Los veintiséis bolivianos de Mercado

LCHRLuis Christian Rivas SalazarEn el programa de actividades de la 17ª. Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra fue presentando el libro: “26 Bs por un sueño. ¿En qué piensan y creen personas exitosas en Bolivia?” de Mario Mercado Callaú, trabajo que recoge entrevistas a personas reconocidas y cercanas al autor que pretende indagar sobre las metas y objetivos de veintiséis personas, como libro motivacional y de autoayuda.Queda muy claro que tener éxito no solo se refiere al orden de prosperidad material sino también alcanzar sueños superando toda clase de obstáculos donde uno compite, aspecto que puede dar un carácter heroico cuando se trata de competir en países hostiles al emprendimiento privado como es el caso de Bolivia. Por eso me llamó demasiado la atención la entrevista de Roxana López Martínez, orureña y emprendedora innata en Santa Cruz, que reconoce que desde pequeña le gustó el comercio: “Desde los nueve años, deseaba tener mi gran almacén para vender”, pero su familia no veía con buenos ojos que Roxana sea comerciante. Pienso que dicho prejuicio se remonta a la tradición judeo cristiana, luego católica, que ve en el comerciante una persona mala, ignorante, ambiciosa, que luego de comprar barato vende caro, por lo mismo se enriquece y por eso no podrá acceder al cielo.Esta forma de pensar de muchos católicos y ateos socialistas tiene su sustento en el famoso “Sermón de la montaña”, oración que nos dice: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, lo que ha dado curso al pobrismo, mentalidad que según Antonio Escohotado ha regido todo el pensamiento socialista. Hoy en día, Jurguen Klaric se sorprende al observar que la ambición es una virtud en Estado Unidos mientras que en Latinoamérica es un defecto.Los padres de Roxana se avergonzaban de ella cuando vendía bolos y gelatina, luego otros objetos después de llegar del colegio: “Mi madre llegaba en la noche y yo cerraba mi venta antes de que llegue. Un día, mi madre se dio cuenta de lo que hacía y se puso a llorar. Una parte de su llanto era porque mi madre se fijaba en el ’que dirán de nosotros’, porque yo atendía una venta en su casa”.Kiyosaki nos diría que muchos padres (los padres pobres) quieren que sus hijos sean profesionales y los educan para ser empleados, pero esta joven fue mucho más allá de la casa y se instaló en el Mercado Florida: “Con el apoyo de mi papá, estaba a las cinco de la madrugada, los domingos, para ganar un puesto en una esquina para poder vender mis ropitas. Colocaba una manta en el suelo y tendía mis pañuelos, ropitas y me llevaba un toquito para sentarme y poder vender tranquila… Tenía amigas que me preguntaban si no me daba vergüenza vender en el mercado y se admiraban de lo que hiciera. Yo, por el contrario, me sentía y me siento muy orgullosa de mí…”, ese orgullo que Ayn Rand denomina la virtud del egoísmo, afirmarse sobre lo que piensan los demás, aquello que el autor no comprende.Si bien en Bolivia existen bastantes oportunidades es “a pesar” del Estado, como diría la señora Roxana: “En Bolivia hay pocas oportunidades. Hay muchas personas que quieren lanzarse al mercado y no las dejan…”.El mismo autor no comprende estas valiosísimas lecciones, sostengo que Mercado no comprende las virtudes del libre mercado, por esa manera de ver con recelo a los informales que se asientan en las calles (mañaneros y nocheros), o haber escrito: “Conviviendo entre monstruos” en la revista filosófica Percontari del Colegio Abierto de Filosofía en su último número dedicado al Poder, para llamar al capitalismo monstruoso, cuando es el sistema que está llevando a los pobres, “a pesar” del Estado, a cambiar su forma de vida, es algo que Mercado debe comprender. Leyendo nuevamente su valioso libro, a Mercado le falta la pasión que tuvo Álvaro Vargas Llosa cuando escribió: “Lecciones de los pobres. El triunfo del espíritu emprendedor”.