El victimismo de los bolivianos

Editorial de Los Tiempos

Contra el victimismo, el mejor antídoto es la autocrítica. Ser más severos con nosotros mismos, con nuestros propios desaciertos, es la manera de liberarnos de ese mal



Uno de los rasgos más notables de la psicología colectiva que nos caracteriza a los bolivianos en general es la propensión al victimismo. Gran parte de la interpretación de nuestra historia, a partir del día en que los primeros conquistadores llegaron a estas tierras, hasta el presente, está marcada por esa tendencia.

Poco más o menos, es una actitud que la compartimos todos: empresarios, políticos de cualquier tendencia, intelectuales, deportistas, ciudadanos corrientes, solemos buscar en factores ajenos a nuestras propias limitaciones las causas de nuestros males. Nuestra propensión colectiva al victimismo no es nueva, pero nunca antes se había manifestado con tanta claridad como en los tiempos actuales.

El victimismo es definido como “la tendencia a considerarse víctima o hacerse pasar por tal. El victimista se disfraza por tanto de víctima consciente o inconscientemente (…) responsabilizando erróneamente al entorno o a los demás. Es una retórica demagógica que busca desprestigiar de una forma falaz la argumentación del adversario denotándola como impuesta o autoritaria. Para ello, el sujeto victimista posiciona a su adversario de forma implícita como atacante al adoptar una postura de víctima en el contexto de la discusión”.

Llevada al plano del debate político, “la retórica victimista es una técnica que consiste en descalificar al adversario mostrándolo como atacante en lugar de refutar sus afirmaciones. Para ello el sujeto adopta el rol de víctima dentro del contexto de la discusión, de tal forma que el otro interlocutor queda posicionado implícitamente frente a terceros como un impositor autoritario y su argumentación como mera imposición o ataque”. “Esta cultura de la queja en realidad es una forma de llamar la atención, mendigando protagonismo mediante una estrategia de lamentos y forzando la compasión de los que le rodean. De esta forma, en vez de luchar por mejorar las cosas el sujeto compite en la exhibición de sus supuestas desdichas”.

Como se ve, la definición se ajusta plenamente a la manera como los principales protagonistas de la actividad política de nuestro país, tanto del oficialismo como de la oposición, afrontan sus respectivos desafíos. Así, unos y otros se regodean en el lamento y, al autoexculparse, eluden la necesidad de asumir sus propios errores.

Contra la tentación de caer en el victimismo, el mejor antídoto es la autocrítica. Por eso, siendo ese rasgo psicológico uno de los que más nos caracteriza a los bolivianos en general, y no sólo a nuestros líderes, bien vale la pena que todos, sin excepción, hagamos un serio esfuerzo para curarnos de él. Ser más severos con nosotros mismos, con nuestros propios desaciertos, antes que atribuirlos a los demás, puede ser el primer paso.