Rocío Dúrcal, a 10 años de su muerte


Hace diez años que se nos fue Rocío Dúrcal. Para millones de admiradores suyos de España e Hispanoamérica (preferentemente México) su recuerdo aún permanece latente. Quienes la conocimos y quisimos, llamándola familiarmente Marieta, apelativo que le endosaron siendo niña viviendo con su familia en Valencia, no se nos va fácilmente de la memoria su figura, llena de simpatía y sencillez.

Condensando su carrera artística, protagonizó catorce películas, tres comedias teatrales, una serie de televisión y registrando algo más de medio millar de canciones contenidas en una cincuentena de álbumes, el último de los cuáles lleva fecha de 2004, «Alma ranchera», dos años antes de irse de este mundo. Vendió la friolera de cuarenta millones de copias, cifra no conseguida por ninguna intérprete española de su estilo. Muy variado éste, pues si en sus comienzos alternó la copla, el flamenco y la canción melódica, luego haría incursiones en el bolero y sobre todo la ranchera, a raíz de su colaboración con Juan Gabriel, en 1978.



Lo curioso es que Rocío no quería en un principio abordar el repertorio folclórico azteca, aduciendo que ya existían importantes artistas en ese género, como Lola Beltrán o nuestra María Dolores Pradera. Al final, aceptó estrenar composiciones de Juan Gabriel durante largo tiempo, surtiéndole este cantautor mexicano toda suerte de piezas que se hicieron muy populares. Hasta que la pareja tarifó estando por medio Junior, marido de la estrella y su director artístico. Según éste, Juan Gabriel se convirtió en un insoportable y caprichoso divo que se saltaba toda clase de acuerdos para, sobre todo en espectáculos cara al público, sentirse protagonista absoluto en demérito de quien, parece fue para él en su adolescencia un confesado mito, es decir, Rocío Dúrcal. Si los celos artísticos marcaron los últimos tiempos de esta pareja musical y él pasó a componer en exclusiva para Isabel Pantoja, también influyó en aquella ruptura los continuados rumores de que Juan Gabriel, notorio homosexual, estaba «colado hasta las trancas» por Junior, aunque no hubo nunca ningún tipo de relación sexual, a pesar de las falsedades vertidas por el secretario del mexicano en un libro biográfico faltando a la verdad, pues mentía respecto a la virilidad del marido de Rocío Dúrcal, quien negaba ser gay, aunque sí admitiera que tenía admiradores de ambos sexos.

Rocío Dúrcal | Archivo

Rota aquella colaboración con Juan Gabriel, Rocío siguió actuando tanto en México como en otros países de habla hispana con indiscutible éxito, más incluso que en España, adonde sólo venía para reunirse con sus hijos, actuando aquí en muy contadas y cortas temporadas. Hasta que empezaron los síntomas de la enfermedad que la llevaría a la tumba. Fue en el otoño de 2001 cuando le practicaron una histerectomía, extirpándole el útero. Tres años más tarde le descubrieron un cáncer de pulmón.

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Comenzó para ella un interminable calvario en las sesiones de quimioterapia, que indefectiblemente le causaron la pérdida constante de sus cabellos, lo que si en la intimidad, frente al espejo, le producía una comprensible sensación angustiosa (según confesaba su asistenta), cuando estaba rodeada de sus amigos procuraba quitarle importancia. Trataba de infundir ánimos a los demás, en la creencia de que lograría vencer la cruel dolencia que la atenazaba. Su primogénita, Carmen, era quien preferentemente se ocupaba de ella y de la relación con los médicos y cuantas gestiones acarreaban sus visitas y hospitalizaciones.

Rocío Dúrcal, pese a su admirable tesón, la dignidad con la que afrontó su triste final, hubo de soportar no sólo episodios durísimos de dolor, el aumento progresivo de peso dada la medicación a la que estaba sometida, sino también la penosa necesidad de trasladarse en silla de ruedas. Junior no soportaba aquella situación y tenía que retirarse donde nadie lo pudiera ver, entre sollozos constantes. Para superar la depresión que empezó a hacer mella en su ánimo recurrió a la bebida, error que siempre lamentaría. Instantes antes de morir, él se acercó al lecho donde descansaba el gran amor de su vida y le musitó estas palabras: «Siempre te he querido y siempre te querré». Lo contaría en su libro de memorias.

Rocío Dúrcal murió, a la edad de sesenta y un años, el viernes 25 de marzo de 2006, a las siete y cuarto de la tarde en su chalé de Torrelodones, a veintiocho kilómetros de Madrid, con una sonrisa en su rostro, como si con aquel definitivo gesto dejara para la eternidad el bello recuerdo de quien fue una mujer excepcional para cuantos la tratamos. Nunca tuvo un mal gesto con los periodistas. Era un encanto de persona y una artista completa, que cultivó variados géneros. Su descubridor, Luis Sanz, estuvo a su lado hasta que a poco de casarse con Junior éste la convenció de que rompiera la sociedad que mantenía con aquél. Porque si en los contratos figuraban ir «al cincuenta por ciento», en realidad él se beneficiaba del setenta, al quedarse también con su, en principio legal, veinte por ciento que le correspondía como mánager. Estuvieron unos años distanciados hasta que firmaron la pipa de la paz. Y Sanz se sintió muy afligido al desaparecer su querida Marieta.

Fue incinerada tal y como bastante antes de su enfermedad había manifestado a su familia. La mitad de sus cenizas reposan en la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en Ciudad de México. La otra mitad fue esparcida en el mirador de la casa de Torrelodones, donde el viento siempre hace acto de presencia. Y desde ese punto, Junior contempló muchos atardeceres, mientras se desvanecían los últimos rayos de sol, pensando constantemente en ella. Lástima que los dos hijos mayores del matrimonio, no así Shaila, la benjamina, llenaran de tristeza los años postreros de Antonio Morales, que era como se llamaba Junior, en sus reclamaciones judiciales en demanda de lo que les correspondía por herencia materna: unas propiedades en México, unas cuentas bancarias, algunas joyas valiosas… Cedió Junior ante esas presiones y desde luego la incomprensión de Carmen y Antonio, sus hijos. ¡Qué espectáculo dieron éstos…! Tendrían razón al reivindicar sus derechos como herederos, pero no de la forma y tiempo en que lo hicieron, conscientes del inmenso dolor que causaban a su padre, quien nunca, creemos, se manifestó codicioso, no repuesto aún de la muerte de su queridísima esposa. Rocío Dúrcal no se merecía ese espectáculo familiar.

Llegaron a un acuerdo, finalmente, aunque ya el corazón de quien fue un buen marido y padre (amén de su estimable biografía musical) estaba muy herido, falleciendo en 2014, a la edad de setenta años. Ocho años más tarde de que se hubiera marchado el gran amor de su vida.Fuente: www.libertaddigital.com


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