Diciembre es el límite

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Durante las pasadas fiestas patrias el gobierno que aspira a su reelección dejó evidencias claras de los cambios que se suscitarán en el país después de las elecciones de diciembre. Los discursos fueron elocuentes, mucho más respecto a lo que se le tiene deparado a los bolivianos que no comulgan con la visión del Mas, quienes están siendo etiquetados como “separatistas, terroristas, apátridas” y que según se ha insinuado seguirán siendo acreedores de la furia del gobierno que se apresta a ganar las elecciones y a transformar en el menor tiempo posible el país que les permita usufructuar del poder en forma indefinida.

Diciembre no es un hito cualquiera porque la reelección marcará indefectiblemente el rumbo político que tomará el país en los próximos años. Pero pese a que los opositores han escuchado la lectura de su sentencia, siguen mostrándose absolutamente imperturbables y comportándose como si se encontraran en un momento eleccionario más, uno cualquiera, tal como si esta fuese una elecciones más de las que se dieron en los cerca de treinta años de democracia representativa en los que se planteaba solamente el cambio de las siglas de quienes se aglutinarían en torno a la silla presidencial para usufructuar del poder.



Llama la atención ver como la clase política de oposición al gobierno actual no parece haberse dado por enterada que la elección de diciembre implica un hito, pues es el momento de clivaje e inflexión que dará paso a un régimen y un sistema distinto de encarar la política, el país, la economía, las relaciones sociales. A esta altura del partido, cuando restan apenas cuatro meses para llegar a la gesta eleccionaria, observamos que el tiempo se emplea en trivialidades e indefiniciones que con seguridad llevará a que las tiendas y agrupaciones opositoras se despierten tal vez cuando choquen con los resultados y se enteren entonces que en vez de reconstituirse en una oposición que pueda plantear un contrapeso pueden quedar como las hilachas de una oposición mucho más debilitada, fragmentada y que con seguridad sólo servirá para ser usada como comodín en la Asamblea Plurinacional.

Desgraciadamente hasta ahora la oposición sigue siendo un abanico de candidatos con marcados signos del notorio desgaste que está dejando una estructura que pelea y lucha más por espacios al interior del fangoso terreno de oposición que hacia el candidato que supuestamente debería ser el único frente contendor. Hay una pelea intestina plagada de riñas decadentes y que están dejando que quienes tienen buenas intenciones corran el riesgo de terminar haciendo aguas y sin una real opción a luchar por el país que se plantea retomar dentro de los cánones democráticos.

De la manera en que la oposición construya su proceso de destrucción o reconstrucción interna hasta diciembre, tendremos una muestra clara de sus posibilidades e imposibilidades, de sus capacidades o limitaciones que se traducirán sin duda en sus inteligencias o desinteligencias y cuyo resultado no tendrá vuelta por mucho tiempo. Después de diciembre, con el paso del tiempo, cuando ya sea tarde, será vano rascarse la cabeza ante los desaciertos y errores que se hayan cometido, puesto que ya nada se obtendrá de lamentarse sobre la leche derramada.

La oposición ya tiene en su haber errores incomprensibles como fue por ejemplo el haber aceptado ir a un referéndum revocatorio creyendo obtener réditos de esta decisión que se constituyó más bien en el primer peldaño rumbo al patíbulo. Pueden haber varias lecturas e interpretaciones de este y otros temas en los que la oposición se lanzó al vacío, pero sin duda lo más grave y temerario del caso es el comprobar que ha habido poco aprendizaje, pocas lecciones aprendidas y que prevalecen las peleas de espacios en el seno mismo de las filas opositoras, sin tomar acciones y decisiones para luchar más bien por el país que se tendría que apostar a construir y redireccionar.

Sabemos que estas acciones de autofagacitación o antropofagia opositora han tenido como resultado una progresiva pérdida de poder, situación que se puede medir en la fragmentación que se observa en el momento presente y que sólo logra concretar esporádicas alianzas que luego se disuelven o se rejuntan al calor de las circunstancias y en medio de pingues políticas movidas en la inercia de intereses poco claros que siguen por supuesto dejando que todas las ganancias las capitalice el partido de gobierno, que va obteniendo réditos en la medida en que sigue pescando no sólo en rio revuelto, sino en medio de arenas movedizas.