Evo va por todo

Hector_Schamis_1280x1178Héctor E. SchamisLa historia viene de tiempo atrás. Llegó a la presidencia en 2006 con la idea de perdurar, lo cual requería cambiar la constitución. En febrero de 2009 se promulgó la Constitución del Estado Plurinacional Boliviano, con cláusula de reelección inmediata por un segundo período. Luego de negociaciones en el Congreso, se acordó añadir una disposición transitoria con el fin de especificar que el período presidencial anterior—bajo la previa constitución—se tomaría en cuenta. Él no lo creyó del todo.Al texto constitucional también se le adosó el Régimen Electoral Transitorio, promulgado en abril de 2009, ratificando que al presidente en ejercicio le restaba solamente una segunda elección posible. Fue así reelecto en diciembre de aquel año con el 67 por ciento de los votos para cumplir un último período.Último en teoría, ya que en 2013 se postuló a un tercer mandato, siendo habilitado por el Tribunal Constitucional. La justificación de dicha autorización fue que anteriormente había sido presidente de “otro” Estado, ya que la nueva Constitución consagra el Estado Plurinacional Boliviano. Volvió a ser reelecto en 2014, otra vez con más del 60 por ciento de los votos. Desde el punto de vista institucional, sin embargo, la cancha ya estaba embarrada.Amante del fútbol, Evo Morales conoce la metáfora. Argumentar que su primer período fue en otro país usando un artificio semántico fue una bofetada en la cara del votante, tanto como en la cara del derecho internacional y los compromisos que le dan forma. Agréguese que la sentencia judicial en cuestión constituye, de por sí, una admisión de la ausencia de separación de poderes y una violación de la Carta Democrática de la OEA, a propósito de tratados internacionales.El rostro de la perpetuación, poco elegante, se ve todavía más feo en el espejo de los conflictos y fracasos de otras naciones de la región que ya han transitado ese caminoPues ahora Evo va por más, tal vez vaya por todo. Se trata de un referéndum por una nueva reelección, un tercer o un cuarto período, según a quien se le pregunte. La cuestión es que este domingo los bolivianos acuden a las urnas para determinar si Morales puede volver a postularse en la elección de 2019. De vencer en el referéndum y en la posterior eleccion, sería presidente hasta 2025. La cuenta es fácil, da la friolera de 19 años ininterrumpidos en el poder.Es menos fácil predecir el resultado del referéndum, sin embargo. Las encuestas dan un empate. Las que son favorables a Morales están dentro del margen de error, una diferencia minúscula. Ocurre que no existen las mayorías permanentes. Las preferencias electorales de una sociedad son dinámicas, una realidad difícil de admitir para quien concibe el poder en clave de perpetuidad.No hay más que ver lo sucedido en la localidad de El Alto, alguna vez bastión del oficialismo. Allí una protesta frente a la alcaldía derivó en un incendio con seis muertos y las sospechas puestas en el exalcalde, hombre cercano a Evo y a su vez preso con cargos de corrupción. La coincidencia no podría haber sido más desafortunada para el presidente. Tampoco es el único caso de corrupción que lo salpica.Llama la atención el apuro, un referéndum casi cuatro años antes de la elección, pero los hechos en El Alto lo explican. La tendencia es decreciente y esperar más tiempo para el referéndum bien podría significar la sentencia de una derrota. Aún Evo, el hombre que, gracias al boom de precios internacionales y una sensata política fiscal, transformó Bolivia, comienza a sentir el desgaste del poder.Para los sociólogos no hay misterio. Es el viejo tema de las externalidades de la movilidad social ascendente, cuando una sociedad ya no está satisfecha solo con más bienes materiales y aspira a otro tipo de activos: instituciones, transparencia, alternancia. En síntesis, ciudadanía. No siempre es la economía, estúpido.La ciudadanía se desdibuja cuando las reglas de juego se cambian a voluntad del presidente y para mantenerlo en el poder por dos décadas. El rostro de la perpetuación, poco elegante, se ve todavía más feo en el espejo de los conflictos y fracasos de otras naciones de la región que ya han transitado ese camino: la profunda crisis del chavismo, la pesada herencia de los Kirchner, el nepotismo de la familia Ortega y un Correa que, para buscar otra reelección, deberá divorciarse de un amplio segmento de su sociedad. Bolivia debe estar pensando en ello.Es que aún en América Latina, el caudillismo personalista, ese cliché siempre invocado, tiene un límite.El País – Madrid