Alcoholismo y violencia

De alguna manera todos somos responsables de que el consumo de alcohol entre la población nacional se haya incrementado hasta niveles alarmantes. Cargan con el peso las autoridades, los expendedores y los padres de familia. También tiene su cuota parte la televisión.

Editorial El Nuevo Día.

El elevado consumo de las drogas socialmente permitidas en el país está comenzando a surtir tenebrosos efectos. En especial destaca el consumo de bebidas alcohólicas, cuyo efecto más visible es su reiterada asociación con la violencia en todas sus formas, de las cuales la doméstica sobresale por su dramatismo y magnitud. Era de esperar que esta nociva simbiosis del consumo de alcohol y violencia perturbe, más temprano que tarde, la normal convivencia social que debe prevalecer entre los ciudadanos. De hecho, los jóvenes, considerados el futuro del país, han sido y seguirán siendo los más afectados por este grave flagelo que coloca a Bolivia en situación de alto riesgo.



El último estudio realizado por el Sistema Subregional de Información sobre Drogas en Bolivia, Argentina, Chile, Ecuador, Perú y Uruguay, es poco menos que lapidario. Bolivia ocupa el primer lugar entre esos seis países con consumo problemático de alcohol y el tercero en relación a la cantidad de ingesta. Esto quiere decir que a la excesiva cantidad de consumo de alcohol se suman las consecuencias negativas para el individuo o terceros, en áreas de la salud, armonía familiar, rendimiento laboral o escolar, seguridad personal y funcionamiento social, lo que define al consumidor problemático de alcohol.

De alguna manera todos somos responsables de que el consumo de alcohol se haya incrementado hasta niveles alarmantes. Cargan con el peso las autoridades, los expendedores y los padres de familia. También tienen su cuota parte los medios de comunicación, especialmente la televisión, los educadores y los grupos sociales organizados. Si bien no es posible meter a todos en la misma bolsa, también es cierto que se omita a otros, pero lo evidente es que el consumo de alcohol se ha convertido en el elemento imprescindible de las reuniones sociales, incluyendo las de los muy jóvenes.

Las autoridades no han hecho lo suficiente para frenar el excesivo consumo de alcohol entre la población y tampoco han podido controlar su consumo entre los menores de edad. Un ejemplo es la permisividad rayana en la negligencia, frente a la utilización de la juventud en pases publicitarios televisivos, pese a estar expresamente prohibido. La inducción al consumo de alcohol desde tales fuentes es inadmisible. Por otra parte, en los hogares el ejemplo de los mayores ha calado entre los menores. Del consumo temprano dista muy poco hacia el alcoholismo y la violencia. ¿Quién puede decir esta boca es mía?

Lo más triste es que el mayor porcentaje de los bebedores está en Santa Cruz, luego Sucre y después La Paz. Sin duda estos datos deberían llamar a una profunda reflexión, especialmente cuando se sabe que cada vez son más las mujeres jóvenes que beben desde temprana edad. ¿Pueden imaginarse las consecuencias sobre las nuevas generaciones? Quizás sea hora de comenzar una nueva etapa de concienciación colectiva y prevención sobre el consumo problemático de alcohol, al menos para paliar en parte los efectos negativos que ya nos impactan.