Por Sergio P. Luís. Profesional independiente
La crisis de Honduras está tomando un nuevo giro. El gobierno del presidente Barack Obama, ha sufrido fuertes críticas internas por su inicial insistencia en que la solución de esta crisis debía basarse única y necesariamente en la reposición de Manuel Zelaya en la presidencia de ese país, lo que se ajustaba a la dura e inflexible resolución aprobada unánimemente por los miembros de la OEA, bajo la presión agresiva de Hugo Chávez y sus aliados.
Probablemente, las críticas al presidente Obama fueron en reacción por el abandono de Estados Unidos de su influencia en el organismo interamericano, y porque, increíblemente, haya dejado la iniciativa a un agresivo grupo de países con regímenes populistas nada democráticos: Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Paraguay, a los que se unió la maltrecha presidenta argentina. Es que se daba la señal de que todos –incluyendo Estados Unidos– estaban resueltos al abuso de asfixiar a la pequeña nación centroamericana, con muy severas sanciones e, inclusive, con la intervención militar planteada por Hugo Chávez.
Seguramente, también influyeron para este giro norteamericano las demasías de Hugo Chávez, como sus amenazas y la torpeza de facilitar un avión del estado venezolano para que Zelaya pretenda retornar a Honduras y reasumir la presidencia. Mientras tanto se llegaba a extremos peligrosos: los países del ALBA azuzaban a grupos violentos a desatar la violencia en las calles de Tegucigalpa. Es más: el tosco presidente de Nicaragua, Daniel Ortega se deslenguaba instando a la OEA “a no retrasar el regreso de Manuel Zelaya a su país” y la bravata: “si no resuelven, el Alba lo hará”. Este no era el mejor escenario para Washington.
Aunque Obama ponía énfasis en que "Zelaya sigue siendo el presidente (de Honduras)" (24.06.2009), se pueden ahora advertir señales de diferenciación con los miembros del Alba y aliados. Mientras los países de este grupo retiraban sine die a sus embajadores –hubo un mal intento del ministro de relaciones exteriores español en este mismo sentido– Estados Unidos no llamó a su representante diplomático. Sigue en Tegucigalpa.
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Después vino otra señal del presidente Obama. El mandatario, a tiempo de reiterar su condena al nuevo gobierno hondureño, deslizó –¿habrá sido intencional?– su falta de simpatía por Zelaya, como preludio a lo que ya es un evidente cambio. Zelaya se reunió con la secretaria de Estado Hillary R. Clinton e inmediatamente después ésta hizo una revelación: ella había hablado directamente con el presidente hondureño Roberto Micheletti y concertó –después lo hizo con Zelaya- la mediación del presidente de Costa Rica para una solución negociada a la crisis hondureña. Habrá que recordar que Insulza, en su visita a Tegucigalpa, no intentó hablar con el presidente Micheletti porque, dijo, éste no era un gobernante legítimo. ¡Vaya petulante funcionario internacional que excede su papel de mero mensajero del organismo que depende!
¿Qué puede resultar de la mediación del presidente Oscar Arias? Ciertamente los extremos no persistirán en una negociación entre Micheletti y Zelaya. Al final habrá elecciones. Y no habrá espacio para que maniobren Insulza, Chávez y compañía; éstos han sido sustituidos como actores principales. La negociación, con la mediación de un tercero (el presidente Arias), está auspiciada por Estados Unidos que, se advierte, busca la solución política antes que la marcada por el desastre de la confrontación promovida por Chávez.
El populismo en Honduras tendrá que resignarse a enfrentar elecciones democráticas. El pueblo hondureño, como está visto, rechaza los extremismos, las autocracias y el despotismo.