El miedo quita el sueño en Manitoba

Los menonitas de Manitoba comparan su tragedia con la de una plaga bíblica que se metió en los rincones de su intimidad y sienten que las huellas que les ha dejado ya les queman, los avergüenzan y los hace aldabar las puertas de sus casas impecables, incluso cuando el sol aún no se ha dormido en sus laureles.

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Organización. Los hombres y las mujeres están asombrados y las familias hablan del tema y de cómo protegerse en las noches.



El Deber

Roberto Navia

Ellos llaman a lo ocurrido ‘el pecado’, que un grupo de vecinos cometió contra varias niñas y mujeres cuando dormían plácidamente en sus dormitorios del segundo piso de sus viviendas de ladrillo. La justicia ordinaria de Santa Cruz maneja el tema bajo el cargo de violaciones múltiples y ha guardado en la cárcel de Cotoca, preventivamente, a ocho ciudadanos que se han declarado inocentes de la acusación que salió a la luz porque la misma comunidad la deslizó desesperadamente. 

Manitoba es una colonia menonita con casas dispersas de dos plantas y construidas bajo el mismo modelo arquitectónico. No es un pueblo como el que normalmente se conoce, sino más bien una vivienda por aquí y otra por allá, organizada en 24 grupos, donde cada uno cobija a 18 familias y donde los esposos crían entre cinco y 13 hijos. Hasta la pasada semana, Manitoba, a 180 kilómetros al sureste de la capital cruceña, vivía sus días sin sobresaltos y el resto del país no se había percatado de su existencia. Pero desde que se supo que varias mujeres amanecían con la ropa interior fuera de su sitio, con el cuerpo transitado y con un dolor en la cabeza como si hubieran estado de fiesta la noche anterior, la tranquilidad que estaba guardada en ese pueblo hizo maletas y sus habitantes se quedaron con un miedo que intentan explicar.

Lo más curioso de los acontecimientos era que los hombres, según cuentan diversos testimonios, no recordaban haber ‘tocado’ a sus esposas y que incluso los perros se quedaban mudos después de la medianoche. “Adormecieron a todos y con las mujeres lo hacían mientras sus esposos estaban también sedados”, dice Cornelio Wal, de 25 años, de ojos verdes y overol azul. Habla con soltura sin hacer a un lado su dejo alemán: “Aquí, la gente tiene miedo, porque se dice que fueron nuestros mismos amigos los que cometieron el pecado”.

Mira a su derecha y cuenta que la casa anterior a la suya pertenece a su vecino que acostumbraba beber alcohol y que ahora es uno de los detenidos en Cotoca. “Lo que ha ocurrido está mal, porque transgrede nuestra fe”.

Wal no pretende mostrar a la suya como a una sociedad perfecta. “Nuestra religión, que es la cristiana evangélica, dice que hay que llegar virgen al matrimonio, pero hay algunos que no se aguantan”. Se ríe y cuenta que él ya es casado y que quiere tener cinco hijos nomás.
Otro testimonio dirá después que muchos empezaron a sospechar cuando se percataron de que una niña de dos años sangraba por su parte íntima.

El pudor embarga a muchos pobladores y muy pocos se atreven a decir que fue en su casa donde se consumó el hecho. Las viviendas donde habitan algunos de los acusados están cerradas y los vecinos creen que se encuentran con los suyos buscando defenderlos de las acusaciones. 

Ham Neostater cuenta que David, uno de los detenidos, es su sobrino, un muchacho trabajador que no había mostrado antecedentes peligrosos y cuya única señal de descarriado que pueda apuntarse es que acostumbraba a beber alcohol.

Juan Wile (43) ata algunos cabos y después de una pausa dice que aquéllos que se entraron la otra noche a la planta baja de su casa puede que hayan sido los supuestos violadores. “No nos pasó nada, porque todos dormíamos en la segunda planta con la puerta cerrada”, dice y revela que el delantal de una de sus hijas desapareció. 

Abraham Blats sabe que a su casa han entrado unos hombres, pero afirma que se dio cuenta tiempo después cuando sus hijas vieron que la malla milimétrica de una de sus puertas estaba quemada.

Ahora, para evitar sustos, comenta que cuando sus perros ladran puede ser una señal de que el peligro anda suelto y toda la familia se levanta a ver qué está pasando. 

La colonia ya no es más la misma. Para muchos no es fácil que su vecino de al lado o del frente, con el que compartían una amistad de varios años, esté señalado como uno de los acusados o que la mujer o la hija de otros figuren entre las que fueron abusadas sexualmente. 

Por eso, para Cornelio Wal, lo que pasó en Manitoba no es chiste y hasta dice que siente una vergüenza que no puede ocultar. Pero más que la vergüenza, lo que ahora quita el sueño a esa colonia son las quejas de las víctimas y el miedo de que el aerosol para narcotizarlos, ese que supuestamente utilizaban los violadores, alguien los vuelva a usar y los sumerjan en sueños peligrosos.

EN DETALLES

Llegada. Hace medio siglo, los menonitas comenzaron a emigrar hacia las zonas bajas de Bolivia, atraídos por las tierras fértiles. Los primeros menonitas que llegaron a Bolivia datan de 1957, durante el Gobierno de Víctor Paz Estenssoro. Actualmente cultivan soya, maíz, trigo y sorgo, y se dedican a la ganadería. Muchos de ellos llegaron de colonias de México y cuyas raíces son en gran parte de Alemania.

Origen. Hablan otra lengua, como el alemán. Se considera que hay las colonias de menonitas que rechazan la modernidad y que otras se han abierto a los cambios. Son trabajadores y se dedican a cultivar la tierra. La historia cuenta que los menonitas, nacieron como una secta cristiana en Europa en los comienzos del siglo XVI. Sus ancestros provenían de Frisia, región de los Países Bajos. Eran seguidores de Menno Simons, un sacerdote que había dejado el catolicismo después de haber sido atraído por el movimiento anabaptista, una secta radical protestante que desde Suiza se difundió a las regiones alemanas en tiempos de Martín Lutero.

Unión. No cuentan con todos los servicios básicos, por ejemplo, teléfono; se autogeneran la electricidad  y se construyen los medios de transporte personales. Viven en casas cuyos modelos son una réplica de sus antepasados.

Fusión. Los menonitas de Bolivia son considerados como los más conservadores. No se mezclan con los bolivianos; rechazan los matrimonios mixtos y no participan en la vida política para no contaminarse con las cosas del mundo.                            
Fuente: Paolo Moiola.