El jefe del Estado, Evo Morales en una de sus últimas comparecencias públicas, anticipó que su debate será con el pueblo (movimientos sociales) y no con los que desde la orilla de la oposición le disputarán el poder político en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre próximo.
La negativa de Morales, también expresada por sus más estrechos colaboradores, ha sido tajante: no hay qué asunto debatir con los contendores ni por qué hacerlo habida cuenta las supuestas considerables diferencias que unos preliminares sondeos establecen entre la candidatura oficialista y las que representan a las fuerzas opositoras. Incluso, el jefe de Estado, el vicepresidente García Linera, uno que otro ministro y algún portavoz no han ahorrado una cuota de ironía buscando descalificar los insistentes pedidos de debate con Morales, que reitera que solamente lo hace y lo hará con el pueblo.
Pero es oportuno precisar que ‘pueblo’, en estricto rigor conceptual y político, somos todos y no únicamente unas estructuras étnicas, sindicales o gremiales alineadas con el oficialismo. Política y electoralmente hablando, ese ‘pueblo’, conforme al número ciertamente récord de ciudadanos que se inscribieron ya en el registro biométrico, consta de más de 4 millones de votantes. Nadie, en Bolivia, ni con ayuda de la Pachamama o los dioses del Olimpo, podría adjudicarse la hazaña que supondría hacerse de un monumental anfiteatro para tener frente a sí a casi la mitad de la población total de Bolivia y discutir con ella sobre lo que debe o no debe hacerse desde el poder político.
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Peor todavía si el debate privilegia el tema relativo a los “dos tercios de votos”. Cualquiera sabe que este no es un asunto para debatir, sino para hacer campaña. Alcanza aquella cantidad, si lo logra, quien mayormente seduzca al electorado con despliegues de aptitud personal y propuestas programáticas creíbles. Es decir, idóneas, realistas y aplicables. Pero, sobre todo, que apuesten a lo estructural para efectos positivos, sostenidos y de largo alcance, en lo social y económico. La gente quiere perspectivas de seguridad y progreso en ambos frentes. Aspira a un futuro signado de mejores niveles de empleo y de ingresos. Sabe que los programas de asistencia social (‘bonobolismo’ del tipo que introdujo el gobierno de Sánchez de Lozada) equivalen a calmante leve que no cura males tan dolorosos como son las carencias en los referidos y cruciales frentes.
El pueblo no debate, sino vota. Y lo hace en alguna dirección político-electoral, según las referencias valorativas que partan del duelo ideológico y programático de los protagonistas de una campaña electoral.
Nos referimos a una orientación cuya fuente no son tanto los despliegues propagandísticos por los canales de televisión o los carteles y gigantografías en muros y calles citadinas, sino la capacidad, seriedad y racionalidad que los candidatos presidenciales puedan exhibir en un debate que a unos muestre más solventes que a otros.