Democracias de piel

Renzo AbruzzeseCon bastante frecuencia escuchamos (particularmente del oficialismo) que Bolivia goza de una de las mejores democracias del mundo. Se asume que esta democracia se basa en la participación mayoritaria de la población, en tanto y en cuanto la mayoría del pueblo boliviano votó por Evo Morales, duplicando cualquier otra elección en el pasado. Este criterio resulta endeble porque restringe el ejercicio democrático a un evento periódico (las elecciones) y porque, además, el número de votantes no garantiza la calidad de su ejercicio. Por lo demás, la mayoría de los dictadores modernos llegaron al poder a través del voto, lo que muestra sus limitaciones. Se arguye también que la democracia boliviana es una de las mejores porque logró incorporar a los indígenas, excluidos del poder desde la conquista y a lo largo de la república. Este criterio, en mi opinión, es del todo correcto. La ampliación de la base social participativa de la población sin distinciones de ningún tipo es, sin duda, un elemento de cualificación democrática por excelencia. El problema con los ideólogos del oficialismo es que a este criterio le añaden un sentido de raza que, por definición, es antidemocrático de principio a fin. Se sostiene que el color de piel ya no garantiza el acceso al poder (lo que es de por sí una maravilla). Sobre la base de esta aseveración se sostiene que el país adolecía de un «Estado pigmentocrático” en el que «la jerarquía y el poder tenían pigmentación de piel: a mayor blanquitud, mayor poder y a mayor indianitud, mayor desposesión”. Este juicio de valor pretende, de forma sutil pero certera, transformar el concepto político de democracia en un concepto racial, pues podría decirse desde esta lógica que la democracia reside en el color de piel.El argumento es esquivo y equivocado porque el concepto de «blanquitud” no es equiparable con el de «indianitud”: el uno se inscribe en la semiología de lo cromático (el color) y el otro de lo antropológico y racial (el indio). Contraponer la «blanquitud” a la «negritud” sería gramaticalmente correcto, pero no es el caso porque no da cuenta de lo que el Vicepresidente pretende decir. Además, como ambos conceptos no existen ni hacen parte de la lengua española, lo único que logran es un artificio mediante el cual se asume que la democracia mejora o empeora según el color de piel de quien la administra. Desde esta óptica, si el color de piel define en un mismo movimiento la preeminencia de una raza y la calidad de la democracia, no nos queda otra que recordar los fundamentos ideológicos del nacional socialismo alemán de mediados de siglo pasado que se autoproclamaba la quinta esencia de la democracia administrando campos de exterminio racial.La historia ha mostrado que las democracias son mucho más efectivas y cualitativamente superiores cuando eliminan de su andamiaje conceptual criterios étnicos o raciales, y se posicionan en el horizonte de la especia humana sin distinciones de ningún tipo.Página Siete – La Paz