El líder cubano depuró a quien pretendía hacerle sombra
MAITE RICO – Madrid
EL PAÍS – Internacional – 08-03-2009 – Reportaje
El general Arnaldo Ochoa rechazó que le ataran las manos. Extendió sus brazos y se ofreció a las balas del pelotón. El 13 de julio de 1989, el militar más laureado de Cuba caía fusilado cerca de La Habana. En apenas un mes, Ochoa, de 59 años, pasó de héroe de la república a ser detenido, juzgado y ejecutado por narcotráfico y alta traición. La misma suerte corrieron el coronel Antonio Tony de la Guardia y los oficiales Amado Padrón y Jorge Trujillo.
El caso Ochoa es uno de los episodios más terribles del historial de purgas del régimen de Fidel Castro, que acaba de defenestrar a dos de sus pesos pesados: el ministro de Exteriores Felipe Pérez Roque y el vicepresidente Carlos Lage. La lista de depurados es amplia: bien porque hacían sombra al Líder Máximo, o por desviacionismo ideológico, o por corrupción, o bien, como en el caso Ochoa, porque Fidel necesitaba sacrificar unas fichas para protegerse.
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El proceso sumarísimo conocido como Causa número 1 de 1989 concluyó que el general y 13 colaboradores habían transportado seis toneladas de cocaína del cartel de Medellín a Estados Unidos y recibido 3,4 millones de dólares (2,68 millones de euros al cambio actual). El juicio fue transmitido por televisión. Ochoa, el combatiente altanero, héroe de Sierra Maestra y jefe de la misión militar en Angola, aparecía hundido.
La historia oficial no tardaría en resquebrajarse. En una carta filtrada desde la cárcel, tres años después, el general Patricio de la Guardia, gemelo de Tony y condenado en el mismo proceso, explicó que el Gobierno auspiciaba el tráfico de drogas para hacerse con dólares. Tony y sus colaboradores formaban parte de un departamento del Ministerio del Interior llamado MC (Moneda Convertible), dedicado a conseguir divisas mediante el contrabando de diamantes, marfil de Angola… y cocaína de Pablo Escobar. “Sobre la droga, Fidel lo sabía todo”, relata De la Guardia. Él mismo le informaba.
El líder cubano “sacrificó” a su gente, prosigue Patricio, cuando supo que “la actividad del departamento MC era conocida por los norteamericanos”. Washington, en efecto, había lanzado serias advertencias a Cuba. Cuenta el escritor Norberto Fuentes, amigo de Tony de la Guardia, que Fidel visitó al coronel en la cárcel y le prometió que salvarían su vida si se inculpaban.
Con la desaparición de Arnaldo Ochoa, Fidel no sólo se libró de ser procesado en EE UU. El general era un personaje muy popular, gozaba de prestigio en las Fuerzas Armadas y no ocultaba su simpatía por la perestroika rusa. Al día siguiente de su ejecución, algunas calles habaneras amanecieron con una pintada: 8A. Para extirparle de la historia, el general fue enterrado en una tumba anónima en el cementerio Colón.
La oportuna desaparición de figuras carismáticas alrededor de Fidel ha ido tejiendo una leyenda de sospechas. Así ocurrió con Camilo Cienfuegos, llamado el comandante del pueblo por el cariño que despertaba entre los cubanos. Su muerte en un supuesto accidente de avión en 1959, poco después del triunfo de la revolución, sigue envuelta en el misterio: ni su cuerpo ni los restos del aparato fueron encontrados. Las conjeturas también han rodeado el viaje sin retorno del Che Guevara a Bolivia. Algunos de sus ex compañeros creen que fue abandonado a su suerte por Fidel.
Otras cribas van más allá de las suposiciones. Como la del comandante Huber Matos, amigo de Cienfuegos, que decidió apartarse de la revolución por su deriva comunista. Fidel no fusiló a Matos, como pedían Raúl Castro y el Che, para “no convertirle en mártir”. A cambio, lo encerró 20 años en prisión.
Claro que la lealtad inquebrantable tampoco ha sido salvaguarda de las purgas, como lo demuestran las decenas de altos funcionarios que languidecen en el plan pijama: es decir, condenados al ostracismo, humillados y despojados de los privilegios de la nomenclatura. De poco le sirvieron sus desvelos a Carlos Aldana, responsable del departamento ideológico y las relaciones internacionales del Partido Comunista y considerado como número tres del régimen. En 1992, fue apartado del poder por serios “errores” en el desempeño de sus funciones. Aldana se había mostrado sensible al proceso de cambio en la URSS, tras reunirse en privado con Mijaíl Gorbachov.
Peor destino tuvo, siete años después, Roberto Robaina, ministro de Exteriores entre 1993 y 1999. Desde que deslumbrara a Fidel como dirigente de la juventud comunista, Robertico se había convertido en el niño mimado del líder cubano. Pero su estado de gracia terminó cuando empezó a tomar vuelo propio y a mostrar atisbos de contaminación reformista. En 2001, Robaina fue expulsado del partido y despojado de su cargo de diputado. Hoy trabaja en el Parque Almendares de La Habana y se consagra a la pintura. Sus lienzos más recientes tienen como motivo principal el desnudo femenino.
Su sucesor, Pérez Roque, a pesar de ser considerado un “talibán fidelista”, ha tenido idéntica trayectoria: de la juventud comunista a la cumbre, y de ahí al destierro. Quizás porque él, como Carlos Lage, o como antes Robaina o Aldana, habían logrado proyección y buenos contactos exteriores por su condición de interlocutores con la comunidad internacional. Todos han sido víctimas de un rasgo que Fidel comparte, a decir de muchos analistas, con Stalin: su obsesión por decapitar a cualquier figura que haga pensar, siquiera remotamente, en su sucesión.
Raúl Castro da un puñetazo en la mesa
El presidente cubano forma un Gobierno con más militares tras expulsar a Lage y Pérez Roque
MAURICIO VICENT - La Habana
EL PAÍS - Internacional – 08-03-2009
Después de un año y medio de presidencia interina, y de un año más como presidente elegido formalmente por el Parlamento, Raúl Castro acaba de realizar su primera acción política de envergadura. La destitución de 11 de sus ministros y altos dirigentes -entre ellos el encumbrado canciller, Felipe Pérez Roque, y el secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, Carlos Lage Dávila- ha sido un puñetazo encima de la mesa y una señal clara de que, para bien o para mal, en Cuba manda el presidente y general Raúl Castro.
Desde el 31 de julio del 2006, cuando su hermano Fidel estuvo a punto de perecer debido a una grave hemorragia intestinal, se comprobó que todos los planes sucesorios estaban engrasados y listos para que no hubiera el mínimo desorden, ni en los despachos oficiales ni en las calles más bravas del país.
Los primeros días se incrementó la presencia policial en los barrios más levantiscos, y hasta el propio Raúl dio a conocer un plan especial que tenía como propósito poner a raya el delito y las ilegalidades, que se ha hecho sentir en la población.
Discretamente, Raúl asumió el mando hasta que, en febrero del 2008, Fidel admitió que la fragilidad de su estado de salud le impedía asumir sus funciones. El ex ministro de Defensa se dedicó a administrar la revolución siguiendo los preceptos básicos de su hermano, eso sí, imprimiendo un cierto pragmatismo en su forma de ejercer el poder día a día.
Entre julio de 2006 y el 24 de febrero de 2008, Raúl pagó las deudas contraídas por el Estado con los campesinos privados, aumentó los precios de algunos alimentos -como la leche, la carne de cerdo y algunas viandas que se pagaban a los productores privados- y eliminó las restricciones aduaneras para determinados artículos eléctricos, que los cubanos ahora pueden importar cuando regresan de viaje.
Más importante aún fue que Raúl Castro admitió que los sueldos cubanos no alcanzaban para vivir decentemente -un médico gana aproximadamente 25 euros al mes- , y abogó por eliminar los topes salariales, introduciendo un concepto revolucionario en Cuba: quien más vale y más trabaja, mejor vivirá.
El 24 de febrero de 2008, al asumir la presidencia del país, el general Raúl Castro dijo que su objetivo era mejorar la vida espiritual y material de los cubanos arreglando la economía y pidió levantar prohibiciones innecesarias que hacían la vida difícil a los habitantes de la isla.
También se declaró decidido a realizar cambios estructurales y de concepto para reactivar la producción interna, incluyendo la entrega de tierras en usufructo a los campesinos privados y a los de cooperativas. Aproximadamente, el 50% de los cuatro millones de hectáreas cultivables en Cuba siguen hoy baldías o están infrautilizadas.
Con Raúl llegó el acceso a los teléfonos móviles, a los hoteles turísticos, a poder alquilar desde un automóvil hasta una moto, y a poder adquirir electrodomésticos elementales como el reproductor de DVD. Pero de la gran reforma económica que la gente esperaba, nada. Ni se flexibilizaron los trámites para entrar y salir del país; ni se permitió la ampliación de los márgenes de la iniciativa privada; tampoco se dio la oportunidad a los particulares para cogestionar, junto con el Estado, servicios de hostelería y de otro tipo, que la Administración no parece haber sido capaz de administrar.
Cuando el 26 de julio de 2006 Fidel cayó gravemente enfermo, después de dar dos maratonianos discursos en Holguín y Camagüey, y los médicos le operaron a vida o muerte, todos sus allegados entendieron que era demasiado pronto para pedir a Raúl que tomara las riendas del poder. Un año después, a la vista de los cambios mínimos realizados dentro de la isla, muchos dijeron que mientras su hermano estuviera vivo o no renunciara formalmente a su cargo, poco se podría hacer para que la modernidad llegara a Cuba.
El 24 de febrero del 2008, Raúl Castro fue elegido presidente y se dispuso a formar nuevo Gobierno a fin de año, algo que, debido a las pérdidas millonarias provocadas por los tres huracanes que azotaron consecutivamente la isla, tuvo que retrasar dos meses. Esta semana, el general Raúl Castro anunció un nuevo Ejecutivo integrado por más militares y por hombres de su confianza. Del Gabinete desaparecieron figuras consideradas fidelistas y políticos expertos, como Carlos Lage y Felipe Pérez Roque.
Ahora la siguiente etapa es la celebración del congreso del gobernante Partido Comunista de Cuba, previsto para octubre. No se vislumbra un relevo generacional en el horizonte.
Parece que a los cubanos de nuevo les toca esperar, esperar y esperar. Algunos sueñan con que, más temprano que tarde, se abran de una vez las alamedas que hace presagiar la llegada a la Casa Blanca del presidente Barack Obama.