Los finales populistas

Rolando Tellería A.* En el tiempo, la performance y los resultados de gran parte de los Gobiernos llamados populistas han sido y son en sumo grado funestos. Luego de un tiempo, más o menos relativo, todos ellos ingresan, inevitablemente, a una fase de declive y decadencia, producto de un intenso deterioro, más por componentes de carácter endógeno que por factores externos.Políticamente, luego de su ascenso, experimentan una interesante fase de auge y estabilidad que puede prolongarse en el mejor de los casos de dos a tres lustros, dando paso luego a una fase de bajón y retroceso. La falta de visión de largo plazo e incapacidad de trabajar en conjunto, pues sistemáticamente monopolizan todas las decisiones excluyendo a muchos sectores, así como la excesiva personalización del poder junto con el desmantelamiento de la institucionalidad, la megacorrupción y el despilfarro, configuran, luego, finales dramáticos, cuando no trágicos. El caso de Venezuela es la mejor ilustración de este proceso.La irrupción populista está precedida casi siempre de escenarios caóticos, donde el descontento social, como resultado de una pésima administración económica, desborda las capacidades de solución dentro los mecanismos formales de la política, provocando acortamiento de mandatos y elecciones anticipadas. En el caso latinoamericano, las reformas estructurales de corte neoliberal, que se habían aplicado en la década de los noventa, agudizaron las desigualdades sociales, el desempleo, los niveles de pobreza y la migración. A todo esto se sumó la creciente desconfianza en los partidos políticos tradicionales, enquistados en prácticas clientelares, prebendales y corruptas. El descontento social por todo ello, en determinado momento, fue incontenible. Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador comparten, de alguna manera, esa similitud de escenarios. Los regímenes populistas en todos estos países habrían sido engendrados, pues, por estos singulares procesos. Luego, en la mayor parte de ellos con en elecciones anticipadas, los votantes, frustrados con los resultados del libre mercado y la democracia neoliberal, además de la bronca en contra de los líderes y partidos tradicionales; optan por nuevos políticos y caudillos, en algunos casos out siders. Quienes con el discurso antielitista y de cambio logran sustancialmente condensar a su favor la ira y frustración del electorado, con interesantes e históricos caudales de votación.Afortunados todos ellos, luego, en función de gobierno, sin haberlo siquiera imaginado, se benefician y gozan del superciclo de la economía global con extraordinarios e inéditos ingresos. La gran demanda de materias primas y alimentos impulsados por el crecimiento de la economía de China había provocado una enorme alza de las materias primas en el mercado mundial. En el caso boliviano, el apelativo “vacas gordas”, para referirse a ese periodo queda corto, se habla más bien de un periodo de “vacas obesas”.Con ese escenario altamente favorable, sustento social y legitimidad política llevaron adelante, exaltando al pueblo, un conjunto de reformas institucionales y constitucionales. Al margen de las políticas redistribucionistas que se deben reconocer y destacar, muchas de estas reformas contribuyeron más bien a ampliar los poderes y la discrecionalidad en los caudillos. De modo abstracto construyeron escenarios polarizados donde los enemigos, que representan el mal, son: la derecha, el imperialismo, el colonialismo y el neoliberalismo. Frente a ellos que representan el bien.El fin del superciclo de la economía global, el discurso agotado y el capital político inicial dilapidado por el clientelismo, las mentiras y la megacorrupción de sus élites cleptocráticas conducirán a estos regímenes, luego, a una fase de declive y franca decadencia. Empero, aferrándose al poder, sin capacidad de renovar discurso y liderazgos, clausuran las libertades de opinión y expresión, castigan a los disidentes y utilizan al Estado como a su propio partido político. Los caudillos populistas con el pretexto de “defender al pueblo” amplían sus facultades, afectando sustancialmente a los principios de la separación y equilibrio de poderes.En el ocaso, aferrándose al poder, los regímenes populistas pasan a la categoría de regímenes autoritarios.Parafraseando a Marx “… la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa”.*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San SimónLos Tiempos – Cochabamba