El sobresalto le ganó a la paz

Maggy TalaveraSiento mucho ser aguafiestas, pero aun siendo este domingo un día festivo, esperado por tantos durante el año entero, no queda otra que seguir martillando en las mismas teclas para insistir en un mensaje urgente: nuestra felicidad pende de un par de hilos movidos a diestra y siniestra por intereses mezquinos de unos cuantos mandamases, a los que les vale un comino el bienestar de la mayoría. Para ellos la paz es un adorno discursivo que sirve solo para apaciguar a quienes consideran sus borregos, a los que prefieren someter a un bombardeo de imprevistos y sobresaltos.La lista de los abusivos la encabeza la cúpula gubernamental. Hay que reconocer que hace méritos para ocupar ese sitial, como lo han demostrado sus acciones a lo largo de más de una década al mando del país. Desde que asumió el poder, en enero de 2006, no hubo un solo año de paz y libre de excesos cometidos no solo contra sus opositores políticos, sino también contra todo y cualquier ciudadano dispuesto a hacer valer su derecho a divergir de la voz y del pensamiento oficial. Lo que parecían ser apenas medidas de urgencia para preparar el terreno y sembrar un ‘proceso de cambio’, se han convertido en prácticas políticas de uso permanente e indefinido para que nada se altere en el engranaje que está montado para perpetuarse en el poder.En esa lista caben otros abusivos, de porte menor pero no por eso menos dañinos. Están fuera de la cúpula gubernamental, pero usufructúan de ella ofreciéndole servicios de toda clase. Hacen de la vista gorda frente a los excesos, para cosechar bonito. Pasan la barrera del silencio y llegan al extremo de aplaudir y gritar loas exaltando los abusos que, por un momento, caen en otros. Estos también minan la paz y son responsables del aumento de motivos para tanto sobresalto. Aún creen que se librarán de los zarpazos de los primeros. Cuán equivocados están.Como si no bastaran ya esos abusivos haciendo su chaquito en terrenos de nadie, surgen otros, a diario, en cualquier calle o carretera, en cualquier barrio o comunidad, causando zozobra, dolor y luto. El espanto de muchos alimenta a pocos, gracias a una permisividad asustadora frente a los abusos, a la violación de leyes y reglas, al incumplimiento de los pactos o acuerdos entre partes, sobre todo los suscritos entre los administradores del Estado y la sociedad civil. Nada de esto lleva a la paz, sino todo lo contrario. Es mucho más notorio en estos días festivos de fin de año, en que los augurios de paz y días mejores caen sofocados bajo las llamaradas que siguen siendo expulsadas por esas bocas feroces y abusivas. Ojalá estas no pasen desapercibidas en Navidad, aunque estar atentos a ellas le quiten un poco de brillo a la fiesta. Es el precio a pagar si queremos vivir un año nuevo sin tantos sobresaltos.El Deber – Santa Cruz