Cientos de personas en situación de calle recibieron atención, curaciones para las heridas, cariño, ropa y un plato de comida que hace años nadie les brinda.Muchos vieron su reflejo en el espejo y se sintieron como nuevos. Freddy Barragán / Página Siete.PÁGINA SIETE / Leny Chuquimia / La PazEnvuelta en un ponchillo verde, doña Martha Gutiérrez cierra los ojos y sonríe como una niña cada que le acarician los cabellos para peinarlos. ¿De dónde viene? le preguntan. Bajito, cubriendo su voz con una mano, responde en un susurro: «de la calle”.Ayer, cientos de personas indigentes llegaron al centro de operaciones del Buen Samaritano para recibir por un día las curaciones para las heridas que llevan en el cuerpo y en el alma. Recibieron ropa y alimento, pero sobre todo cariño.»Hace mucho que nadie me ha atendido” dice doña Martha, sentada en una de las sillas de la improvisada peluquería dentro de la iglesia Monte de Oración.Hace 16 años salió por la fuerza de la casa de su esposo para habitar en su actual hogar, la calle. Bajo el cielo, sin hijos ni familiares que quieran ver por ella, doña Martha cumplió hace meses sus 66 años de vida. «Estoy sola”, acepta acariciándose las manos.»Quiero que me peinen bonito y me den zapatitos y un abrigo largo porque en las noches hace frío”, comenta mientras Beba Arias -su eventual estilista- con paciencia desata los nudos que ha dejado su situación de vida en su cabellera.Cuatro sillas más allá -en un suspiro- Tatiana Medina se deja caer en una silla. Ella es una de las buenas samaritanas que muy temprano, armada de una tijera y un peine, salió de casa dispuesta a ayudar. No es parte de la congregación pero su corazón, al igual que el de resto de voluntarios, está dispuesto a dar amor.»Somos parte de la Peluquería Móvil Tajadorcito (de la comuna) y hemos venido a ayudar” asegura con el rostro cansado pero sonriente.Llegó a las 7:00 y con tanto ajetreo ha perdido la cuenta de cuántas cabezas pasaron por sus manos y ha olvidado hasta el desayuno que la espera en su bolso. ¿Aún hay mucha gente afuera?, pregunta al ver que la fila de ingreso a las duchas no tiene fin.Al escuchar la respuesta afirmativa se pone de pie con nuevos ánimos y pide a los voluntarios que le traigan más personas. «Mejor si son niñas, les voy a hacer unas lindas trenzas”, dice.En las duchas los voluntarios ofrecen a quienes viven en situación de calle un baño del cuerpo y una oración para que Dios limpie el espíritu. Todo a la espera de que dentro de esas paredes no sólo se vaya la tierra mezclada con sudor que cubre su piel, sino también el dolor y la adicción.»Por tristeza y rabia empecé a beber y ya con los cuates de la calle conocí los sopaditos (trapo empapado con tíner). Quisiera cambiar”, asegura Roberto.Sobre la avenida Montes hay una enorme columna de personas que llega hasta la Cervecería a la espera de un turno. Para tener un control de la cantidad de personas que reciben, en el ingreso se han instalado ocho mesas de registro. En ellas las hermanas y hermanos de la iglesia toman los datos.»Sólo en este punto he recibido más de 100 personas. Con todas las mesas juntas debemos haber pasado los 800 registros” dice Lía Callejas.Las identificaciones que les entregan corroboran sus estimaciones. A las 12:23 un pequeño recibe la credencial número 1.096. «Vamos a pasar los 3.000”, calcula Callejas.Por la gran afluencia, la enfermería atiende con prioridad los casos de gravedad. Las enfermedades respiratorias, gastrointestinales y heridas punzocortantes infectadas son las más comunes. A lo que se suman la dependencia del alcohol, los inhalantes y las drogas.»Es importante que la gente sepa que haremos el seguimiento en los Mini Samaritanos, que son pequeñas campañas en cada fin de mes. Aquí todo el año vamos a seguir atendiendo”, confirma la doctora Jesusa López.La labor no termina, las carencias aún son muchas y la ayuda nunca está demás. Para la atención médica en los Mini Samaritanos son necesarios analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos, antiácidos, espectorantes y material de curación.Doña Martha se ve en el espejo y sonríe. Acaricia los mechones blancos en la trenza que le cuelga por el hombro. Desde el reflejo sonríe. «Mi cabeza ya no está bien, me olvido de todo, pero no quisiera olvidar este día”, dice.