado calor”.

Sonríe al ver llegar a sus antiguas compañeras de clase de regreso de la escuela, “hecho de menos mis clases, a mis compañeras, los buenos momentos juntas”, admite, “pero ahora soy madre y lo primero es mi bebé”.

Kimberly conocía a su novio desde la infancia, aunque comenzaron a salir hace dos años. “Tenía trece y él catorce, pero al cabo de unos meses me abandonó y enamoró a otra compañera. Al cabo de dos semanas me di cuenta que estaba embarazada. Él ya no quiso saber nada. Me enojé con él y conmigo misma. Yo quería seguir estudiando, capacitarme en Turismo y aprender idiomas. Me veía trabajando en algún hotel de San Juan del Sur. Él sigue en la escuela y yo la he tenido que abandonar. Es injusto”.

En América Latina y el Caribe se registra la segunda tasa más alta de embarazos adolescentes del mundo. Según Unicef, un promedio de 38% de las mujeres de la zona se quedan embarazadas antes de cumplir los 20 años y casi el 20% de nacimientos vivos en la región son de madres adolescentes. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) sitúa Nicaragua liderando la lista de tasas de embarazo adolescente y matrimonio precoz, por encima de Colombia, Ecuador, Guatemala y Honduras.

Nicaragua cuenta con un entorno de normas sociales teñido de machismo e inestabilidad matrimonial y, junto a los altos índices de pobreza, afectan directamente a la alta tasa de embarazo en adolescentes. Es el segundo país más pobre de América, con el 48% de la población viviendo por debajo del umbral de pobreza. El aborto es ilegal, sin ningún tipo de excepción, aunque la vida de la madre esté en un serio riesgo. En las escuelas y centros de secundaria no existe ningún tipo de educación sexual formal.

Algo que para Lilliam Reyes, presidenta de la Asociación de Mujeres Gaspar García Laviana, llega a impedir que la pareja se desarrolle personal y profesionalmente, sobre todo en el caso de la mujer si además es madre: normalmente interrumpirá sus estudios. Y explica: «Las niñas creen que lo único que pueden hacer es casarse o tener hijos por el capricho de salir del entorno familiar o por la necesidad de sentirse ya una mujer antes de tiempo”.

Entre patrones, telas, costuras y máquinas de coser, las jóvenes practican lo que algún día les podría proporcionar lo que tanto anhelan: ser autosuficientes

Por ello desde su asociación está ejecutando varios proyectos en las zonas rurales del sur del país, concretamente en la comunidad de Papaturro, donde una treintena de chicas jóvenes, muchas de ellas madres adolescentes, aprenden el oficio de la costura. “Después de abandonar prematuramente los estudios por su maternidad, necesitan poder estabilizarse económicamente, autogenerar empleo para aportar en la casa familiar, poder independizarse o sentirse útiles”, apunta Lilliam.

Kimberly es una de las alumnas del taller. Lleva casi dos años caminando a diario los cinco kilómetros que separan su hogar de la casa de la asociación de mujeres. “Me ayuda mi mamá con el cuidado de mi bebé, aunque a veces debe ir a trabajar al mercado de Rivas y me tengo que llevar a mi hija conmigo. Es un camino largo sin adoquinar y llego agotada”.

Muchas de sus compañeras están en la misma situación. Cada una con una historia diferente pero con el mismo final. Haydée tiene 16 años. Cuando se quedó embarazada su padre la echó de casa y se fue a vivir con su novio. “Fue muy duro para mi. Mi suegra me indicaba cada poco que yo no sabía cuidar a mi bebé y teníamos desagradables situaciones. Gracias a que mi papá me perdonó pude volver a mi casa. Mi novio se fue a trabajar a la zona franca de la frontera con Costa Rica y me ayuda en lo que puede. Pero algún día queremos tener nuestra propia casita y esta formación me dará la oportunidad que ser madre me quitó. Aunque solo vivo para mi hija, aún tengo sueños”, declara Haydée.

Entre patrones, telas, costuras y máquinas de coser, las jóvenes practican lo que algún día les podría proporcionar lo que tanto anhelan, ser autosuficientes. Muchas de ellas han tenido que dejar apartados sus sueños pero ahora se les presenta una nueva oportunidad. Kimberly, por ejemplo, quiere llegar a tener sus propias confecciones en alguna de las tiendas de ropa para turistas de San Juan del Sur. “Sería increíble llegar a ver a una chica extranjera con uno de mis vestidos. ¡Tiene que ser muy emocionante!”, apunta.

Lilliam subraya: “hay que mejorar notablemente la educación para poder cambiar las normas sociales establecidas, animar e incentivar a la juventud a plantearse otro tipo de proyecto de vida, que entiendan que madurar y ser adultos no es solo formar una familia, si no también saber labrarse un futuro”.

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Fuente: elpais.com