Carlos Pablo KlinskyUn estudio del Fondo Monetario Internacional confirmó lo que era vox populi: Bolivia tiene la mayor economía informal del planeta (62,3% del Producto Bruto Interno), superando a países africanos que en algunos casos son considerados Estados fallidos.Desde el gobierno del Movimiento Al Socialismo la primera reacción fue alegar desconocimiento del tema y 24 horas después se cambió de guión, presentando una cifra de escasa o nula credibilidad: según las autoridades del gabinete económico, la informalidad habría caído a un 45,98%.Y es que los números del FMI o del Banco Mundial han sido aplaudidos desde el Ejecutivo cuando destacaron alguna faceta de la política económica, pero son rotundamente descalificados como “neoliberales” o “imperialistas” cuando cuestionan las falencias.Remarcamos lo increíble de la cifra oficial dada por el gobierno, teniendo en cuenta los datos manejados por las cámaras empresariales de todo el país, que registran un creciente éxodo de las empresas, desde la formalidad hacia esa “economía en las sombras” de la que habla el Fondo.Entre las causas para esa migración están las razones regulatorias, buscando evadir una de las tramitologías más intrincadas del continente y tal vez del mundo, donde los pasos para crear y mantener una empresa dentro del marco institucional se multiplican, ofreciendo oportunidades de discrecionalidad para una burocracia extorsiva.

También están las razones monetarias, procurando resguardar el fruto del trabajo de la inmensa voracidad fiscal de un Estado clientelista, que ha impuesto una suerte de dictadura tributaria para sostener a un hipertrofiado aparato político-administrativo.Actualmente se habla de un “perdonazo”, planteado por razones puramente electorales, como forma de bajar el malestar de la clase media. Pero una política fiscal seria debe construirse sin improvisaciones, respetando los márgenes razonables que impulsan al emprendedor a permanecer en la formalidad.Mientras esto no suceda, el capitalismo popular de Bolivia seguirá escondiéndose en las sombras, perseguido por el estatismo.