La venganza del «intocable» cocalero

El respeto a la investidura presidencial es un requisito indispensable en una sociedad republicana. Sin embargo es preciso remarcar que el respeto debe provenir, primero, de quien ejerce el cargo, de quien es considerado el primer ciudadano del país.

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Edmundo Larrea Holguín (centro) es escoltado por policías, en el Juzgado de Vinto. (foto Los Tiempos)



Evo Morales da reiteradas muestras de que no respeta su cargo y con sus gratuitas agresiones y críticas lo que ha logrado es devaluar la imagen presidencial al punto que sus disculpas son motivo de risas y burlas, como ocurrió recientemente en Chile.

Sin embargo, acostumbrado como está a las adulaciones de sus cortesanos que poco menos que lo han erigido en una especie de semidivinidad consideró una ofensa inaudita que un ciudadano, haya golpeado en Quillacollo el vehículo blindado en que se trasladaba. Lo que ocurre es que el leve golpe con la mano que dio al vehículo presidencial Edmundo Larrea, quien tenía unas copitas demás en el cuerpo, fue solo un eslabón más en la cadena de hechos que sacaron de quicio al irascible y soberbio Evo Morales.

Primero, por razones puramente electorales, tuvo que tragarse toda la homilía en la misa en honor de la Virgen de Urkupiña, en la que el cardenal Julio Terrazas tocó un tema que lo intranquiliza profundamente. Se refirió a lo efímero del poder y la inconveniencia de usarlo de mala manera para abusar de el y satisfacer apetitos personales y claro «al que le hace el guante que se lo ponga».

Se sabe también que a Evo los silbidos lo molestan tanto como el torno del dentista y le producen reacciones hepáticas que deben ser alivianadas descargando su ira contra alguien. Esta vez los quillacolleños no ahorraron silbidos contra él y esta ingrata reacción causó profunda herida en su descomunal ego y lo llevó a desquitarse con el primero que se cruzara por su camino.

El ex miembro de Umopar (policía antidroga), Edmundo Larrea tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Al recordar las épocas de Evo como cacique cocalero que disponía a su antojo de vidas y haciendas atinó a propinar un golpe al vehículo, el cual, por supuesto, no sufrió daño alguno y menos sus ocupantes.

Pero al parecer a Evo ya le habían cargado demasiado la tinta y tomó a Larrea como chivo expiatorio y lanzó tras él a los miembros de su cuerpo de seguridad y a sus acólitos que no pudieron pillarlo, pero fue el propio Larrea quien se presentó al día siguiente ante la fiscalía. En su mala hora tropezó con serviles autoridades que en su afán de quedar bien con el presidente le dictaminaron seis meses de cárcel.

De este hecho que cualquier presidente medianamente sensato, hubiera pasado por alto y lo hubiera considerado un incidente sin importancia, se pueden sacar algunas lecciones.

La primera que si Morales cumple su deseo de quedarse 50 años en el poder deberemos estar preparados para ir a la cárcel por sacarle la lengua, mirarlo feo o no aplaudir sus dislates. La segunda que el poder envilece y que el poder absoluto envilece absolutamente.

Y, finalmente, sea esta la oportunidad para recordar aquellas épocas en las que Evo convirtió al Chapare en un polvorín y utilizaba métodos terroristas para oponerse a la erradicación de cultivos de coca ilegales. El propio Larrea ha mostrado en su cuerpo las huellas de una de estas acciones.

Existen hechos que momentáneamente son olvidados o se los quiere ocultar, pero la memoria siempre encuentra su oportunidad y retorna.