El Cardenal…

Entre paréntesis….

              Cayetano Llobet T.

Ni a católicos ni a creyentes  -gracias a Dios no lo soy-, debería llamarles la atención la ofensiva anticardenalicia que ha desatado el gobierno. Desde la versión  Sacha Llorenti  -debutante del poder jugando a aprendiz de jacobino-, hasta más sofisticadas y sacerdotales como las de Rafo Puente, hoy Prefecto de Cochabamba en cumplimiento de las órdenes de su jerarquía política. Y si alguien sabe de jerarquías y de órdenes -¡el jesuita nunca deja de ser jesuita!-, es este brillante discípulo de San Ignacio. Pero el tiempo y las nuevas compañías le han hecho olvidar aquella máxima, “que todo buen cristiano ha de estar más dispuesto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales).



Pero no piensen, espíritus píos, que se trata de una guerra religiosa destinada a eliminar las creencias y conducir a la nueva sociedad por las sendas del materialismo ateo. Son muy poquitos en el gobierno los que entienden de materialismos dialécticos e históricos. Es mucho más elemental: el gobierno sólo admite lo que le gusta. Todo lo que es crítica, advertencia, juicio u opinión, que no está dentro de los cánones del halago, de lo que le gusta escuchar, es malo y condenable. No es una casualidad que los regímenes autoritarios estén llenos de aduladores. No lo es tampoco su disposición a condenar a los herejes… ¡son mucho más ortodoxos que la Iglesia, y sus inquisidores de corto plazo, más sedientos de hogueras!

El Cardenal dijo que el país corría el peligro de caer en manos del narcotráfico y que podíamos ser una sociedad sin Dios ni Ley. No sé por qué tanto escándalo del gobierno, si unos días después, el mismísimo gobierno aclaró, con su natural vehemencia, que los autores de la emboscada a los policías en El Chapare –con muerto y heridos-, no eran cocaleros, sino narcotraficantes… ¿tendrá razón el Cardenal?

Y como los viejos detentadores del poder absoluto, aceptan sólo lo que les gusta. Y cuando les gusta, es con ceremonia y con boato. Mattarollo, el argentino de Unasur, dictaminó que no había lugar a juicio de responsabilidades para Leopoldo Fernández, sino causa ordinaria. El gobierno lo proclamó pomposamente y resultó que ya no necesitamos instancias nacionales para definir jurisdicciones y competencias: Mattarollo gustó, ¡viva Mattarollo!

Dicen los jueces  -¡comenzando por la Corte Suprema!-  que “el imperio de la ley ha sido reemplazado por la voluntad autoritaria del gobierno central”. Eso no gusta y  la respuesta oficial es la prevista: “es la voz de la justicia corrupta, producto del cuoteo, al servicio de los privilegiados”. Se condena al mensajero, no al mensaje.

El Cardenal -a diferencia de los nuevos poderosos-, sabe de dictaduras, de represiones y de protección a los que la necesitaron. Y para abrir los templos a los mineros perseguidos, nunca les preguntó de ideología y jamás les dijo que eran izquierdistas y extremistas: les dio refugio y fue, desde entonces, su compañero y amigo. Las cabecitas totalitarias le tienen miedo. El Cardenal tiene  historia y tiene trayectoria. Es parte imprescindible de la construcción de democracia.

El gobierno está lleno de discursos, de adjetivos, y de un montón de gente que no tiene la más remota idea de lo que es la cárcel, la tortura o el exilio, la clandestinidad y el sacrificio. Almas livianas que no saben que la libertad es un bien escaso y que hay que defenderlo. Almas carentes de cicatrices y de historia… ¡que no saben de los refugios que daba el Cardenal!