Fahrenheit 451; entre la luz y la ignorancia

fahrenheit-451Ruddy Orellana V.Érase una vez un país distópico donde la realidad transcurría en sentido contrario a una sociedad ideal.Donde los sueños se convertían en pecados y las pesadillas en obligaciones a cumplir.Un país donde el control social poseía un botón político que paulatinamente aumentaba la temperatura de la mediocridad y enfriaba las libertades democráticas.Un lugar en el que la mirada y el control del gran hermano desintegraban voluntades y aspiraciones. Miradas demenciales, ubicuas. Garras relucientes, afiladas, corruptas, mugrientas y con olor a muerte.Autoritarismo, acaparamiento y un afanoso sistema de anquilosamiento que ennegrecía la razón y la esperanza.Fahrenheit 451, es una novela que no sólo hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y se quema. Sino también a ese insoportable sofocamiento de los sistemas políticos mesiánicos e impostores que cuando imponen su ley, devastan y deterioran la armonía.En esa sociedad distópica, los bomberos tienen la obligación de quemar libros, pues según su Gobierno, leerlos imposibilita ser felices, los sume en una constante incertidumbre y los convierte en seres diferentes unos de otros, cuando en realidad deben ser iguales y tener una misma forma de pensar y actuar, similar a un rebaño de borregos, balando la sumisión.Pero con frecuencia la realidad supera a la ficción. La referencia de Fahrenheit 451 se acomoda a muchos episodios nefastos de la historia; la censura de libros en Estados Unidos, la quema de libros en la Alemania nazi, los Gobiernos de facto del pasado que imponían su poder a través de la muerte, y los del presente, defecto, que clavan su afilado dedo autoritario en el corazón del disenso y la multiplicidad de ideas.Fahrenheit 451, paradójicamente, es símbolo de libertad, de ironía y de crítica a sistemas de gobierno manejados por el ‘matador’. Del mandamás que tiembla como un ratón cuando hay redoble de tambores en las filas de los que se oponen a las cortapisas y reclaman su derecho a ser felices en libertad.‘La lectura provoca angustia en las personas y ahuyenta los cuestionamientos’ (sumisión y muerte por asfixia intelectual). Una forma de adormecimiento de la palabra que desemboca en una conducta orgásmica del monarca. El Big Brother se encabrona cuando hay desacato y balido ambivalente. Debe existir un silencio unísono y una ‘armónica’ aceptación.¡Grita, bestia inmunda!¡Hay que quemar los libros, hay que pulverizarlos, desintegrarlos hasta que no quede partícula alguna!La desdicha y la mordaza a cambio de la lectura de un libro revelador para evitar que se piense distinto, sin cuestionamientos y sin horizonte que discierna el bien del mal, ni que plantee la alternancia en el poder, para así hacer legítimo lo ilegítimo e imponer la tenebrosa figura del que pretende entronarse ad infinitum.El rostro afable de un libro abierto, es el prólogo de la felicidad y la libertad. Solamente la lectura y la lucha por salvar sus líneas, sus párrafos, sus páginas y sus secretos y que además, están deseosos de ser revelados, nos desasnarán y nos despojarán de mitos, de aparecidos, de chamanes, de brujos y de ególatras que predican la eternidad y que sin ellos la vida y el devenir valen poco más que una pipoca.Como ese subalterno del Ministerio de Cultura que sugirió, aún con la espuma en las fauces, borrar del mapa literario de este país las 15 novelas fundamentales de su historia. Descalificándolas, sin asco y sin pena, so pretexto de tener “miradas coloniales” y  de ser “puro machos” –sus autores-. Semejante exabrupto palidecería el rostro de Ray Bradbury, pero también corroboraría la urgente necesidad de reeditar una y mil veces Fahrenheit 451, para reivindicar la felicidad y el placer que se siente al leer un buen libro sin temor a que un desdichado día los bomberos toquen a la puerta y quemen las bibliotecas o descalifiquen los libros que a uno le hacen dichoso, con los cuales aprendió a diferenciar el rostro tullido de la mentira y la libertad a decir y hacer lo que manda la voluntad.Los Tiempos – Cochabamba