Ovidio Roca
“El pescado y las organizaciones empiezan a pudrirse por la cabeza”. Santos Noco Choco.
Se vive en el país un opresivo ambiente de anomia, caos y anarquía; marchas, contramarchas, dinamita, chicote, robos, asaltos e inseguridad constituyen la cotidianidad del boliviano. Tribus corporativas, cada una de ellas buscando medrar y sobrevivir aplicando su propia ley: cocaleros, contrabandistas, cooperativistas mineros, policías, sindicatos, fiscales, jueces, ponchos rojos, vistas, movimientos sociales, cada uno pugnando por su pedazo de torta e imponiendo sus condiciones.
La oferta de paz y bienestar ofrecida por el dirigente cocalero, causante y promotor de varios años de anarquía y bloqueos encabezando las seis federaciones del trópico, finalmente no se concreto.
En su momento, una mayoría poblacional cansada y asustada por el desorden entrego su voto al MAS, esperanzados en las promesas e ilusiones que les ofrecía el socialismo andino cocalero y el populismo criollo. Esto ocurría por la normal la propensión de la gente a ilusionarse por el seductor canto de la cigarra, el deseo de vivir tranquilos, sin esfuerzo y tomados de la mano de otro, especialmente del Estado; por la afición del disfrute inmediato y mas allá de sus posibilidades; de la eliminación en nuestra vida del riesgo y del trabajo duro y la responsabilidad personal. Expectativas que nunca se cumplen, pero que se insiste en creerlas.
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Rápidamente vimos como se caía la fachada revolucionaria de los nuevos gobernantes, aunque persiste el reiterativo y mentiroso discurso de la defensa de los indígenas, la madre tierra y el servicio a los pobres, discurso que ya no convence a nadie. Y la decepción, como siempre, llega dura e inevitablemente. Una vez encumbrados en el Gobierno, los revolucionarios incumplieron sus promesas, aunque siguen publicitándolas buscando convencer a los incautos, a la par que se empeñan en destruir a sus opositores y consolidar su poder.
Los dirigentes socialistas andinos, disfrutan de su nueva posición, rápidamente han dejado de ser pobres, retoman la odiada corbata, se insertan en la farándula, se inventan ropajes, compran aviones y construyen palacios para su glorificación. No se asumen como servidores públicos, y henchidos de soberbia se sienten los propietarios de la vida y destino de la población; se engolosinan, abusan de sus cargos públicos y buscan perpetuarse indefinidamente, ¿quinientos años, mil años, tal vez más? .
Sabemos que por la cabeza se empieza a pudrir el pescado. La ausencia de valores de honestidad e integridad y no hablemos de idoneidad, de las autoridades y los “dueños” de las pegas públicas, están promoviendo en sus subalternos, la corrupción, el tráfico de influencias, robo y abuso de los bienes públicos. Y ya nos acostumbramos a ver, como estos nuevos politiqueros, de manera cínica y prepotente hacen gala de esta ausencia de principios éticos, sin recibir un atisbo de sanción legal y de rechazo social.
Y cada día la economía y la institucionalidad se deterioran, por la incapacidad, mentiras e inconsecuencia de los “hermanos”, quienes permanentemente asumen actitudes confrontacionales, levantan proclamas llenas de odio, prepotencia e inculpación hacia el enemigo necesario y elegido: el imperialismo y la oposición, como causantes de todos los problemas. Aunque es por demás evidente para la población, su incapacidad para crear riqueza, empleo digno, corregir las desigualdades y dar estabilidad y seguridad al pueblo. Sus fracasos revelan también su estupidez y las estupideces no son dignas de admiración.
En los foros internacionales ya los conocen como falsos y se ríen cuando llegan con su enrevesado discurso ecologista y de respeto a la “pacha mama”, pues se conoce que están impulsando y aplicando una economía extractivista y destructora del medio ambiente y la biodiversidad.
Y cínicamente, mientras apalean a los indígenas que marchan en defensa de su territorio, del Tipnis, siguen hablando de respeto a los pueblos indígenas y de un Estado de naciones indígenas, cuando todos sabemos que lo que existe es un Gobierno centralista, totalitario y hostil con los indígenas.
En síntesis un Estado donde se mezclan de manera extraña, el socialismo estalinista, el anarquismo, el corporativismo, el totalitarismo, el mercantilismo, el capitalismo salvaje, el mesianismo. Puchero cocinado y aderezado por los asumidos intelectuales socialistas, los eficaces cocaleros, el lumpen y tucuimas.
Cada vez aumenta el número de personas que constatan la falacia del “proceso de cambio”, simplemente viendo el comportamiento de nuestros “revolucionarios” en el ejercicio del poder, especialmente los de la clase media, que por su tradición individualista están aislados ideológicamente de este nuevo Estado corporativista e indigenista, y no tienen aún la capacidad de organizarse como tribu corporativa, grupo de choque, para imponer a su vez sus propios intereses.
Hasta ahora el régimen se ha venido sustentado con los ingresos producto de los altos precios de las materias primas, especialmente los hidrocarburos y solucionando el empleo, con el crecimiento de la economía informal, vinculada a la expansión de los cocales y cada vez mas integrada a la exitosa empresa internacional del narcotráfico.
Una extraña política económica, la “evonomics”, se aplica en el país:
El cultivo de coca, el comercio ilegal, el contrabando, el blanqueo de capitales constituyen la base principal de esta economía y para la generación de divisas, la inversión y el empleo.
Se estatizan empresas, generando pegas para los seguidores del régimen, un efímero negocio que permite al gobierno usufructuar de la riqueza anteriormente creada. Pronto las empresas estatizadas empiezan a perder rentabilidad y luego pedirán subsidios estatales.
El avasallamiento de tierras, su posterior mercantilización y habilitación para la coca, está enriqueciendo a muchos loteadores, incorporados al proceso de cambio.
Prohíben y controlan las exportaciones legales de productos, especialmente agropecuarios y agroindustriales, con el equivocado criterio de garantizar el consumo, logrado por el contrario desincentivar y reducir el área y la producción agrícola.
Inducidos por la coyuntura de altos precios de los minerales, grupos organizados (mal llamados de cooperativistas), con anuencia velada del gobierno, avasallan las minas estatales y privadas, realizando explotaciones primarias y de baja tecnología que deterioran el ambiente y el mismo yacimiento minero.
Y las cosas por ahora van viento en popa, los sectores empresariales que pueden acomodarse con el gobierno lo hacen alegremente pues lo importante son los negocios. Y es común que mientras haya plata (pues con plata hasta la pobreza es llevadera), la gente se despreocupa de los temas institucionales, de corrupción, de atropello a los derechos individuales; pero cuando empieza a apretar la economía y la inseguridad, violencia y desastres naturales afectan la comodidad individual y peor aun, cuando la torta se achica para los beneficiarios del régimen, empieza la cruenta pugna entre ellos y sobreviene el desorden, la anarquía y la perdida de poder del régimen.
A su vez la oposición es dispersa, sin estructura política organizada y los pocos frentes opositores aun vigentes no logran captar la confianza de la ciudadanía, tampoco logran ponerse de acuerdo entre ellos, asumo que por problemas de confianza y liderazgo personal.
Pero no es dable esperar que la pudrición acabe con el régimen y la anarquía subsiguiente nos destruya. Lo adecuado es salvar lo que aun queda de economía e institucionalidad en el país, para que cuando venga la debacle final tengamos algo desde lo cual reconstruir el país. Necesitamos trabajar siguiendo el principio de la subsidiaridad, desde lo más cercano a los problemas, fortaleciendo la responsabilidad ciudadana, la responsabilidad empresarial, las instituciones locales, la sociedad política y civil y promoviendo el encuentro nacional de los demócratas en base a proyectos y estrategias comunes.
Si queremos soluciones sostenibles en el largo plazo, aunque parezca lírico necesitamos inculcar y aplicar los viejos principios de responsabilidad familiar, honestidad personal, idoneidad, justicia, solidaridad, responsabilidad, trabajo sistemático. Principios que necesitan ser rescatados y enseñados con el ejemplo: en la familia, por los maestros, por las instituciones y asumidos por la ciudadanía.
Es un axioma, que sin Estado de Derecho e institucionalidad sólida, no es posible aplicar políticas económicas efectivas que generen riqueza social. Necesitamos por ende construir un entorno social y ambiental con calidad institucional, funcionarios eficientes y dirigentes que garanticen y generen confianza, e impulsen el trabajo y la inversión productiva, y como este es un trabajo de largo aliento, necesitamos empezar hoy.