Artesanos bordadores ven el fin de su profesión por la invasión de productos chinos al mercado boliviano

Tomás Choque fue uno de los más destacados artesanos del país con el taller “Kollasuyo”. Ahora quiere vender su negocio por los estragos de la edad y la injerencia de telas asiáticas.

Artesanos bordadores ven el fin de su profesión por la invasión del mercado chino

Artesanos bordadores ven el fin de su profesión por la invasión del mercado chino

La mujer de Tomás Choque y su sobrina en el taller
La Paz, 16 de enero (ANF).- En una espléndida casa cercana al cementerio de La Paz, Tomás Choque –un hombre de apariencia corriente– muestra varios recortes de prensa amarillentos y desgastados. En ellos se le ve acaparando titulares, haciendo alarde del gran maestro bordador que fue en los años 80 cuando representaba a un gremio poderoso en el país.
Una foto de Tomás entregándole al Presidente Paz Estenssoro una máscara de morenada le hace recobrar la sonrisa que los achaques al corazón le han robado desde hace ya algún tiempo. “El bordador muere”, sentencia mientras sostiene la imagen con las manos temblorosas. “Hay una cosa de cuatro bordadores reales (en La Paz) los demás puros cotillones los llamo yo”, cuenta con cierto aire enojado.
Los artesanos dedicados en La Paz a bordar los trajes folclóricos de entradas como el Gran Poder o el carnaval de Oruro están en peligro de extinción por varios factores. Uno es la muerte paulatina de un sector conformado por hombres y mujeres que actualmente tienen una media de 80 años de edad. Otro es la falta de sucesores que quieran seguir su estela en un oficio sacrificado que requiere de dedicación y experiencia. Y la más reciente y devastadora para el sector, la injerencia del mercado de telas y productos chinos que abaratan exorbitantemente los precios y generan competencia desleal y destrucción del mercado local.
Un paseo por la calle Kollasuyo de La Paz atestigua esa realidad. Decenas de tiendas y amplias galerías atestadas de polleras y telas –muchas provenientes de China– relegan los talleres de artesanos a rincones y espacios reducidos de la avenida. Varios comerciantes reconocen que se abastecen de productos asiáticos porque son más baratos. Octavio Mamani, uno de los pocos bordadores que sobreviven en el lugar, admite que la competencia se ha vuelto insostenible.
Unos metros más arriba el taller “Bordados Kollasuyo” propiedad de Tomás se mantiene gracias al apoyo de su esposa y de sus sobrinas, que en vacaciones aportan su mano de obra pero que no tienen ningún interés en gestionar el negocio. “Es muy duro. Además a la gente ya no le importa si es bordado artesanal o es de mentira, quieren algo barato porque no valoran esto”, sostiene la joven.
La diferencia entre un traje artesanal y uno importado radica en la calidad pero especialmente en el precio. Uno tradicional de Kullawada cuesta alrededor de $us 600 mientras que si el material proviene del exterior se reduce a Bs 500, una diferencia sustancial.
En la asociación que presidía Tomás hace un par de décadas eran más de medio centenar de artesanos y ahora pueden contarse con los dedos de una mano. Incluso su taller también está a punto de ver el fin. Su esposa Andrea termina con precisión y esfuerzo los sombreros que lucirán los bloques de bailarines en el carnaval de Oruro. “Yo estoy muy cansada, ya lo hacemos con mucho sufrimiento este trabajo, estamos mayores”, dice resignada.
París Galán, integrante del colectivo que defiende las diversidades sexuales en Bolivia, se declara un asiduo comprador de “Bordados Kollasuyo” y extraña las épocas doradas del carnaval orureño en las que los bailarines danzaban con obras de arte sobre sus cuerpos.
“La invasión china es la que nos perjudica, todo viene bordado y aquí los artesanos ya no quieren bordar, cuesta más, se tarda más y cada vez te compra menos gente”, explica.
Hace dos años París intentó recuperar el legado que dejaron grandes bailarinas como la travesti Ofelia, de la que no solo heredó el papel “trans” en el Carnaval sino también su arte para bordar los trajes folclóricos.
“Yo aprendí a coser en el taller de Ofelia en Oruro y me dejó un baúl lleno de sus cosas. El anteaño pasado monté el taller de bordados Ofelia Galán aquí en mi casa, hice trabajar a diez personas, pero no hay gente que se quiera implicar de verdad”, lamenta.
Cleverth Cárdenas, investigador del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (MUSEF), asegura que el mercado chino está acabando con los maestros bordadores pero también con joyeros, convertidos en dinosaurios de la profesión o resignados a ser ensambladores de productos del exterior. “En joyería el material que llega de China no es plata, es metal bañado y parece real pero no lo es. Básicamente los artesanos ya han desaparecido. Está afectando bastante, muchos han perdido el trabajo o se han vuelto ensambladores”, apunta.
La asociación de conjuntos folclóricos del Gran Poder, el MUSEF y la asociación de bordadores de La Paz han suscrito recientemente un acuerdo para que el jurado del evento valore y premie los trajes hechos a mano. La intención es evitar lo que ya parece una realidad, la desaparición total de artesanos como Tomás que terminarán viendo cómo sus obras ya no brillan en eventos folclóricos ni en las paredes de un museo.