La paja en el ojo ajeno

image Editorial de La Prensa.

Execra nuestra buena prensa el halago rastrero, del que sin duda poco o nada se ve en nuestro medio y en este tiempo en particular.



El estigma de la maldad pesa sobre todos los bolivianos, muy particularmente sobre aquellos que no se prestan para las genuflexiones mentirosas de las que, por lo que se ve, son tan afectos aquellos que transitan los piélagos del poder político. Malvados, sin lugar a réplicas y sin atenuantes, son aquellos que disienten de los que en el usufructo del poder suponen que todo, incluso los excesos, les está permitido, en la medida en que todo les está negado a los que se instalan de frente.

Para la cúpula gobernante de este tiempo “de cambios” (¡vaya qué cambios!), todos los que no encajan en el esquema ni con fórceps son malvados. Malvada la Iglesia Católica pese a estar reconocida por el Estado boliviano y aún después de haber calado muy profundamente, y con paz y amor en la inmensa mayoría de nuestra diversa población.

Y porque la totalmente subjetiva y ocasional evaluación señala a la Iglesia, con su santa jerarquía a la cabeza, en el capítulo de las malas incluso a plena luz del día, pues, a romper duras lanzas en ella sin dar ni pedir cuartel.

A la categoría de Poder del Estado, y en lo que viene a ser la aceptación de un reconocimiento de índole universal, ha sido elevada la prensa boliviana. Y no a modo de concesión graciosa, no a título de congraciarse con ella ni menos cual vil moneda para tenerla a merced de los fatuamente encumbrados. No. La prensa boliviana, nuestra prensa, que ha hecho cuestión de vida o muerte de su independencia hasta en los tiempos más tormentosos y violentos, nunca se abrió paso sin otra arma que no fuesen sus recursos, menguados, pero propios, ni con otro objetivo que el de servir a la verdad, hacer causa por el bien, servir al país y en particular a la comunidad de su entorno físico, de su territorio regional.

Razón y fin fundamentales de nuestra prensa, más, mucho más que transmitir halagos y aplausos, son denunciar los errores, los de mala fe, en demanda de castigos ejemplares, y los de buena fe, con propósitos de mover a la enmienda. Execra nuestra buena prensa el halago rastrero, del que sin duda poco o nada se ve en nuestro medio y en este tiempo en particular.

A la categoría de Poder del Estado ha sido elevada la buena prensa boliviana y legítimamente se ganó tal reconocimiento, aunque a los todopoderosos incordie y lastime tal rango.

El presidente Evo Morales, tan diligente y empeñoso en ver paja en el ojo ajeno, debería verla en el propio. Si adoptase esta actitud, aparte de honrar como es debido al espíritu de la justicia, se llevaría mejor con todos, incluso con gente de su propio entorno que ya ha empezado a recelar formalmente de sus cualidades de gobernante, muy en especial.