Las huellas de Hormando

image Recibido de Kathya Vaca Diez

La ruta hacia la democracia siempre estuvo, está y estará lleno de espinas. Pero no hace falta ser gran observador para ver entre ellas, las huellas de Hormando. Ni en sus momentos de grandes desilusiones se le habría ocurrido pensar en golpes. Al contrario, los golpes siempre pensaron en como apartar a Hormando. Si hay algo que nadie puede negar es que dedicó su vida a la grandeza de su pueblo. Como dice la canción, él era la gota de agua que golpea la roca, el martillo que destroza las piedras del camino para usarlas como pavimento para el tránsito de los libres.

Así la Historia lo recordará a Hormando, como el gran demócrata cruceño del Siglo XX. Los amigos y familiares lo recordaremos como el hombre ejemplar, el del corazón tan grande que no pudo resistir los límites de su armazón terrenal. De una u otra manera, todos recordarán a Hormando, pues estuvo en la vida de todos y en todas partes dejó las huellas de su paso. No se puede ser agricultor sin recordar a Hormando, si alguien ha sido o es industrial, sabrá que en ello también estuvo. Los periodistas conocieron y bebieron de su estilo, de su liderazgo y de su ética, así sea en la prensa escrita o en la radio. A los que trillaron las brechas del funcionalismo público, ciertamente lo vieron con su carpeta llena de ideas y proyectos. Si de Justicia se trata, lo han visto con la Ley en la mano, en los tribunales o en las cárceles de inocentes. En aulas, en conferencias o en las trincheras, no hay lugar donde no hubiera estado el hombre del bigote ancho y de la sonrisa infantil, cariñosa, optimista y protectora.



Hormando supo de los caminos del exilio, y hasta de cárceles por delito de opinión. Durmió en camas de ladrillo, en hoteles de lujo, pero prefería más su hamaca típica y la charla con los amigos. Luchó contra dictaduras, contra los pícaros y contra la pobreza. Dio pelea a la injusticia, a la ignorancia, y si se metió a la política fue porqué quería servir. Podía estar en reuniones de Gabinete, o en círculos fraternos y siempre era el mismo. Sencillo es, decía la gente, pues ese es el mayor don de la gente que es orgullosa de ser lo que es. A todos les quedará la marca imborrable de esa característica que lo trasciende: donde todos querían pedir algo, Hormando era siempre el que ofrecía, el que quería aportar. Y todo lo que hacía lo hacía bien, y dejaba que otros se lleven el mérito.

Es imposible esconder su paso por las provincias, por las regiones apartadas, por los ríos o por los cerros de su tierra amada. Los que buscaban la brújula lo buscaban para resolver un problema familiar, económico, diplomático o institucional. Los que andaban detrás de paz, lo buscaban para concertar pues no era hombre de guerra. En la gestión del Estado nunca nadie verá algo oscuro que hubiera dejado, y en el manejo de la cosas cotidianas de la vida, en la memoria colectiva estará que compartió lo poco que tenía. Los licenciados y los descalzos, los trabajadores o los viajeros, algún día se toparon con un gesto, con un consejo, o con un proyecto de esta mente dedicada al bien de los suyos.

La carga no es fácil para los que lo siguen, por el gigantesco peso de su ejemplo. Pero tienen sus hijos, hijas y seguidores una antorcha tan luminosa a seguir y unas huellas tan profundas marcadas hacia el porvenir que va a ser muy difícil que se pierdan. Ya no te tenemos, pero tenemos el rumbo. Al final de las huellas de Hormando, no tan escondidita, hay ahora una escalera que iluminaste con amor, una escalera que lleva al Cielo. Gracias por la vida que nos entregaste.

 

*Fuente imagen: El Deber