Catarsis y reconciliación con la realidad

Los Tiempos

Editorial



Decíamos ayer, en este mismo espacio, que el proceso iniciado hace ya más de dos años, en marzo de 2006 cuando se convocó a elecciones para elegir a quienes tendrían la responsabilidad de redactar una nueva Constitución Política del Estado, tiene todos los elementos de una tragedia escenificada en varios actos.

Ahora, cuando se va cerrando la fase previa al epílogo, comienzan a vislumbrarse los primeros resultados que se esperan de la ejecución de una obra de tal género: la catarsis.

La catarsis es definida como el "efecto que causa la tragedia en el espectador al suscitar y purificar la compasión, el temor u horror y otras emociones" y también significa "purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda".

Ese, exactamente, es el principal resultado que podemos esperar de esta intensa y profunda experiencia que colectivamente estamos viviendo todos los bolivianos. La extrema cercanía de la guerra civil nos hizo sentir el horror y otras emociones intensas. La feroz presencia de la muerte como protagonista principal de nuestras disputas despertó en todos sentimientos de compasión y miedo.

Vimos desde el borde la profundidad del abismo y el vértigo motivado por su profundidad provocó una transformación interior si no en toda, por lo menos en una inmensa mayoría de la población que se negó a respaldar a quienes estuvieron a punto de arrastrarnos a una vorágine de violencia fratricida.

Todo lo anterior puede dar lugar a una interpretación optimista de cuanto está ocurriendo. Paradójicamente, ese es el resultado de una reconciliación con la realidad y un desenmascaramiento de todos los elementos de ficción con que se alimentó la farsa que la precedió.

Se puso en evidencia, por ejemplo, que cuando de resolver asuntos relativos al Estado se trata, la política es y seguirá siendo muy superior a las fábulas en que se inspiraron quienes elaboraron el guión de esa farsa que fue la Asamblea Constituyente.

El hecho de que hayan sido los cuatro partidos políticos con presencia parlamentaria (MAS, Podemos, UN y MNR) quienes zanjaron el asunto y que los asambleístas, a quienes se les hizo creer que eran actores protagónicos cuando en realidad eran los extras es, entre muchas, una de los más elocuentes muestras de lo lejos que llevaron los guionistas de la trama su afición por la ficción. Fue un cruel engaño, pero felizmente se develó oportunamente.

El costo del desvarío fue muy alto. Muchas vidas quedaron en el camino, se perdió mucho tiempo y dinero, se corrieron enormes riesgos, pero al fin se cayeron las máscaras y la tramoya se desmoronó. Es probable que todo eso haya sido necesario como parte de una psicoterapia colectiva, como condición para la catarsis previa a la reconciliación con nosotros mismos. Si valió la pena, el tiempo lo dirá.

Mientras tanto, lo único cierto es que ningún pueblo puede vivir eternamente encandilado por las ilusiones propias de un entramado ficticio. Tarde o temprano debe afrontar la realidad, aun sabiendo que ésta será, sin duda, menos atractiva que las fantasías elaboradas por farsantes guionistas. Al parecer, a ese momento hemos llegado.