Muchos demagogos, ni un líder

Si no hay líderes capaces de asumir el reto, tendrá que ser la voluntad colectiva la que siente las bases de una alternativa que detenga el proceso de destrucción nacional.

Editorial Los Tiempos.

Todos los pueblos, en algún momento de su historia, enfrentan circunstancias especiales en la que se pone en juego su destino. Es entonces cuando se ponen a prueba sus valores colectivos, su cohesión interna, sus impulsos vitales y la calidad de sus líderes.



Bolivia está acercándose a uno de esos momentos decisivos. Dentro de tres semanas, alrededor de cuatro millones de personas elegiremos, a través de nuestro voto, el camino a seguir. Nos aproximamos a tan crucial momento de decisiones sumidos en una muy profunda división interna, pues lejos de ser una ocasión para que nuestras diferencias se atenúen en función a un objetivo común, el referéndum del 25 de enero será un motivo más para que éstas se exacerben.

Las razones que hacen temer que la unidad nacional, lejos de fortalecerse, se habrá debilitado más de lo que ya está, son muchas. Pero la principal de ellas es que, contra todo lo que era de esperar, se nos obliga a elegir entre dos visiones de país, dos visiones de futuro mutuamente excluyentes. Las posibilidades de concertación han sido prácticamente eliminadas, y se han creado así las condiciones para que una parte del país se imponga violentamente sobre la voluntad de la otra.

Ante un escenario tan poco alentador como el que se vislumbra, se hace más necesaria que nunca la presencia de líderes capaces de conjurar con su palabra orientadora los peligros que se ciernen sobre el futuro nacional. Pero son ellos los que más brillan por su ausencia.

No nos referimos, por supuesto, a aspirantes a candidatos. Ellos abundan. Son, incluso, demasiados los que se ven a sí mismos como potenciales depositarios de la confianza popular. Pero la falta de valor que muestran cuando de asumir la defensa de una causa que no sea la de su propia imagen reflejada en el espejo se trata, resulta evidente que están muy lejos de merecer el calificativo de líderes. Con su cobarde silencio animado por el afán de congraciarse con unos y otros, muestran que no son más que traficantes de la más vulgar demagogia.

Aspirantes a candidatos que en momentos decisivos se ocultan tras los resultados que arrojan las encuestas, que se dedican a calcular la dirección a la que soplan los vientos para acomodarse en el lugar más conveniente para sus mezquinos cálculos personales, no merecen el reconocimiento del pueblo al que aspiran representar. Pero como vergüenza es lo que menos tienen, ya se puede prever que, al día siguiente del referéndum, saldrán de sus escondrijos para pedir apoyo para sus egocéntricos proyectos políticos. Felizmente, muy amplios sectores de la sociedad boliviana han mostrado ya que pueden prescindir de esa clase de personajes. Y si no hay líderes capaces de asumir el reto, cabe esperar que la voluntad colectiva, aunque todavía dispersa, sabrá sentar las bases de una alternativa que detenga el proceso de destrucción nacional.