Macri: gracias también a los sopapos de Cristina

MENDIETA OKOKGonzalo Mendieta RomeroMe causó una risita sardónica, levemente irrespetuosa (luego me corregí, como buen andino circunspecto) la rudeza de la presidenta Cristina Kirchner con su sucesor electo, Mauricio Macri, a quien el kirchnerismo demonizó en los 12 años pasados. Cristina & Cía. acabaron promoviendo el éxito de Macri, entre otras cosas, también por la ciega ofensiva desplegada en su contra, porque hay veces que atacar es ayudar.En estos últimos días del justicialismo bélico, El País de Madrid reportó que después del encuentro de Cristina y Macri, en la residencia de Olivos, no se facilitó ni una ófrica salita para que el presidente electo argentino se dirigiera a la prensa. Según El País, el gobierno argentino saliente rehusó coordinar inclusive la usual formación de equipos de transición.Puede que los kirchneristas admiren en secreto a Macri para haberlo hecho un adversario más grande de lo que parece. Esto explicaría mejor tanto sopapo discursivo sin tregua.Quizás Cristina y su influyente retoño conozcan a un Macri diferente del que se presentó en mi casa por la TV, el día de su triunfo. Para desaliento de su barra (creciente en progresión geométrica), el discurso de Macri fue más bien modesto -para ponerlo en términos caritativos-, avaro en exhibiciones retóricas, políticas, emotivas o siquiera teatrales, aunque eso nada diga de cómo será su gobierno. Al baile Macri le dio mejor que a la labia.Pero los kirchneristas no pueden con ese aire de época de varios gobiernos de la región, incluido el nuestro. Van empeñados en gastar pólvora sin distinguir tigres de gallos, ni estos de otros gallináceos. En el socialismo del siglo XXI hay una indisimulada avidez de mostrarse corajudo, osado y amenazante, como fórmula monocorde y sin matices, válida en todo tiempo y lugar.Esa actitud delata simplonería. Y, a la vez, desnuda el ingenuo anhelo de gobernar libre de gente molesta que compita, critique o incomode. Porque los escenarios en que nadie perturba al que gobierna, cuando se dan, son el resultado de sangrientas batallas ganadas, no de vulgares y silvestres elecciones.Las tácticas, las maneras y las consignas son también contraproducentes a partir de cierto punto, en el que producen rendimientos decrecientes o negativos. Denostar con saña al enemigo para marginarlo de la legitimidad política funcionó en varios de nuestros países, dada la frustración generalizada por las políticas de ajuste de los años 80 y 90. La rabia de desamparadas masas sudamericanas empalmó de película con el papel de vengadores que se asignaron Chávez, Correa, Evo y Kirchner.Pero ese estilo comienza a cobrar daños por exceso de uso. La altanería que derrama y el autoelogio ad nauseam, por ejemplo, originan reacciones contrarias, no en sus adversarios, sino en el pedestre votante. En la Argentina esas reacciones fueron capitalizadas por el liberal Mauricio Macri, quien se erigió en el símbolo de ruptura con el régimen. Con menos pugilato al huevo, el kirchnerismo le habría entregado a Macri un menor apoyo de quienes, con su voto, buscaron hacer sentir su disgusto al gobierno peronista ¿El 3% que le faltó a Scioli estaba allí?La ofensa desbocada para pulverizar al enemigo político provocó así un efecto inverso al deseado. Siglos antes de la existencia de las campañas electorales modernas, un gurú ya alertaba que no había que dar lucimiento con el ataque, pues «ni conoceríamos a muchos si no hubieran hecho caso de ellos sus adversarios.”Es cierto que la política es un arte agonístico, de duelo eterno, pero en nuestros países va terminando la coyuntura en que el talante político puramente agresor con los contrincantes cumplió una necesidad social de desahogo. El éxito de esa receta ha sido tal que es hasta entendible que sus beneficiarios no acepten que se agota. Empero, para probar que ya no da más, paradójicamente veremos a otros perseverar en la ruta belicosa de Cristina y su hijo, que para colmo se llama Máximo. Igualito que quienes no fueron bautizados así, pero pucha que se creen.Página Siete – La Paz