La política exterior según Donald Trump

cardenasEmilio CárdenasHasta hace poco, el republicano Donald Trump que -contra todos los pronósticos- pareciera estar ya en posición de obtener la candidatura presidencial de su partido, no había nunca delineado orgánicamente las líneas de la política exterior que adoptaría si, de pronto, llega a la Casa Blanca. Sólo había formulado algunos adelantos puntuales, muchas veces provocadores y generalmente en forma de diatribas o de mensajes casi explosivos. Para llamar la atención.No obstante, en una reciente conferencia en la ciudad de Washington, pronunciada el 27 de abril pasado en la sede de la influyente revista política: «The National Interest», Trump hizo una descripción bastante más extensa -y pretendidamente articulada- de su particular visión de la política exterior.Ella se podría resumir realmente en pocas palabras. En sólo dos: «Primero América». Esto supone que su concepción de la política exterior está edificada sobre la primacía absoluta de los intereses de su país. A la manera de lo que en su momento sostuviera el llamado «America First Committee», que abogaba a favor de que los EEUU se mantuvieran totalmente al margen de la Segunda Guerra Mundial, hasta que el ataque japonés a Pearl Harbor terminara con su prédica, desbandándolo en sólo tres días. Por todo esto, Trump desconfía de la globalización y demoniza a la libertad comercial.La visión de Donald Trump incluye la actitud de no iniciar aventuras en el exterior de aquellas a las que califica de fracasadas y peligrosas, como -sostiene- fueran las frustrantes intervenciones norteamericanas en Irak y en Libia.Para Trump la política exterior norteamericana ha «extraviado el norte» desde el fin de la Guerra Fría. Tan es así -arguye- que pocos países y líderes hoy confían en ella, incluyendo a muchos de sus aliados, sostiene.No obstante, Trump postula que, para poder reconstruir la confianza que cree ha sido extraviada, su país necesita indispensablemente tener siempre fuerzas armadas modernas y bien equipadas, que aseguren su primacía, razón por la cual no escatimará esfuerzos en ese sentido. El gran problema con esa posición es que cuando alguien vive siempre con un martillo en la mano, de pronto puede llegar a creer que todo lo que lo rodea son clavos.Pero, cuidado, Trump asegura que sólo desplegará a las fuerzas armadas de su país cuando el resultado positivo de la intervención que se ponga en marcha esté «asegurado». En otras palabras, cuando la victoria sea previsible, desde el inicio. A lo que agrega, luego de zarandear contradictoriamente a la diplomacia profesional, que no hay política exterior sin diplomacia, lo que, en el mundo en que vivimos, es casi una perogrullada. Confiando en las que, está convencido, son sus mejores habilidades personales abraza abiertamente a la negociación como instrumento central de política exterior. Es así.En lo que parece ser toda una definición en dirección hacia el aislacionismo, Trump sostiene que los Estados Unidos no tienen vocación por garantizar la paz del mundo, a cualquier precio. Y que aquellos países a los que su país defiende deben pagar el costo de esa defensa, que no cree que deba ser gratuita. De lo contrario, ellos -alerta- deberán tener que defenderse a sí mismos. No serán más, en sus propias palabras, «pasajeros clandestinos» o sea polizontes en la empresa común de la defensa.A todo lo que suma una posición con la que muestra su desconfianza respecto de las organizaciones multilaterales. Porque, cree, ellas limitan la capacidad de acción de los EEUU y hasta eventualmente lo obligan (como sucede, por ejemplo, con la OTAN) a tener que participar en eventuales intervenciones automáticas. Desconfianza que se refiere no sólo a lo específicamente militar, sino que es de índole general. Por eso Trump dice privilegiar la flexibilidad en el andar. Y hasta predica la necesidad de tener una cierta «imprevisibilidad» en las conductas. A la manera de Vladimir Putin, a quien admira.Refiriéndose a temas puntuales -y pegándole duro a Barack Obama y, por elevación, también a Hillary Clinton- Trump sostuvo que haber abandonado a Hosni Mubarak, en Egipto, fue un error norteamericano catastrófico; y que las malas relaciones de la administración actual con Israel son totalmente injustificables. También que China debería encargarse de destronar al peligroso líder de Corea del Norte, Kim Jong Un. Y que la balanza comercial de su país con China debería equilibrarse, de inmediato.Con relación a los países árabes del Golfo, argumenta que ellos deben «hacer más» por estabilizar a Medio Oriente. Sobre Irán, cree que ese país será -siempre- un enemigo de los EEUU. A lo que agrega una crítica fuerte al acuerdo recientemente alcanzado por la comunidad internacional con Irán respecto de su programa nuclear, al que califica de calamitoso, porque sólo difiere por una década la posibilidad de que Irán se transforme en potencia nuclear virtualmente autorizada ex ante a serlo, con todo lo que ello supone.En lo que es meridianamente claro es sobre el problema del llamado: «Estado Islámico», desde que predijo enfáticamente que «desaparecerá» si él es elegido presidente. «Rápidamente», dijo. «Muy rápidamente», agregó enseguida.Lamentando que en los últimos tiempos no se haya defendido a los martirizados cristianos de Medio Oriente, Trump enfatiza que, si efectivamente accede a la presidencia norteamericana, defenderá los «valores occidentales», por oposición a los «valores universales». No es lo mismo.A todo lo que cabe agregar el desprecio que Trump parece sentir por los latinos. A las críticas insultantes a los mexicanos acaba de sumar comentarios denigrantes que incluyen a la Argentina. Cuando llegue el momento de las urnas estas actitudes tendrán seguramente su costo.Hasta aquí, en síntesis, los vectores centrales de la que sería su eventual política exterior que el propio Trump acaba de exponer.Madeleine Albright, absorta ante la presentación de Trump, la tildó de inmediato de «simplista y llena de slogans, contradicciones y errores». Aunque, en rigor, lo cierto sea que al patológico Donald Trump lo que más cuesta es poder creerle. Tiene, por otras razones, la enfermedad que también aqueja a Hillary Clinton, la falta de credibilidad.La Nación – Buenos Aires