Nos hemos olvidado de reír

José Luis Bolívar Aparicio

Pese a que ciertos aspectos de la personalidad del ciudadano argentino en general y del porteño en particular me son de alguna manera chocantes, me declaro un ferviente admirador de la cultura argentina, en especial de su música; la zamba, el tango y fundamentalmente, el rock argentino, son parte esenciales de mi vida y en cada una de las oportunidades que tuve de pisar suelo austral, he tratado de imbuirme de todas esas expresiones in situ.

Lo propio disfruto de su literatura y su cine, pero una de las artes gauchas que más me “copa” como dicen ellos, es su forma de hacer humor. Variada, frontal, exopinta, con una infinita cantidad de estilos que van desde lo más light hasta los extremos más pesados y negros, y que pueden hacer transitar desde la simple sonrisa, hasta la carcajada más incontrolable que pueda haber.



Y es que humoristas sobran en la patria de San Martín y aunque hoy en día los rioplatenses se han vuelto exageradamente amigos de las palabrotas, que parece que, si no las dijeran, no tuvieran la capacidad de comunicarse, hubo una época en la que la picardía, lo sensual y el morbo gracioso, no necesitaban de los exabruptos para ser hilarantes y jocosos.

Entre verdaderos maestros de ese tipo de humor como Sandrini, Balá, Guinzburg, Mesa, Altavista (Minguito), Gasalla, Álvarez y tantos otros, se destacaron dos por sus obras, películas y programas televisivos de tono picante.

Jorge “el Gordo” Porcel y Alberto “el Negro” Olmedo, fueron sin duda, los íconos de ese estilo de hacer reír a la gente y lo lograron siempre con mucho éxito, en el caso de Porcel, exportando su estilo incluso fuera de sus fronteras.

Olmedo lo propio, era un genio de la revista y el teatro, pero con el legado que trascendió en el tiempo, fue con su programa televisvo “No Toca Botón”.

Era una creación de Gerardo Sofovich, que consistía en una serie de sketchs cómicos, unos cinco por cada programa, en los que el Negro, interpretaba a diferentes personajes, pero con historias esencialmente idénticas en cada programa, variando en muy pequeños detalles y dejando el sentido del humor a particularidades como la improvisación y genialidad de sus protagonistas, cuya responsabilidad caían en estrellas como el gran Javier Portales, Beatriz Salomón o Silvia Pérez.

Uno de estos personajes era Rogelio Roldán, un esmirriado y explotado empleado de empresa privada, que estaba a expensas de su infame jefe alemán que entendía que el pobre era su esclavo y no tenía derecho ni a retornar a su casa para descansar.

Todos los días trataba de convencerle de que el sueldo mínimo que le pagaba era una fortuna y que su esposa y sus hijos estaban orgullosos que trabaje las 24 horas y que no lo necesitaban en casa. Además, cada que el pobre Rogelio reclamaba u observaba algo, era zarandeado por todas las paredes de la oficina y estos eventos eran parte de lo gracioso del sketch, además del acoso sexual del que era víctima por parte de la esposa del propietario de la empresa, interpretada por una exuberante Susana Romero que correteaba y manoseaba al pobre y diminuto Rogelio, que lo único que quería, era que el Sr. Bartolomiú (Facha Martel) le suba un poco el sueldo de 170 australes.

Pero la mejor parte del número, consistía en que después de abusar del pobre enano y dejarlo absolutamente destartalado, para compensar la paliza, el alemán que se creía un gran contador de chistes, le relataba uno para alegrarle el día.

El teutón siempre se ufanaba de que sus chaskos habían ganado los primeros premios en festivales de Bonn, Colonia o Baviera y que eran todo un éxito. Con su acento fuerte y mal castellano, relataba la broma a la que Roldán siempre ponía gran atención, y cuando esta acababa, el alemán se mataba de risa, pero Roldán nunca tenía ni la más mínima mueca de alegría.

Cuando la seriedad volvía a su jefe, comenzaban las preguntas sin sentido por parte de Roldán, que siempre cuestionaban la lógica de la historia, ¿por qué hizo esto?, o ¿por qué dijo aquello? enfadando al germánico y provocando otra paliza. Y es que esa justamente esa era parte de la gracia del sketch, que destroce el chiste de su jefe sin entender la broma o tratando de entender lo que obviamente no era necesario.

Seguramente que para entender o lo que trato de explicar en estas líneas, lo mejor es que busque uno de estos programas en YouTube para disfrutarlo por cuenta propia, pues donde quiero llegar no es precisamente a un análisis del humor de Olmedo, sino a hacer una analogía sobre el daño que le están haciendo en general, las redes sociales al sentido común, cuando por causa de nuestros miedos o complejos, tratamos de cuestionarlo todo, incluso el humor.

En las RRSS se encuentra de todo, noticias, chismes, interpelaciones, análisis, fakenews, preguntas estúpidas, anuncios de lo que la gente hace y que a nadie le importa, en fin hay de todo, pero si algo abunda es el humor, de todos los tipos, desde los más sanos y agradables, hasta el más negro posible, denigrante, sexista, machista, feminista, misógino, xenófobo y lo que se alcance a imaginar.

Y es que el humor es como nosotros, es un reflejo de lo que somos y cómo pensamos, absolutamente variado, matizado con todos los colores de la naturaleza, es quizás lo más humano de los humanos, pues solamente las bestias no pueden contar chistes. Hay personas con un extraordinario sentido del humor, y capaces de crear una broma imaginativa y maravillosa en fracción de segundos, existen también los otros, que no se ríen por nada ni con nadie y cuya existencia es un eterno cáliz de bilis y está bien, porque cada uno decide como vivir.

Lo que está mal, es que los que sabíamos cómo hacerlo, nos olvidemos de reír, es decir, que vayamos por la vida y por las RRSS cuestionándolo todo y buscándole el pelo en la leche y la razón de existir a todo lo que se nos cruza.

El chiste es ilógico por naturaleza, esa es su esencia, lo ridículo que es; si se le busca lo razonable, o apropiado o justo o políticamente correcto, nunca va a ser un chiste, punto.

Es necesario que volvamos a la simplicidad, de reírnos y alegrarnos con las cosas simples, como siempre lo hicimos, de los defectos humanos, que son eso, defectos nuestros, propios de cada uno y con los que siempre hemos vivido y vamos a vivir. Si uno hace bromas sobre homosexuales no necesariamente es un homofóbico, si uno hace chistes sexuales no es un pervertido, si uno hace chistes de cojos, mancos, calvos o gangosos no tiene que ser un discriminador a la fuerza y seguro que quien haga uno de esos chistes, también debe tener sus propios defectos y seguro que también se burlaron de él, pero aprendió a reírse de ellos y listo.

Cuando un chiste no es agradable porque molesta, lastima u ofende, alcanza con no reírse, olvidarlo y listo. No se necesita buscarle la vuelta y hacerle un análisis filosófico, o tratar de averiguar si los padres de quien lo contó lo abusaron de niño, con ignorarlo basta. Si es una mala broma de humor negro y ofensivo, o está cargado de fobias, rencores u odios, con no darle importancia es suficiente, pues si alguien en su mente ha imaginado ese tipo de cosas y cree que lo que dice o hace es gracioso, obviamente está enfermo y ninguna crítica ácida o un mensaje con más rabia y rencor en su post lo va a curar.

Necesitamos volver a lo básico, a lo simple, a lo sencillo y reírnos con naturalidad si algo nos provoca risa. Dejemos los traumas de las cien mil fobias creadas últimamente, que, en lugar de acercarnos y hacernos mejores personas, solamente nos han hecho notar aún más nuestras diferencias a la mala y hacernos creer que nos odiamos más de lo que nos queremos.

Tenemos que ser más como el Negro Olmedo y mucho menos como el Rogelio Roldán.