El país de las burlas


El Gobierno se ha burlado de la CIDH, hecho que le parece muy sencillo. El problema será esquivar las consecuencias del autoritarismo.

ElNuevoDia Editorial El Día

Para el Presidente resulta fácil burlarse de la audiencia que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le concedió al Senado Nacional, acto en el que también estuvieron presentes miembros del Gobierno. La burla no sólo fue dirigida hacia los integrantes de la oposición que acudieron al organismo internacional para denunciar al régimen del MAS sino también contra la misma CIDH, que le exigió a la administración de Evo Morales cursarle una invitación formal para acudir a Bolivia y verificar el estado de los derechos humanos en el país.



El vocero presidencial, Iván Canelas, ha dicho que no van a hacer ninguna invitación, lo que equivale a cerrarle las puertas a esta instancia internacional, que jamás cometerá el error de actuar de oficio o ingresar a un país donde más tarde la pueden acusar de intromisión. Quedó claro que lo de Sacha Llorenti fue una metida de pata o, en todo caso, una expresión para salir del brete en el que lo colocó el relator de la CIDH, Valentín Meléndez, quien puso en evidencia la precaria situación del Poder Judicial en Bolivia y le recordó al Gobierno boliviano el incumplimiento de sus compromisos en este tema y en la búsqueda de soluciones amistosas a los problemas políticos del país.

Ni el presidente Morales ni su enviado especial debieron actuar con tanta ligereza en un contexto de semejante trascendencia. Al menos deberían tener cuidado con algunos detalles. Curiosamente, justo en día en que los senadores bolivianos acudieron a la CIDH, también se presentaron graves denuncias en contra de los gobiernos de Venezuela y Nicaragua, integrantes del llamado bloque bolivariano. El caso venezolano se ha vuelto crónico para ese organismo, que desde hace años viene insistiendo para que Hugo Chávez se abra a un escrutinio de los derechos humanos en su país. Ese dedo en la llaga ha sido crucial para el paulatino deterioro de la imagen del régimen chavista y referente de otros organismos que comenzaron a poner los ojos en Venezuela y que, como se sabe, terminaron expulsados de Caracas.

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Sacha Llorenti, tan suelto de boca que es él, ofendió la inteligencia de los miembros de la CIDH y de audiencia mundial que es capaz de convocar el organismo, cuando los tildó de ingenuos, supuestamente por dejarse llevar por motivaciones electoralistas. El salvadoreño Meléndez, con mucha vehemencia, le recordó al viceministro los antecedentes del caso boliviano y le pidió, con la misma firmeza, una invitación formal para iniciar una investigación en Bolivia. El relator le dijo además por qué estaban ahí los senadores bolivianos, al refrescarle la memoria sobre una reunión que tuvo con el canciller David Choquehuanca en la que éste se comprometió a escuchar y atender las demandas de los opositores. Sin justicia y sin gobernabilidad, sólo faltó que Meléndez le estrujara a Llorenti el fantasma del “Estado fallido”, aunque quedó evidente.

Desde el punto de vista semántico, burlar tiene dos sentidos y obviamente el que más conoce el presidente es el referido a la mofa, la guasada y la mojiganga. Sus discursos están llenos de sarcasmos y hasta sus colaboradores tienen que aguantárselas. En el otro sentido, en el referido a esquivar, zafar y eludir, el Gobierno de Evo Morales aún no ha acumulado experiencia, aunque va a tener que recurrir a clases intensivas.