Tres discursos claves de Barack Obama (en español)

El martes 20 de enero, a las 18’05 (hora española), Barack Obama fue proclamado el 44º presidente de los Estados Unidos. En este artículo reunimos tres discursos principales:

  1. Toma de posesión en el Capitolio.
  2. Nominación como candidato demócrata.
  3. Victoria electoral.

Discurso de toma de posesión del presidente Barack Obama

Compatriotas:



Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados. Agradezco al presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición.

Ya son cuarenta y cuatro los norteamericanos que han hecho el juramento presidencial. Estas palabras han sido pronunciadas durante mareas de prosperidad y aguas tranquilas de la paz. Y, sin embargo, a veces el juramento se hace en medio de nubarrones y furiosas tormentas. En estos momentos, Estados Unidos se ha mantenido no sólo por la pericia o visión de los altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antecesores y a nuestros documentos fundacionales.

Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de norteamericanos.

Que estamos en medio de una crisis es algo muy asumido. Nuestra nación está en guerra frente a una red de gran alcance de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era.

Se han perdido casas y empleos y se han cerrado empresas. Nuestro sistema de salud es caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados; y cada día aporta nuevas pruebas de que la manera en que utilizamos la energía refuerzan a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.

Estos son los indicadores de una crisis, según los datos y las estadísticas. Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país – un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y de que la próxima generación debe reducir sus expectativas.

Hoy os digo que los desafíos a los que nos enfrentamos son reales. Son graves y son muchos. No los enfrentaremos fácilmente o en un corto periodo de tiempo. Pero Estados Unidos debe saber que les haremos frente.

Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Hoy hemos venido a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero, según las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar de lado los infantilismos. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de firmeza: de elegir nuestra mejor historia; de llevar hacia adelante ese valioso don, esa noble idea que ha pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, somos conscientes de que la grandeza nunca es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarse con menos. No ha sido un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, han sido los que han asumido riesgos, los que actúan, los que hacen cosas -algunos de ellos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor, los que nos han llevado hacia adelante por el largo, escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros se llevaron sus pocas posesiones materiales y viajaron a través de los océanos en busca de una nueva vida.

Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y se establecieron en el oeste; soportaron el látigo y araron la dura tierra.

Por nosotros lucharon y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn.

Una y otra vez estos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener llagas en las manos para que pudiéramos tener una vida mejor. Veían a Estados Unidos más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales, más grande que todas las diferencias de origen, riqueza o facción.

Este es el viaje que continuamos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el tiempo del inmovilismo, de la protección de intereses limitados y de aplazar las decisiones desagradables, ese tiempo seguramente ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a empezar la tarea de rehacer Estados Unidos.

Porque allí donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía requiere una acción audaz y rápida y actuaremos no sólo para crear nuevos empleos sino para levantar nuevos cimientos para el crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos mantienen unidos. Pondremos a la ciencia en el lugar donde se merece y aprovecharemos las maravillas de la tecnología para aumentar la calidad de la sanidad y reducir su coste. Utilizaremos el sol, el viento y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y universidades para hacer frente a las necesidades de una nueva era.

Todo esto podemos hacerlo. Y todo esto lo haremos.

Algunos cuestionan la amplitud de nuestras ambiciones y sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados grandes planes. Sus memorias son cortas. Porque han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al interés común y la necesidad a la valentía.

Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado y que los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven.

La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona -ya sea para ayudar a las familias a encontrar trabajos con un sueldo decente, cuidados que pueden pagar y una jubilación digna. Allí donde la respuesta es sí, seguiremos avanzando y allí donde la respuesta es no, pondremos fin a los programas. Y a los que manejamos el dinero público se nos pedirán cuentas para gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque sólo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su gobierno.

La cuestión para nosotros tampoco es si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene rival, pero esta crisis nos ha recordado a todos que sin vigilancia, el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos. El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no sólo del tamaño de nuestro Producto Nacional Bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra habilidad de ofrecer oportunidades a todos los que lo deseen, no por caridad sino porque es la vía más segura hacia el bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha expandido con la sangre de generaciones. Esos ideales aún alumbran el mundo y no renunciaremos a ellos por conveniencia. Y a los otros pueblos y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales al pequeño pueblo donde nació mi padre: sabed que América es la amiga de cada nación y cada hombre, mujer y niño que persigue un futuro de paz y dignidad y de que estamos listos a asumir el liderazgo una vez más.

Recordad que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder solo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Sabían por contra que nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención.

Somos los guardianes de este patrimonio. Guiados de nuevo por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen aún mayor esfuerzo  – incluso mayor cooperación y entendimiento entre las naciones. Comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, a su pueblo, y forjar una paz ganada con dificultad en Afganistán.

Con viejos amigos y antiguos contrincantes, trabajaremos sin descanso para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder el fantasma de un planeta que se calienta. No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no podéis perdurar más que nosotros, y os venceremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multiétnica es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos y e hindúes – y de no creyentes. Estamos formados por todas las lenguas y culturas, procedentes de cada rincón de esta Tierra; debido a que hemos probado el mal trago de la guerra civil y la segregación, y resurgido más fuertes y más unidos de ese negro capítulo, no podemos evitar creer que los viejos odios se desvanecerán algún día, que las lineas divisorias entre tribus pronto se disolverán; que mientras el mundo se empequeñece, nuestra humanidad común se revelará; y América tiene que desempeñar su papel en el alumbramiento de una nueva era de paz.

Al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino adelante, basado en el interés mutuo y el respeto mutuo. A aquellos líderes en distintas partes del mundo que pretenden sembrar el conflicto, o culpar a Occidente de los males de sus sociedades – sepáis que vuestros pueblos os juzgarán por lo que podéis construir, no por lo que destruyáis.

A aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y la represión de la disidencia, teneis que saber que estáis en el lado equivocado de la Historia; pero os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño.

A los pueblos de las naciones más pobres, nos comprometemos a colaborar con vosotros para que vuestras granjas florezcan y dejar que fluyan aguas limpias; dar de comer a los cuerpos desnutridos y alimentar las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones que, como la nuestra, gozan de relativa abundancia, les decimos que no nos podemos permitir más la indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros tenemos que cambiar con él.

Al contemplar la ruta que se despliega ante nosotros, recordamos con humilde agradecimiento aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. Tienen algo que decirnos, al igual que los héroes caídos que yacen en (el cementerio nacional de) Arlington susurran desde los tiempos lejanos. Les rendimos homenaje no sólo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino también porque encarnan el espíritu de servicio; la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Sin embargo, en este momento -un momento que definirá una generación- es precisamente este espíritu el que tiene que instalarse en todos nosotros.

Por mucho que el gobierno pueda y deba hacer, en última instancia esta nación depende de la fe y la decisión del pueblo estadounidense. Es la bondad de acoger a un extraño cuando se rompen los diques, la abnegación de los trabajadores que prefieren recortar sus horarios antes que ver a un amigo perder su puesto de trabajo, lo que nos hace superar nuestros momentos más oscuros. Es la valentía del bombero al subir una escalera llena de humo, pero también la voluntad del progenitor de cuidar a un niño, lo que al final decide nuestra suerte.

Nuestros desafíos podrían ser nuevos. Las herramientas con que los hacemos frente podrían ser nuevas. Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito – el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo – esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades. Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad  – un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación, y el mundo, deberes que no admitimos a regañadientes, sino que acogemos con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada tan gratificante para el espíritu, tan representativo de nuestro carácter que entregarlo todo en una tarea difícil.

Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.

Esta es la fuente de nuestra confianza – el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto.

Este es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo – por lo que hombres y mujeres y niños de todas las razas y de todas las fes pueden unirse en una celebración a lo largo y ancho de esta magnífica explanada, por lo que un hombre cuyo padre, hace menos de 60 años, no habría sido servido en un restaurante ahora está ante vosotros para prestar el juramento más sagrado.

Así que, señalemos este día haciendo memoria de quiénes somos y de lo largo que ha sido el camino recorrido. En el año del nacimiento de América, en uno de los más fríos meses, una reducida banda de patriotas se juntaba ante las menguantes fogatas en las orillas de un río helado. La capital se había abandonado. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en que el desenlace de nuestra revolución estaba más en duda, el padre de nuestra nación mandó que se leyeran al pueblo estas palabras:

"Que se cuente al mundo del futuro que en las profundidades del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podían sobrevivir … la urbe y el país, alarmados ante un peligro común, salieron a su paso."

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos esas palabras eternas. Con esperanza y virtud, sorteemos nuevamente las corrientes heladas, y aguantemos las tormentas que nos caigan encima. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos que permitir que este viaje terminase, no dimos la vuelta para retroceder, y con la vista puesta en el horizonte y la gracia de Dios encima de nosotros, llevamos aquel gran regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones venideras.

Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.

Barack Obama.

Presidente de los Estados Unidos.

3 DE JUNIO DE 2008,

ST. PAUL (MINNESOTA).

Discurso íntegro, que pronunció tras proclamarse vencedor de las elecciones primarias del Partido Demócrata y candidato por este partido a la Presidencia de EE.UU. Traducción del diario El Mundo.

El cambio que necesitamos

Esta noche, después de 54 enfrentamientos, reñidos al máximo, nuestra fase de elecciones primarias ha llegado finalmente a su fin. Han transcurrido 16 meses desde que comparecimos juntos por primera vez en las escalinatas del Old State Capitol [Antiguo Capitolio del Estado] de Springfield (Illinois). Miles de kilómetros han quedado atrás. Se han dejado oír millones de voces. En fin, gracias a lo que habéis dicho -porque habéis sido vosotros los que habéis decidido que ha de llegar un cambio a Washington, porque habéis sido vosotros los que habéis creído que este año debe ser diferente a todos los demás, porque habéis sido vosotros los que habéis optado por prestar atención no a vuestras dudas, ni a vuestros temores, sino a vuestras esperanzas más grandes y a vuestras aspiraciones más ambiciosas-, en esta noche celebramos el fin de un viaje histórico con el comienzo de otro, un viaje que traerá un día nuevo y mejor para Estados Unidos. En esta noche puedo presentarme ante vosotros y deciros que voy a ser el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que han estado con nosotros a lo largo de esta campaña, en los días buenos y en los malos, en las nieves de Cedar Rapids y bajo el sol resplandeciente de Sioux Falls. Además, en esta noche quiero dar las gracias también a los hombres y a la mujer que emprendieron este viaje a la par que yo y que han sido mis colegas candidatos a presidente.

En este momento clave para nuestra nación, deberíamos sentirnos orgullosos de que nuestro partido presente uno de los elencos de personas con mayor talento y mejores títulos de cuantos hayan competido jamás por este puesto. No sólo he competido con ellos como rivales; he aprendido de ellos como amigos, como servidores de la cosa pública y como patriotas apasionados por Estados Unidos y deseosos de trabajar incansablemente para conseguir que este país sea mejor. Son dirigentes de este partido, unos dirigentes a los que Estados Unidos recurrirá en los años venideros.

La senadora Hillary Clinton

Esto es particularmente cierto en el caso de la candidata que ha llegado en este viaje más lejos que nadie. La senadora Hillary Clinton ha hecho historia en esta campaña no sólo porque se trata de una mujer que ha conseguido lo que ninguna otra ha logrado antes, sino porque es una dirigente que moviliza a millones de estadounidenses con su firmeza, su valor y su compromiso con las causas que nos han traído aquí esta noche.

Hemos tenido nuestras diferencias a lo largo de los pasados 16 meses, de eso no cabe duda. Ahora bien, tras haber compartido con ella un mismo escenario en numerosas ocasiones, puedo aseguraros que lo que hace que Hillary Clinton se levante por las mañanas, incluso ante la perspectiva de unos malos augurios, es exactamente lo mismo que les llevó a ella y a Bill Clinton a apuntarse en su primera campaña en Texas hace ya tantos años, lo que la llevó a trabajar en el Children’s Defense Fund [Fondo para la Defensa de la Infancia] y la empujó a luchar por la asistencia sanitaria universal cuando era primera dama, lo que la llevó al Senado de Estados Unidos y ha alimentado su campaña por la presidencia, lo que ha derribado barreras, esto es, un afán inflexible por mejorar la vida de los norteamericanos comunes y corrientes, con independencia de lo difícil y complicada que pueda ser esa lucha. Es más, podéis estar seguros de que, cuando ganemos finalmente la batalla de la asistencia sanitaria para todo el mundo en este país, ella habrá sido decisiva en esa victoria. Cuando cambiemos nuestra política energética y saquemos a nuestros niños de la pobreza, se deberá a que ella puso todo su esfuerzo en contribuir a que eso ocurriera. Nuestro partido y nuestro país están mejor gracias a ella, y yo soy un candidato mejor por haber tenido el honor de competir con Hillary Rodham Clinton.

Cambiar Washington

Hay quienes dicen que, en cierto sentido, estas primarias nos han dejado más débiles y más divididos. Pues bien, yo digo que, gracias a estas primarias, hay millones de estadounidenses que por primera vez han depositado su voto en una urna. Son votantes independientes y republicanos que entienden que en estas elecciones no se ventila sólo qué partido ha de estar en el poder en Washington sino que se trata de la necesidad de cambiar Washington. Hay jóvenes, afroamericanos, latinos y mujeres de todas las edades, que han votado en unos porcentajes que han batido todas las marcas y que han movilizado a la nación.

Todos vosotros habéis optado por apoyar a un candidato en el que creéis profundamente. Sin embargo, al final no somos nosotros la razón de que os hayáis echado a la calle y hayáis esperado en largas colas que daban vueltas a manzanas y más manzanas para hacer que se oyera vuestra voz. No lo habéis hecho por mí, ni por la senadora Clinton, ni por ningún otro. Lo habéis hecho porque, en el fondo de vuestros corazones, sabéis que, en este momento, un momento que definirá a toda una generación, no podemos seguir haciendo lo mismo que hemos venido haciendo. Les debemos un mejor futuro a nuestros hijos. Le debemos un mejor futuro a nuestro país. A todos aquellos que en esta noche sueñan con ese futuro yo les digo ¡pongámonos a hacer juntos este trabajo! ¡Unámonos en un esfuerzo común por trazar un nuevo rumbo para Estados Unidos!

El héroe McCain

En apenas unos pocos meses, el Partido Republicano llegará a St. Paul con unas prioridades políticas muy diferentes. Vendrán aquí para proclamar candidato a John McCain, un hombre que ha servido con heroísmo a este país. Rindo homenaje a esos servicios, y respeto los grandes logros que ha conseguido, incluso aunque él prefiera negar los míos. Mis diferencias con él no son personales; tienen que ver con las políticas que ha propuesto en su campaña

Porque, si bien John McCain puede reivindicar con toda legitimidad sus momentos de independencia de su partido en el pasado, esa independencia no ha sido el sello de su campaña presidencial. No se puede hablar de cambio cuando John McCain decidió ponerse de lado de George Bush en el 95% de las veces, como hizo en el Senado durante el año pasado.

No se puede hablar de cambio cuando ofrece otros cuatro años más de política económica de Bush, que ha fracasado a la hora de crear puestos de trabajo bien pagados, o de dar cobertura sanitaria a nuestros trabajadores, o de ayudar a los estadounidenses a hacer frente a los costes de la enseñanza superior, que se han puesto por la nubes, es decir, cuatro años más de unas políticas que han reducido en términos reales los ingresos de la familia norteamericana media, que han ampliado la distancia entre Wall Street y Main Street [los potentados y la gente de la calle] y que han dejado a nuestro hijos con un una montaña de deudas.

En fin, no se puede hablar de cambio cuando ya adelanta que mantendrá en Irak una política que lo exige todo de nuestros valientes hombres y mujeres de uniforme y nada de los políticos iraquíes, una política en la que todo lo que se busca son razones para seguir en Irak mientras gastamos miles de millones de dólares al mes en una guerra que no está consiguiendo que el pueblo de Estados Unidos esté más seguro.

Así pues, esto es lo que voy a decir, que hay muchas palabras para describir el intento de John McCain de hacer pasar por consensuada y novedosa su adhesión a las políticas de George Bush, pero que el cambio no es una de ellas.

El cambio

Cambio es una política exterior que no empiece y termine con una guerra que nunca debería haberse autorizado y que nunca debería haberse emprendido. No me voy a quedar aquí como si tal cosa y hacer como que en Irak todavía disponemos de muchas y muy buenas alternativas, pero lo que no es una alternativa en ningún caso es mantener a nuestros soldados en ese país durante los próximos 100 años, especialmente en un momento en el que nuestro Ejército ya no da más abasto, nuestra nación está aislada y prácticamente se hace caso omiso de todas las demás amenazas que penden sobre Estados Unidos.

Tenemos que ser tan cuidadosos para salir de Irak como descuidados fuimos para meternos allí, pero eso sí, tenemos que empezar a marcharnos. Es hora de que los iraquíes asuman la responsabilidad de su futuro. Es hora de que reconstruyamos nuestro Ejército y prestemos a nuestros veteranos la atención que necesitan y las ayudas que merecen cuando regresen a sus casas. Es hora de que concentremos nuestros esfuerzos en el liderazgo de Al-Qaeda y en Afganistán y de que reorganicemos el mundo contra las amenazas comunes del siglo XXI, como el terrorismo y las armas nucleares, el cambio climático y la pobreza, el genocidio y la enfermedad. En eso es en lo que consiste el cambio.

Cambio es darse cuenta de que hacer frente a las amenazas de nuestros tiempos requiere no sólo nuestra potencia de fuego sino el poder de nuestra diplomacia, una diplomacia directa, sin contemplaciones, en la que el presidente de Estados Unidos no tenga miedo de hacer saber a cualquier dictador de medio pelo cuál es la postura de Estados Unidos y qué es lo que defendemos. Una vez más, debemos tener el valor y la convicción de ponernos al frente del mundo libre. Esa es la herencia de Roosevelt, de Truman, de Kennedy. Eso es lo que los estadounidenses quieren. En eso consiste el cambio.

Cambio es levantar una economía que recompense no sólo la riqueza sino el trabajo y a los trabajadores que la han generado. Es comprender que los problemas a los que han de hacer frente las familias trabajadoras no pueden resolverse perdiendo miles de millones de dólares en más reducciones de impuestos en favor de grandes empresas y de ejecutivos riquísimos, sino concediendo esas rebajas fiscales a la clase media, invirtiendo en nuestras infraestructuras, que se están viniendo abajo, transformando la forma en que empleamos la energía, mejorando nuestras escuelas y renovando nuestro compromiso con la ciencia y la innovación. Es comprender que la responsabilidad fiscal y la prosperidad compartida pueden ir de la mano, como ocurría cuando Bill Clinton era presidente.

John McCain ha dedicado muchísimo tiempo durante las últimas semanas a hablar de viajes a Irak, pero, a lo mejor, si pasara algún tiempo haciendo viajes a las ciudades y a los pueblos que más duramente afectados se han visto por esta política económica, ciudades de Michigan, de Ohio, y de aquí mismo, de Minnesota, comprendería cuál es el cambio detrás del cual va la gente.

Otros cuatro años, no

A lo mejor, si se pasara por Iowa y conociera al estudiante que trabaja un turno de noche después de todo un día de clase y ni siquiera así puede pagar las facturas del médico de una hermana suya que está enferma, comprendería que esa chica ya no se puede permitir otros cuatro años más de un sistema de asistencia sanitaria que sólo se ocupa de los sanos y de los ricos. Esa chica necesita que aprobemos un plan de asistencia sanitaria que extienda el seguro de salud a todos los estadounidenses que lo deseen y que reduzca el precio de las pólizas del seguro a todas aquellas familias que lo necesiten. Ese es el cambio que necesitamos.

A lo mejor, si fuera a Pensilvania y conociera al hombre que ha perdido su puesto de trabajo y no puede pagarse siquiera la gasolina para salir por ahí con el coche en busca de otro empleo, comprendería que no nos podemos permitir otros cuatro años más de adición al petróleo de los dictadores. Ese hombre necesita que aprobemos una política energética que colabore con los fabricantes de automóviles en mejorar el rendimiento de los combustibles, que obligue a las empresas a pagar por la contaminación que producen y que haga que las empresas petroleras inviertan sus ingentes beneficios en una energía limpia de cara al futuro, una política energética que creará millones de puestos de trabajo que estén bien pagados y que no puedan subcontratarse. Ese es el cambio que necesitamos.

Y a lo mejor, si pasara algún rato en las escuelas de Carolina del Sur o de St. Paul, o de donde él mismo habló ayer noche, en Nueva Orleans, comprendería que no nos podemos permitir el olvidarnos de dar dinero para No Child Left Behind [Ningún niño olvidado], ni de invertir en educación desde la primaria infancia, que es una deuda que tenemos con nuestros hijos, ni de reclutar todo un ejército de profesores nuevos y darles un salario mejor y un apoyo mayor, y que finalmente hemos de llegar a la conclusión de que, en esta economía global, la posibilidad de recibir enseñanza superior no debería ser un privilegio de unos pocos ricos sino un derecho de todo estadounidense desde su nacimiento. Ese es el cambio que necesitamos en Estados Unidos. Esa es la razón por la que me presento a presidente.

Todos somos estadounidenses

El otro bando vendrá aquí en septiembre y ofrecerá un conjunto de políticas y actitudes muy diferentes, y ése es un debate que espero con ansiedad. Es un debate que los estadounidenses se merecen. Por el contrario, lo que no os merecéis son otras elecciones gobernadas por el miedo, las insinuaciones poco claras y la división. Lo que no vais a oír de esta campaña o de este partido es esa clase de política que utiliza la religión para sembrar cizaña y el patriotismo como cachiporra, ésa que ve a nuestros oponentes no como unos competidores a los que hay que enfrentarse sino como unos competidores a los que hay que culpar de todos los males, porque unos nos llamaremos demócratas y otros republicanos, pero por encima de todo somos estadounidenses. Por encima de todo somos siempre estadounidenses.

A pesar de lo que el senador de Arizona dijera anoche, yo he visto a personas con puntos de vista y opiniones diferentes hacer causa común en muchas ocasiones a lo largo de mis dos décadas de vida pública y yo personalmente he reconciliado las posiciones divergentes de muchas de ellas. He caminado codo con codo con dirigentes sociales del South Side de Chicago y he visto que las tensiones se desvanecían cuando negros, blancos y latinos luchaban juntos por buenos trabajos y buenas escuelas. Me he sentado a la misma mesa con responsables de aplicar la ley y con abogados de derechos civiles para reformar un sistema de justicia penal que ha enviado a 13 inocentes al corredor de la muerte. Es más, he trabajado con amigos del otro partido para hacer llegar asistencia sanitaria a más niños y a más familias trabajadoras algunas reducciones de impuestos, para atajar la proliferación de armas nucleares, para garantizar que los estadounidenses supieran en qué se gastan los dólares de sus impuestos y para reducir la influencia de los grupos de presión que con excesiva frecuencia condicionan las prioridades políticas en Washington.

Somos un gran país

Me he encontrado con que, en nuestro país, esta colaboración se produce no porque estemos de acuerdo en todo sino porque, detrás de todas las etiquetas y de las falsas divisiones y categorías que nos definen, más allá de todas esas nimiedades por las que nos peleamos y con las que pretendemos anotarnos puntos en Washington, el estadounidense es un pueblo decente, generoso, solidario, unido por unos problemas comunes y unas esperanzas comunes. Y de vez en cuando, hay momentos en los que volvemos a hacer un llamamiento a esta bondad fundamental para hacer de éste otra vez un gran país.

Así fue en el caso de aquel grupo de patriotas que declararon en un salón de Filadelfia la formación de una unión más perfecta; y también en el de aquellos que en los campos de Gettysburg y Antietam dieron la medida más acabada de devoción para salvar aquella misma unión.

Así fue en el caso de la generación más sublime, la que conquistó el miedo y liberó un continente de la tiranía, e hizo de este país la patria de unas oportunidades y una prosperidad desconocidas. Así fue en los casos de los trabajadores que no se echaron atrás en las huelgas, en el de las mujeres que hicieron añicos los techos de cristal, en de los niños que desafiaron un puente en Selma [ciudad de Alabama] por la causa de la libertad. Así ha sido en el caso de todas las generaciones que han superado las dificultades más terribles y las probabilidades menos halagüeñas para dejar a sus hijos un mundo que fuera mejor, más amable y más justo.

Y así debe ser en nuestro caso.

¡Estados Unidos, éste es nuestro momento! ¡Ha llegado nuestra hora! ¡Nuestra hora de pasar la página de las políticas del pasado! ¡Nuestra hora de aportar nuevas energías y nuevas ideas a los problemas que tenemos ante nosotros! ¡Nuestra hora de ofrecer un nuevo rumbo al país que nos apasiona!

El viaje va a ser difícil. El camino va a ser largo. Encaro este reto con profunda humildad y a sabiendas de mis limitaciones, pero también con una fe ilimitada en la capacidad de los estadounidenses porque, si estamos dispuestos a trabajar en ello, a luchar por ello y a creer en ello, entonces estoy completamente seguro de que, durante generaciones y generaciones a partir de este momento, podremos mirar atrás y contarles a nuestros hijos que éste fue el momento en el que empezamos a proporcionar asistencia a los enfermos y buenos puestos de trabajo a los desempleados, que éste fue el momento en el que empezó a detenerse la subida de los océanos y nuestro planeta empezó a recobrar la salud, que éste fue el momento en que pusimos fin a una guerra, aportamos seguridad a nuestra nación y restauramos nuestra imagen de ser la última y mejor esperanza de la Tierra. Este fue el momento, ésta fue la hora, en que nos unimos para rehacer esta gran nación de modo que reflejara siempre lo mejor de nosotros mismos y nuestros más altos ideales.

Gracias a todos vosotros, Dios os bendiga, y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América.

4 DE NOVIEMBRE DE 2008,

CHICAGO (ILLINOIS).

Intervención del Presidente electo, Barack Obama, en el multitudinario acto de celebración de su victoria electoral. Traducción de El País.

“Sí, podemos”

¡Hola, Chicago!

Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta.

Es la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número cómo esta nación jamás ha visto, por las personas que esperaron tres horas y cuatro horas, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, porque creían que esta vez tenía que ser distinta, y que sus voces podrían suponer esa diferencia.

Es la respuesta pronunciada por los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules.

Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.

Es la respuesta que condujo a aquellos que durante tanto tiempo han sido aconsejados a ser escépticos y temerosos y dudosos sobre lo que podemos lograr, a poner manos al arco de la Historia y torcerlo una vez más hacia la esperanza en un día mejor.

Ha tardado tiempo en llegar, pero esta noche, debido a lo que hicimos en esta fecha, en estas elecciones, en este momento decisivo, el cambio ha venido a Estados Unidos.

Reconocimiento a McCain

Esta noche, recibí una llamada extraordinariamente cortés del senador McCain.

El senador McCain luchó larga y duramente en esta campaña. Y ha luchado aún más larga y duramente por el país que ama. Ha aguantado sacrificios por Estados Unidos que no podemos ni imaginar. Todos nos hemos beneficiado del servicio prestado por este líder valiente y abnegado.

Le felicito; felicito a la gobernadora Palin por todo lo que han logrado. Y estoy deseando colaborar con ellos para renovar la promesa de esa nación durante los próximos meses.

Quiero agradecer a mi socio en este viaje, un hombre que hizo campaña desde el corazón, e hizo de portavoz de los hombres y las mujeres con quienes se crío en las calles de Scranton y con quienes viajaba en tren de vuelta a su casa en Delaware, el vicepresidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden.

Y no estaría aquí esta noche sin el respaldo infatigable de mi mejor amiga durante los últimos 16 años, la piedra de nuestra familia, el amor de mi vida, la próxima primera dama de la nación, Michelle Obama.

Sasha y Malia, os quiero a las dos más de lo que podéis imaginar. Y os habéis ganado el nuevo cachorro que nos acompañará hasta la nueva Casa Blanca. Y aunque ya no está con nosotros, sé que mi abuela nos está viendo, junto con la familia que hizo de mí lo que soy. Los echo en falta esta noche. Sé que mi deuda para con ellos es incalculable

A mi hermana Maya, mi hermana Alma, al resto de mis hermanos y hermanas, muchísimas gracias por todo el respaldo que me habéis aportado. Estoy agradecido a todos vosotros. Y a mi director de campaña, David Plouffe, el héroe no reconocido de esta campaña, quien construyó la mejor, la mejor campaña política, creo, en la Historia de los Estados Unidos de América.

A mi estratega en jefe, David Axelrod, quien ha sido un socio mío a cada paso del camino. Al mejor equipo de campaña que se ha compuesto en la historia de la política. Vosotros hicisteis realidad esto, y estoy agradecido para siempre por lo que habéis sacrificado para lograrlo.

Comenzamos con poco

Pero sobre todo, no olvidaré a quién pertenece de verdad esta victoria. Os pertenece a vosotros. Os pertenece a vosotros.

Nunca parecí el aspirante a este cargo con más posibilidades. No comenzamos con mucho dinero ni con muchos avales. Nuestra campaña no fue ideada en los pasillos de Washington. Se inició en los jardines traseros de Des Moines y en los cuartos de estar de Concord y en los porches de Charleston. Fue construida por los trabajadores y las trabajadoras que recurrieron a los pocos ahorros que tenían para donar a la causa cinco dólares y diez dólares y veinte dólares

Adquirió fuerza de los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, que dejaron atrás sus casas y sus familiares para hacer trabajos que les procuraron poco dinero y menos sueño.

Adquirió fuerza de las personas no tan jóvenes que hicieron frente al gélido frío y el ardiente calor para llamar a las puertas de desconocidos y de los millones de estadounidenses que se ofrecieron voluntarios y organizaron y demostraron que, más de dos siglos después, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no se ha desvanecido de la Tierra.

Esta es vuestra victoria.

Y sé que no lo hicisteis sólo para ganar unas elecciones. Y sé que no lo hicisteis por mí. Lo hicisteis porque entendéis la magnitud de la tarea que queda por delante. Mientras celebramos esta noche, sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas -dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo-.

Mientras estamos aquí esta noche, sabemos que hay estadounidenses valientes que se despiertan en los desiertos de Irak y las montañas de Afganistán para jugarse la vida por nosotros.

Hay madres y padres que se quedarán desvelados en la cama después de que los niños se hayan dormido y se preguntarán cómo pagarán la hipoteca o las facturas médicas o ahorrar lo suficiente para la educación universitaria de sus hijos.

Hay nueva energía por aprovechar, nuevos puestos de trabajo por crear, nuevas escuelas por construir, y amenazas por contestar, alianzas por reparar.

Un largo camino

El camino por delante será largo. La subida será empinada. Puede que no lleguemos en un año ni en un mandato. Sin embargo, Estados Unidos, nunca he estado tan esperanzado como estoy esta noche de que llegaremos.

Os prometo que, nosotros, como pueblo, llegaremos.

Habrá percances y comienzos en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas.

Pero siempre seré sincero con vosotros sobre los retos que nos afrontan. Os escucharé, sobre todo cuando discrepamos. Y sobre todo, os pediré que participéis en la labor de reconstruir esta nación, de la única forma en que se ha hecho en Estados Unidos durante 221 años bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, mano encallecida sobre mano encallecida.

Lo que comenzó hace 21 meses en pleno invierno no puede terminar en esta noche otoñal. Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio. Y eso no puede suceder si volvemos a como era antes. No puede suceder sin vosotros, sin un nuevo espíritu de sacrificio.

Así que hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro.

Lecciones de esta crisis

Recordemos que, si esta crisis financiera nos ha enseñado algo, es que no puede haber un Wall Street (sector financiero) próspero mientras que Main Street (los comercios de a pie) sufren.

En este país, avanzamos o fracasamos como una sola nación, como un solo pueblo. Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y mezquindad e inmadurez que han intoxicado nuestra vida política desde hace tanto tiempo.

Recordemos que fue un hombre de este estado quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la autosuficiencia y la libertad del individuo y la unidad nacional.

Esos son valores que todos compartimos. Y mientras que el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hacemos con cierta humildad y la decisión de curar las divisiones que han impedido nuestro progreso.

Como dijo Lincoln a una nación mucho más dividida que la nuestra, no somos enemigos sino amigos. Aunque las pasiones los hayan puesto bajo tensión, no deben romper nuestros lazos de afecto.

Y a aquellos estadounidenses cuyo respaldo me queda por ganar, puede que no haya obtenido vuestro voto esta noche, pero escucho vuestras voces. Necesito vuestra ayuda. Y seré vuestro presidente, también.

Mensaje al mundo

Y a todos aquellos que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del mundo, nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido, y llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense.

A aquellos, a aquellos que derrumbarían al mundo: os vamos a vencer. A aquellos que buscan la paz y la seguridad: os apoyamos. Y a aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales; la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme.

Allí está la verdadera genialidad de Estados Unidos: que Estados Unidos puede cambiar. Nuestra unión se puede perfeccionar. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza con respecto a lo que podemos y tenemos que lograr mañana.

Estas elecciones contaron con muchas primicias y muchas historias que se contarán durante siglos. Pero una que tengo en mente esta noche trata de una mujer que emitió su papeleta en Atlanta. Ella se parece mucho a otros que guardaron cola para hacer oír su voz en estas elecciones, salvo por una cosa: Ann Nixon Cooper tiene 106 años.

La esclavitud, tan cerca y tan lejos

Nació sólo una generación después de la esclavitud; en una era en que no había automóviles por las carreteras ni aviones por los cielos; cuando alguien como ella no podía votar por dos razones -porque era mujer y por el color de su piel. Y esta noche, pienso en todo lo que ella ha visto durante su siglo en Estados Unidos- la desolación y la esperanza, la lucha y el progreso; las veces que nos dijeron que no podíamos y la gente que se esforzó por continuar adelante con ese credo estadounidense: Sí podemos.

En tiempos en que las voces de las mujeres fueron acalladas y sus esperanzas descartadas, ella sobrevivió para verlas levantarse, expresarse y alargar la mano hacia la papeleta. Sí podemos. Cuando había desesperación y una depresión a lo largo del país, ella vio cómo una nación conquistó el propio miedo con un Nuevo Arreglo, nuevos empleos y un nuevo sentido de propósitos comunes.

Sí podemos

Cuando las bombas cayeron sobre nuestro puerto y la tiranía amenazó al mundo, ella estaba allí para ser testigo de cómo una generación respondió con grandeza y la democracia fue salvada.

Sí podemos.

Ella estaba allí para los autobuses de Montgomery, las mangas de riego en Birmingham, un puente en Selma y un predicador de Atlanta que dijo a un pueblo: "Lo superaremos".

Sí podemos.

Un hombre llegó a la luna, un muro cayó en Berlín y un mundo se interconectó a través de nuestra ciencia e imaginación.

Y este año, en estas elecciones, ella tocó una pantalla con el dedo y votó, porque después de 106 años en Estados Unidos, durante los tiempos mejores y las horas más negras, ella sabe cómo Estados Unidos puede cambiar.

Sí podemos.

Estados Unidos, hemos avanzado mucho. Hemos visto mucho. Pero queda mucho más por hacer. Así que, esta noche, preguntémonos -si nuestros hijos viven hasta ver el próximo siglo, si mis hijas tienen tanta suerte como para vivir tanto tiempo como Ann Nixon Cooper, ¿qué cambio verán? ¿Qué progreso habremos hecho?

Esta es nuestra oportunidad de responder a ese llamamiento. Este es nuestro momento. Estos son nuestros tiempos, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza.

Y donde nos encontramos con escepticismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos.

Gracias. Que Dios os bendiga. Y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América.

20 DE NOVIEMBRE DE 2009,

CAPITOLIO: WASHINGTON (COLUMBIA).