En el bicentenario del grito de los libres

MarceloOstriaTrigo Por Marcelo Ostria Trigo

Perece que ha pasado una eternidad desde que escribí, malherido del espíritu, una balada amarga para la Ciudad Blanca.

Ahora, en la víspera de recordar que hace doscientos años se gestó el nacimiento de la Patria, no tengo palabras distintas; sigue mi dolor por los agravios que se repiten desafiantes… Los ignaros, en olímpico desprecio por la historia y el valor de los hombres libres, se regodean con el odio y conforman hordas aullantes y violentas para sojuzgar. Y tienen al caudillo entronizado por el resentimiento, para proseguir su marcha destructora.



Esta es mi balada, tan sentida ayer como hoy, que deseo repetirla como mi homenaje permanente al valor y la dignidad de un pueblo –el de mis antepasados– indómito y resuelto a seguir siendo libre.

Balada mínima a la ciudad blanca del coraje…

Me pasa, quizá, como a Federico[i], “¡que no quiero verla!”

No quiero estar cerca de la matanza.

Mi recuerdo –y eso ya es falso– sólo se llena de una plaza ancha, fragante y blanca. Pero ahora, ya ni siquiera tiene el gris plateado de sus noches luminosas.

¡Que no quiero verla! Es cierto que esto me pasa por fatalista, por mi inmenso temor y por rezar y, simultáneamente, maldecir. Tengo recuerdos hechos jirones, y unos papeles viejos, que procuro salvar. Pero ahora, la tragedia… ¡Que no quiero verla!

Estoy, en mi ensueño, ante un jinete extraño, en un caballo con olor a mar y a sardinas cantábricas. Cruzó océanos –¿quién sabe por qué?– y peleó, y se quedó, como tronco viejo e incólume al que muchos buscan, como si se pudiera  imitar el arrojo de país lejano, y su pasión nacida en la ciudad de la blancura. De él tengo imaginarios recuerdos, pensando, como Ricardo[ii], que también  “hijo soy de mi raza”. 

Veo el tiempo nuevo, distinto; ahora manchado de odio infinito, con el rojo-sangre que yo no quería ver, ni veré nunca, derramado en la arena.

Yo, a lo lejos, miro las imágenes terribles que no quedarán en mis recuerdos.

Quiero, luego del olvido, que me quede la añoranza de la ciudad que me cobijó con su hidalguía y me prestó sus cuatro nombres.

Contigo, campanario de ilusiones y raíz de libertad; la patria va a perdurar con honor eterno…


[i] Federico García Lorca.

[ii] Ricardo Jaimes Freyre.