Homenaje con amor…

José Luis Bolívar Aparicio* 

Yo no tuve el mejor padre del mundo, es más, diría como solía hacerlo los 19 de marzo que el único padre que había tenido fue mi madre, que como muchas en el mundo, al verse solas con un hijo a cuestas, sacan a relucir su mejor faceta humana, haciéndose cargo de sus críos a costa de cualquier sacrificio, cumpliendo ambos roles a la perfección y haciendo sentir a sus descendientes que sólo se necesita amor para ser feliz.

Sin embargo, mi progenitor no estuvo eternamente ausente, se hizo presente en mi vida a los 8 años con un regalo, y luego esporádicamente gocé de su compañía. No era capaz, lógicamente, de reclamarle nada, mucho menos su ausencia, lo propio mi madre que jamás le pidió un centavo para los gastos pese a nuestra limitadísima economía, aun así nos dimos modos para vernos de vez en cuando.



Me acerqué a él ya mayor de edad, grande y profesional, busqué al hombre más que al padre, no para hacer una familia que nunca existió, sino fundamentalmente para que sepa que por encima de los errores, las virtudes y los defectos, la sangre nos unía, y temerosos como éramos ambos de Dios, deberíamos en lo posible estar unidos y ver al futuro sin importar el pasado, para que ambos tengamos la conciencia tranquila al momento de que alguno de los dos tuviera que partir.

Mentiría si dijera que hice mi mejor esfuerzo, pero es que él tampoco me lo permitía. Era huraño y de un carácter casi imposible. Le gustaba la perfección y por alguna razón extraña sentía y creía que era la ley inapelable. Lo que quería lo quería ya y ay de aquel que no le obedezca o no haga las cosas como él las deseaba.

Inteligente como pocos, amante del ajedrez, el billar a tres bandas y los crucigramas imposibles, no toleraba la observación a sus ideales políticos. Veía en Banzer a un verdadero comandante y entendía la disciplina militar como el ideal de la vida. Seguramente por eso de su alegría cuando supo que me había ganado un lugar en los postulantes al Colegio Militar, aunque jamás entenderé el por qué nunca me fue si quiera a visitar.

Y es que mi papá tenía su amor paterno puesto en un solo lugar, el corazón de mi media hermana, su hija primogénita, a quien le dio todo su amor y por la que el dio toda su vida. Lastimosamente esta hermosa jovencita enfermó de un mal degenerativo a muy temprana edad. El lupus se la empezó a devorar cuando era una adolescente y allá por los ochentas aún no se contaba con los avances médicos que gozamos hoy.

Mi padre no era un hombre acaudalado, pero sus relaciones amistosas y laborales con la comunidad árabe y palestina en Bolivia le permitieron durante sus años mozos acumular una buena fortuna. Jamás olvidaré un Mercedes Benz deportivo, blanco, hermoso, con un tablero de caoba y asientos de cuero negro precioso, en el que me fue a llevar un regalo cuando tendría unos 10 años. Fue la comidilla del barrio durante meses y mi mejor orgullo ante la pandilla completa.

Pero al saber la situación de su hija, no escatimó recursos para salvarla, la llevó por medio mundo tratando de encontrar el remedio que le alargue la vida por lo menos. Y así fue perdiendo sus tesoros y su más preciada joya que terminó por abandonarlo en 1994. Fue doloroso saberlo pero fue mucho más el que ella haya partido sin que yo tuviera la oportunidad de conocerla.

Mi padre era así, sal y azúcar por todo lado, pues el problema no fue que tuviera hijos en distintas mujeres, sino no habernos sabido reunir y hacernos vivir como hermanos, incluso en la distancia.

Y pese a conocerlo poco, cuando lo vi un año después supe que el hombre había cambiado y que con su hija también había muerto parte de él, y desde entonces se fue gastando poco a poco como una velita que se va apagando sin que nadie pueda hacer nada.

Mi padre fue así, luces y sombras de un hombre que sobre todo (y eso lo reconozco y me llena de orgullo), era correcto como pocos. De una honestidad inquebrantable que sólo buscaba volver a reunir un buen dinero así tenga que migrar para ello.

Con sus últimas fuerzas y ya con la ayuda de mi madre tomó un vuelo hacia su nuevo hogar. Los  Estados Unidos, un país como él decía, estaba hecho a su medida. Allá pudo trabajar en funciones que acá lo hubieran abochornado pero que en esas tierras, estando en el incógnito, desempeñaba con mucho orgullo y afán.

La edad le jugó en contra y tal vez fue 10 años después de lo que hubiera sido lo ideal, pero logró hacerse de la nacionalidad americana y la última vez que lo vi entero ya era un gringo orgulloso, y aunque discutíamos ciertos puntos de vista sobre todo políticos igual tuve la oportunidad de decirle lo feliz que me sentía por él.Mi viejo se fue, seguramente al cielo porque en la última parte de su vida se entregó plenamente a Dios, era su refugio y la Virgen su Santísima madre. Devotamente asistía a misa y cooperaba no solo en la iglesia sino en todas las comunidades que en ella existían. Era generoso con el necesitado y amplio en su sentir, le costaba perdonar pero sé que la nobleza doblegaba su orgullo infinidad de veces.Los padres están en la vida para dar vida, hacerse cargo de sus vástagos es una decisión que no siempre ejercen bien y a veces nunca ejercen, pero los hijos no estamos para juzgar, porque sobre todo ya hemos recibido de ellos el mejor de los regalos, la vida, y dueños de ella, deberíamos tener la capacidad de ser justo lo que ellos no fueron, y si fueron buenos ser incluso mejores, y con ello pagarles el gran don del existir.Un homenaje a los padres que supieron cumplir su deber como Dios manda, uno mayor a las madres que fueron capaces de trabajar el doble para hacerles sentir bien a sus hijos, y mi eterno amor al mío que ya está a los pies del Creador. *Es paceño, stronguista y liberal