Intelectuales de carne y hueso

Diego-Ayo1Diego AyoEmpieza a descollar una nueva intelectualidad andina/aymara que tiene más solidez intelectual y moral para enfrentar este siglo XXI que Evo.Considero que empieza a descollar una nueva intelectualidad andina/aymara que tiene más solidez intelectual y moral para enfrentar este siglo XXI que el líder máximo de la patria: don Evo Morales. Parto de la segunda tesis de que este tipo de profesionales y promisorios líderes, al tener muchas veces una visión crítica del gobierno, van a ser excluidos y/o incluidos en la historia, pero con «segundos” roles. Este es el efecto de la hiperconcentración del poder: líderes en potencia con más imaginación y formación que el Presidente quedan fuera, efecto de la eternización mesiánica. Conviene reconocer que estos nuevos valores bolivianos e indígenas se muestran cada vez más en diversos ámbitos: el de la arquitectura (con Freddy Mamani y sus casas andinas como él más famoso, pero no el único), biología, informática y/o estadística, áreas en las que el 85% de los estudiantes son aymaras. Ellos egresan de la UPEA y otras universidades de La Paz con cada vez mayor regularidad. Entre estos profesionales destaco a algunos que publican asiduamente en Pukara, dirigido por el prestigioso intelectual aymara Pedro Portugal, que verdaderamente me han llamado la atención por su intrepidez: critican de frente al gobierno y a los que quieren hablar por ellos. No lo permiten y critican los tres rasgos que han caracterizado a la intelectualidad indígena o a la intelectualidad no indígena que habla por ellos.

  1. La fantasía: por supuesto que puedo sonar pedante y descalificador si asumo en un párrafo el tenor fantasioso de algunos intelectuales. Creo que han realzado sólidamente la presencia indígena en el país, logrado politizar su avance, fruto de lo cual los ciudadanos de extracción indígena son actores de primer orden en esta historia en curso. Sin embargo, sus elucubraciones plagadas de referencias a la descolonización, a la reciprocidad, al chachawarmi y un largo etcétera de categorías altisonantes nos han privado de conocer a los verdaderos indígenas. En su afán de buscar adeptos a sus discursos rimbombantes -verdadero objetivo, las más de las veces, para incrementar su prestigio y posición económica- han terminado por idealizar la realidad, torciéndola a lo que quisieran que ésta sea y, por eso, privándonos de entender lo que pasa más allá de sus mentes revolucionarias. Téngase en cuenta que el verdadero aymara está más cerca de comer un pollo Copacabana que de un apthapi, a divorciarse que a realzar el cacareado chachawarmi (de los 14.000 divorcios anuales, casi un tercio se produce en El Alto, ergo: chau chachawarmi), a bailar reggaeton que cualquier danza milenaria, a lucrar con productos chinos importados que a producir productos propios como sus ancestros. Poco de esto se dan cuenta estos numerosos análisis que repudian de memoria a esta nueva aymaridad en ciernes. Incluso, mi siempre admirada Silvia Rivera queda superada con su categoría de «oprimidos” (recuérdese el título de su memorable libro Oprimidos pero no vencidos). «¿Cuál oprimidos?”, parecen responderle estos nuevos líderes aymaras, «nada que ver, si somos los mejores, somos quienes controlamos el comercio, nos compramos las mejores casas de la zona Sur, nos apropiamos de los mercados en Santa Cruz y un largo etcétera. Ningún oprimido, nada que ver”, parecerían afirmar sin rubor.
  1. La propaganda: este aspecto hace referencia a una intelectualidad de consumo internacional. Pregona la hermandad con los hermanos sapos produciendo espasmos de gozo en rostros usualmente arios. Es, además, una intelectualidad que reivindica lo indígena como pasaporte para copar cargos públicos, recibir fondos para hacer películas mediocres o publicar panfletos con plata gubernamental; (panfletos de aparente sesudez que siempre acaban dualizando el mundo con imperialistas queriendo quedarse con nuestros bosques, de un lado, e indígenas nobles [léase callados], alevosamente idiotizados [léase sin cerebro] y eternamente desprotegidos [léase el gobierno de Evo, paladín de la justicia, los va a defender], del otro). Pero no, esta nueva intelectualidad parece decir ¡basta!, ni callados ni cojudos ni desprotegidos. No hay duda de que no clasifican en esta última idea los famosos «movimientos sociales”, que sí encajan, a cambio de algunos «favores”, en los primeros conceptos vertidos, más próximos a una eterna victimización orgullosamente asumida en tanto fuente inagotable de fondos.
  1. El diletantismo: este tipo de indigenidad está siempre a la moda. Le encanta usar los términos en boga en el mercado académico. Se solazan con categorías siempre luminosas al ser proferidas en seminarios repletos de PhD(c), pero que no tienen ni principio ni fin al buscar ser implementadas como políticas públicas. Me refiero a la noción de interculturalidad, que algunos brillantes, seducidos por su talento, la adornan con más conceptos que convierten al asunto en un juego de palabras: transculturalidad, in-culturalidad, desculturalización y etcétera, todos léxicos de frondosos ensayos pero nunca de políticas públicas. Y a este academicismo de moda se suma una variante: el brioso concepto de «demodiversidad”. ¿Qué es?, ¿no serían mejores conceptos como el de oclo-diversidad, clepto-diversidad, o conceptos quizás más afines y menos propagandísticos? Tengo certeza de que sí, pues al final este concepto es hueco. Es una etiqueta frívola para vender una imagen-país antes que categoría seria para pensarnos. Y eso es lo que critican estos nuevos líderes del siglo XXI, a su vez, indígenas de carne y hueso.

Creo que aunque este gobierno se llena la boca con la noción de pluri-nacionalidad, su verdadera vocación es de ninguneo a líderes nuevos. La devoción por un hombre echa al olvido a mejores mujeres y hombres (en muchos sentidos), igualito de aymaras que don Evo Morales. Pero ya están ahí, firmes, dispuestos a hacerle frente en ese El Alto del que La Sole es sólo un ejemplo.Página Siete – La Paz