La razón del más fuerte

Editorial. El Deber.

En años mozos, cada vez más distantes, leímos algo del célebre fabulista francés Lafontaine. “La razón del más fuerte es siempre la mejor”. Y para dar asidero a este pensamiento, el fabulista contraponía la razón del lobo, -el fuerte-, con la del cordero, obviamente el débil.



Ni cómo dudar que la del fuerte en la fábula, el lobo, tornaba inútil la del débil, -el cordero-, a quien terminaba zampándose a punta de feroces dentelladas.

Se nos ocurre esta divagación, que no deja de tener su fondo aleccionador, en razón del culto a la fuerza que se está rindiendo en el tiempo presente, con olvido y menosprecio absoluto de lo enjundioso, de lo que entraña valores reales dentro de los marcos de la convivencia nacional.

Vivimos a saltos de matas con manifestaciones, con marchas, concentraciones y contramarchas en que el lenguaje y la motivación únicos vienen a ser los “¡Vivas!”, los “¡Hurras!” a los grupos de poder y al ungido mandamás que muestra su rostro cruzado de extremo a extremo de enormes sonrisas y de entrañables goces, mientras a la cola menudean los “¡Muera!” y otros denuestos por el estilo dirigidos, desde luego, a los opositores grandes, medianos o pequeños por igual.

A falta de buenas razones para acercarse a los sectores ciudadanos, a falta de obras de bien de que dar cuenta, de proyectos en ejecución o de óptimos y viables programas a futuros inmediatos, los dueños de la situación política tienen en estado de movilización permanente a cientos y miles de dóciles militantes que no se cansan de ir y de venir con viejas, gastadas e intrascendentes proclamas y consignas, con los vivas y los mueras de reglamento y uso cotidiano.

Cuánto se dilapida en esas concentraciones, en esas manifestaciones “espontáneas”, que no sólo cuestan dinero del Estado sino que de paso entorpecen el desenvolvimiento urbano, con calles, avenidas, plazas y viviendas particulares, negocios y otros centros, que sufren bloqueos intempestivos durante horas y minutos de verdad interminables y desesperantes en grados extremos.

Las manifestaciones, las múltiples concentraciones son el medio expedito para demostrar cuán fuerte se es. Y a través de tan primitiva y elemental demostración de fuerza, dar por sentado que se está en posesión de la razón. Suponemos que en la mente de los promotores de marchas, concentraciones y cosas por el estilo se ha hecho carne la idea de que basta con montar alardes de ser de verdad fuertes numéricamente, y por lo tanto, la razón o las razones salen sobrando.

Tan frecuentemente nos damos de caras con manifestaciones, con concentraciones que nos resulta difícil imaginar que las masas utilizadas en tales menesteres tengan otras actividades, otros trabajos de los que depende la subsistencia de ellos, los manifestantes, y de los suyos. Los feriados y las jornadas ordinarias, por igual, son apropiados para engrosar caudales humanos movilizados. Con los estribillos a flor de labios, salen de una manifestación para entrar en otra. El país, este nuestro pobre país es el que se malogra a merced de semejante irracional gimnasia. ¿Será que los promotores no sienten cargos de conciencia?

   Tres en Uno   

Apurarse que hay que fiestear

Los cruceños estamos acostumbrados a que las obras viales tarden meses y en algunos casos hasta años. Como antecedentes están la doble vía a La Guardia, el paso a desnivel que está a medio construir en la zona del aeropuerto Viru Viru o las recientes ampliaciones que se hicieron del segundo anillo, entre avenidas Virgen de Cotoca y Paraguá. Allí, las excusas para justificar las demoras siempre estuvieron a la orden del día. Sin embargo, cuando se trata de fiestear, la cosa cambia. Y el mejor ejemplo son las modificaciones que se realizan en la rotonda de la avenida Alemania, donde se encontraba el monumento a Willy Bendeck. Las obras avanzan a mil por hora, con gente que trabaja de día y hasta de noche, como pocas veces se ve en nuestra ciudad. El motivo para semejante apuro es que por la zona debe pasar el corso. Si las cosas van a ser así, hay que ponerse de acuerdo con los carnavaleros para que el corso del próximo año incluya en su recorrido todas las obras que están inconclusas o demoradas en Santa Cruz de la Sierra.

Agáchese, que voy a tirar mi basura

Primer cuadro: una ambulancia marcha por el segundo anillo, el conductor gira a la derecha por la avenida Mutualista y saca un brazo por la ventanilla, no para alertar sobre el giro…sino para tirar una cáscara de plátano a la calle. Segundo cuadro: el conductor de micro de la línea 72 llega a su parada frente al Parque Urbano, se detiene a comprar una botella de agua, arranca y entonces…tira su lata vacía de Red Bull a la jardinera central de la av. Capitán Arrien. Tercer cuadro, en pleno centro, la señora que conduce una Murano parece que estira la mano para alcanzar unas monedas al mendigo de la esquina, pero lo que hace es botar la envoltura del chicle que masticaba, en una pausa de su conversación vía teléfono celular. ¿Cómo se llama el cuadro? Bien podría ser: ¡Santa Cruz de la Sierra, así te queremos!

El alto riesgo del dengue

La epidemia de dengue que ‘sobrevuela’ el departamento mantiene en alerta a la población y a las instancias inherentes a la salud pública. Con acierto se moviliza hasta el ejército para fumigar y evitar que la enfermedad se expanda. Los especialistas señalan que la prevención no funcionó y que se debieron tomar medidas más radicales y con mayor antelación a fin de eludir tantos contratiempos y riesgos. Contrario a las estadísticas que dan los centros de salud y los medios de comunicación, muchos casos no se reportan, pero eso no significa que no existan. Estamos en una situación alarmante y sólo entre todos podremos evitar una pandemia.